A simple vista la historia de Fabricio Rojas pareciera ser una más de las tantas, y posiblemente lo sea. Sin embargo, el presente futbolístico del joven delantero de 22 años y su trayectoria de vida, sumados al momento que atraviesa el fútbol profesional de Gimnasia y Tiro, puntero en el torneo federal, constituyen una conjunción más que interesante para retratar la figura del delantero albo.
Es que la historia de Rojas condensa el paradigma de gran cantidad de jóvenes salteños de los barrios y el interior, que desde la humildad y el sacrificio intentan cumplir el gran sueño de jugar en la primera división, oportunidad reservada solo para unos pocos.
Nace “El Pollo”
Literalmente, el apodo de Fabricio viene desde los primeros momentos de su vida. Fue la bisabuela Elsa quien lo bautizó así, cuando la primera noche lo estaba cambiando, y vio en ese niño tan esperado por la familia, la tierna imagen de un pollito que recién se asomaba al mundo.
“Me resulta raro todavía dar entrevistas, no estoy acostumbrado mucho a hablar”, dice Fabricio apoyado sobre la mesa familiar de la casa en el barrio Libertad, en la zona sudeste de la ciudad de Salta. Con su abuela Oliva de fondo, custodiando amorosamente el encuentro, y con dos grandes imágenes de San Expedito y la Virgen de Urkupiña como marco de protección.
“Como todos los chicos, vivía en la calle, jugaba pelota con mis amigos. El barrio me encanta, significa mucho para mí, es donde uno se siente cómodo. De hecho, tuve muchas veces la posibilidad para irme a vivir al centro, me propusieron los dirigentes pero preferí quedarme acá, con mi mamá, con mi familia, que es donde me siento cómodo y tranquilo”, remarca el delantero salteño.
Fabricio elige quedarse entre los suyos. Sabe con sus pocos años y larga experiencia, que es mejor sentirse cuidado y elegir estar rodeado por los propios, aquellos que siempre lo acompañaron en los buenos y los malos momentos. “Mi mamá y mi hermana trabajan en una empresa de limpieza, y mi papá trabaja toda la semana como pintor en (la localidad) El Galpón, viene los fines de semana cada vez que me toca jugar”, resalta con orgullo Fabricio, sin olvidar a su abuela Oliva, quien tiene en el frente de la casa una pollería, “ella está acá en nosotros, se encarga de atender el negocio, de hacernos comida temprano, de brindarnos todo lo que está a su alcance”.
En la pandemia la familia se vio golpeada por la partida del abuelo José. “Tuve la mala suerte de perderlo en ese momento, mi abuelo era lo más, era impresionante lo que nos daba”, recuerda Fabricio trayendo al presente aquella figura familiar que pasaba casi todo el mes en Neuquén, trabajando en el petróleo, y que cuando llegaba a Salta emprendía el cariñoso ritual de llevar a los nietos a comprarles alguna ropa en la peatonal de la ciudad.
En aquel difícil contexto de desasosiego familiar y social por la pandemia, “yo charlaba con mi mamá, mi papá, y recuerdo que un día nos sentamos en la mesa y les dije: 'si este año no me sale nada, me voy a dedicar a trabajar en algo fijo', porque el objetivo era llegar, me pasaron muchas oportunidades y no se daba, siempre estaba a punto y algo pasaba que se caía la chance”.
La pelota como forma de vida
Pero la historia de Rojas con el fútbol nace muchos años atrás, quizás desde sus primeros pasos, porque Fabricio es solo un eslabón de una gran familia futbolera y deportista en general. “Somos 5 hermanos, 4 varones y una mujer, todos hacemos deporte, incluso el de 2 años, estamos esperando que empiece a jugar en algún club”, dice entre risas El Pollo.
“Me acuerdo cuando era muy chico pasé por Juventud, fui a Mitre, también a Atlas, en esos dos clubes había jugado mi papá, y no se dio. Después mi tío y mi papá armaron un equipo para el torneo Cebollitas, en las canchas del barrio 20 de Junio. Ahí salimos campeones y justo me vieron desde la escuelita de fútbol Los Lagartos y me llevaron con mis hermanos”.
El derrotero hizo que por sus cualidades, Fabricio pase tempranamente al Club San Antonio, equipo en el cual con solo 13 años debutó en primera división. “Estaba muy nervioso, era la primera vez que jugaba en primera, con gente más grande. En ese partido hice dos goles y ahí fue donde quedé en la primera y me no me dejaron bajar más, con 13 años ya me quedé”.
