Es que la letra con sangre entra. Y si escribís lo hacés con tu sangre o nada. Así pareciera que está escrito en el puño del que levanta su mano contra una mujer que escribe. Sabemos que México es una herida abierta en nuestro continente donde la sangre de las mujeres se derrama configurando el mapa latinoamericano de la violencia machista y también sabemos que ese mapa es denunciado desde muchos lugares donde las mujeres escriben: la poesía también. 

Esther M. García nació en Ciudad Juárez en 1987 y ese dato ya la convierte en una sobreviviente. Poeta, narradora y fotógrafa es licenciada en letras españolas por la Universidad Autónoma de Coahuila. Muy joven ganó premios importantísimos: Premio Nacional de Cuento por Criaturas de la noche, un libro de 2008, el Premio Estatal y el Premio Municipal de la Juventud en 2012, en el área de cultura,  y también el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal en 2014. Ha sido traducida al inglés y al francés. Es una voz potente dentro del panorama de la actual poesía mexicana. “Desde el fondo de mí misma/habló el recuerdo de la sangre que llama/que gime y llora sin tener voz” dice uno de sus poemas del libro La doncella negra. 

El pasado 19 de junio nos enterábamos de la desaparición de Esther, y muchas poetas de América Latina se unían en las redes sociales para encontrarla bajo el lema: #noestassola #vivatequeremos. Toda mujer está sola en esa habitación donde la idea del amor esconde la violencia, pero un poco más sola está esa mujer que tuvo que hacer de ese cuarto su propio espacio para escribir, para encontrar la voz propia de sus escritos cumpliendo el mandato woolfiano. Un cuarto propio pero siempre compartido. La literatura japonesa nació en la almohada de una mujer: Sei Shonagon (año 1000 dc.) guardaba sus papeles debajo de la almohada en ese cuarto prestado y escribía en la oscuridad. Si existe el japonés es un poco gracias a esa cama, a ese cuarto, a esa soledad íntima a la que se condena a las escritoras. Pocas veces se hace notar la amistad, la ligazón, las redes que se tejen a través de los textos escritos por mujeres. 

Esther, no estás sola, se leyó por todo el continente, viva te queremos, se escribía. Esther apareció horas después. El hashtag no pudo evitar que su ex pareja le desfigurara la cara y tampoco va a impedir como se debate en estos días que un juez le otorgue la libertad, pero demostró una vez más que las redes emocionales e intelectuales que tendemos son el núcleo de nuestro movimiento. Mi voz rompió la noche en mil pedazos/ Mi voz convierte al sol en rizos dorados /Pájaros amarillos muertos/Por eso grito todo el día. Esos versos de Esther podrían ilustrar esos días de sororidad poética, una voz que rompe en mil pedazos el silencio de las poetas y el secreto en que parecen trabajar. Esther siguió escribiendo: “Sobrevivir a un intento de homicidio por parte de una ex pareja. Sobrevivir y luchar para que se le dé prisión y no vuelva a tocar a otra”. La pensadora feminista, crítica literaria y poeta, Hélene Cisoux sostiene en La llegada a la escritura que escribimos “para no resignarse ni consolarse nunca, para no volverse nunca hacia la pared en la cama, y dormirse como si nada hubiera pasado”. Por eso seguir escribiendo no solo como denuncia sino como acto creativo contra el patriarcado y sus violentas formas. Esther M. García, mostró su cara golpeada en las redes, como mostró sus poemas de amor. Con la misma necesidad de explayarse en el mundo, de habitar su existencia. Una existencia que, sabemos como mujeres, está atravesada por la violencia.