Esa mujer cubierta de harapos está acusada de convertirse en loba. Durante la noche, una sirvienta la ve cerca del bosque donde vive. Le teme a las brujas como al aliento del dragón pero la mujer de los harapos está embarazada, a punto de parir. Así que la cobija en una habitación aunque a la vez pide al cielo compasión por estar ayudando a las fuerzas de Satán. Otras vecinas llegan enseguida. La más vieja le dice a la parturienta “¿Por qué no te quedaste en la madriguera de los lobos? ¿Qué buscas entre los hombres, mujer loba?”. Aalo -así se llama la mujer- sólo llega a gemir débilmente y a reclamar a su marido Priidik. “Diles a estas mujeres que este hijo es tuyo”, suplica cuando él llega. Pero Priidik retrocede y antes de abandonarla, dice: “No te reconozco ni a ti ni a este bastardo. Al bosque fuiste y en el bosque buscaste también a tu hijo, Novia del Lobo”.
Hay ciertos libros que por incluir brujas y hechizos o dibujos realmente hermosos (como este caso) están dirigidos a un público infantil. Pero no necesariamente. Se sabe, recién a mediados del siglo XIX lxs niñxs dejaron de ser considerados adultos en miniatura y alrededor de ellos comenzó a tejerse un universo que observaba reglas de urbanidad y educación específicos. Fue entonces cuando toda la procacidad de los cuentos de hadas, sus escenas lujuriosas, sus dramas sin final feliz, empezaron a lavarse en el mar de las buenas intenciones. Sin embargo, muchos de esos cuentos y muchas leyendas fueron preservados por los pueblos con toda su carga de intensidad arquetípica. Y es que en definitiva, todos esos relatos no son otra cosa que la memoria colectiva de una comunidad.
Es el caso de La novia del lobo. Esta historia fue escrita por Aino Kallas, una escritora finlandesa-estonia que vivió entre 1878 y 1956. Creció en Helsinski, en un ambiente de intelectuales propiciado por su padre, el poeta Julius Krohn. Vivió en Estonia hasta la década del veinte, cuando se mudó a Londres mientras su marido era embajador de Estonia en el Reino Unido. Luego, durante la Segunda Guerra Mundial perdió a dos de sus cinco hijos y se trasladó a Suecia. Kallas escribió esencialmente en finés pero su literatura está profundamente ligada a las tradiciones y leyendas de Estonia. La novia del lobo se publicó por primera vez en 1928 y bajo el ropaje de una historia mítica vinculada a los hombres lobo, se esconde en verdad una metáfora de la ausencia de libertad de las mujeres en el siglo XVII. Y más acá, también.
El relato se sitúa en esa época en Hiiumaa, una isla en el lado oeste de Estonia, y comienza con un guardabosques llamado Priidik que observa a un grupo de mujeres que lavan sus ovejas sumergidas en un río. Así es como ve a Aalo, el pelo rojo flotando a su alrededor. Más tarde ella se desnuda y así revela una marca marrón diminuta debajo de su pecho izquierdo. Se sabe, ésa es la “marca de bruja”. Él no hace caso y la convierte en su esposa. Hasta que Aalo siente el llamado del bosque. Así es como durante las noches se escapa hacia los pantanos y durante el día es la esposa perfecta, que el párroco pone como ejemplo en sus sermones. El problema no es que la mujer sea licántropa sino que el pueblo no admite su escandalosa doble vida, para colmo sumergida en el fango infernal. De allí al castigo, hay un solo paso.
El relato es exquisito, con ilustraciones de Sara Morante que le dan a la historia una dimensión poética y oscura. Además, mantiene un tono bíblico, al que parodia en párrafos como: “Porque igual que de un pedazo de arcilla un alfarero puede moldear una vasija, así puede hacer el Diablo de una bruja pues el Demonio es alfarero y las brujas, arcilla”.
Por estos días se volvió a reeditar El cuento de la criada, que Margaret Atwood escribió en 1984 y que ahora llegó también como serie. En todos estos casos, se trata de relatos que se sitúan en tiempos difusos para hablar de un presente donde las mujeres siguen siendo arrojadas al fuego, sus cuerpos despedazados en nombre de la moral.