Aquel temprano debut hablaba de un jugador que prometía futuro. Comenzaron a llamarlo, a tentarlo, y fue rotando por algunos clubes. “Jugué el Federal C en Güemes, me fui a Córdoba, donde jugué en primera y salimos campeones. Después vuelvo a Salta de nuevo a San Antonio y ahí surgió la posibilidad de ir a Gimnasia”.
“Recuerdo la noche en que pasó todo; jugamos con San Antonio un partido contra Zapla en el Martearena, y esa noche me fueron a ver, yo no sabía nada, y mejor porque si no hubiera jugado con la presión de que tenía que hacer algo para que me llamen. Aquel día perdimos, pero jugué bien, y cuando terminó el partido, triste por haber perdido, volví al club y ya tenía mensaje del profe, la verdad que fue impresionante”, comenta el delantero en relación al seguimiento que le venía haciendo el Rubén Darío Forestello. “El mensaje decía, ‘Hola, buenas noches Fabri, ¿cómo estás? Te habla Darío Forestello, el técnico de Gimnasia’, y me puso que cuando pueda le responda. En ese momento no lo hice, lo comenté con mi familia, y recién al otro día hablamos. Me dijo que quería charlar conmigo y que me citaba en el Club el lunes a las 8 de la mañana”.
Llegan los sueños grandes
Con expectativas, ansiedad, ganas e incertidumbre a cuestas, pero con la fuerza y el empuje de la oportunidad única, Fabricio llegó hasta las instalaciones del Gigante del Norte. En aquella primer charla Forestello le remarcó conceptos que aún resuenan en la mente de Rojas. “Me dijo que para ser un jugador de fútbol tenía que pensar en mi físico y en cambiar la cabeza, que deje muchas cosas, pero no que las deje de lado, sino que empiece a ser un poco más profesional, que coma bien, que descanse”.
Contra el gran estigma que carga el jugador salteño, Rojas enfrentó esa carga soñando torcer el destino que parece marcado para muchos. “Lo difícil del jugador salteño es el comportamiento, la responsabilidad. Yo ví muchos jugadores que estuvieron ahí, que yo decía ‘ojalá que pueda ser como ellos' y al final quedaron en la nada. Creo que el salteño tiene que saber aprovechar las oportunidades que se le presentan”.
La relación entre Rojas y Forestello fue creciendo, dejando en evidencia la importancia que puede tener un formador para la vida de un jugador. “Lo invité a mi casa a comer, porque una vuelta estábamos elongando y el profe me dice ‘¿cuándo me invitás un asado?', yo me reía y él me decía 'no me chamuyes’, hasta que un día le dije ‘bueno profe, si quiere, vaya este fin de fin a la casa, vamos a compartir un almuerzo'. Le pasé la ubicación y vino, yo pensé que no iba a venir... Ahí conoció a mi familia, compartimos charlas y comimos lasaña y un arrollado de pollo que cocinaron mi abuela y mi mamá”.
“Soy un jugador de meter, que siempre da lo mejor hasta lo último, que corre cuando no se puede jugar bien, que corre hasta lo último, yo soy un jugador así”, grafica Rojas y agrega: “como dice el profe, soy un jugador de potrero, mi esencia es el potrero, meter, chocar e ir al frente, así me sale”.
“A veces me comparan con algunos jugadores y es lindo, pero siempre digo, ‘yo soy El Pollo Rojas y no quiero parecerme a nadie, quiero hacer mi historia en Gimnasia y quedar también en la historia de la gente con mi forma'”, subraya con fuerte convicción el joven y a la vez experimentado delantero.
Casi sin quererlo, Fabricio Rojas genera gran empatía con el hincha; se hace querer, la gente lo pide, lo corea, espera el momento de la gambeta del aguerrido delantero que se las juega todas, que va para adelante, que no afloja y que grita los goles con el alma.
La tribuna se viene abajo cuando “El Pollo” entra en acción, posiblemente porque ve en la figura de este delantero el anhelo de volver a competir con jugadores locales, la añoranza de que la cantera norteña pueda volver a demostrar todo lo que tiene para dar; y seguramente también, Rojas remueve más de una fibra íntima, generando que el hincha se sienta reconocido en ese changuito que desde el barro y desde el barrio la pelea a diario.