Este libro de Butler le viene como anillo al dedo a nuestra coyuntura. Es cierto que el anillo debe calzar en el dedo, pero a veces baila, otras queda trabado. Ahí, entonces, más justa la imagen. Un libro y una coyuntura calzan y se desajustan, pero dialogan, se rozan, se incordian. El texto de Judith Butler es Cuerpos aliados y lucha política. Hacia una teoría performativa de la asamblea. Nuestra coyuntura es el movimiento de mujeres, lesbianas, travestis y transexuales en Argentina.
La filósofa interroga qué significa la reunión de los cuerpos en la calle: “¿Qué significa actuar unidos cuando las condiciones para la acción conjunta han quedado devastadas o menoscabadas?” No es, necesariamente, un modo de la democracia radical. Pero puede serlo en tanto pone en juego un combate contra la precarización de las vidas y la estructuración desigual (racista, misógina, clasista) de la vulnerabilidad. Los cuerpos aparecen en la escena pública, exponiendo la dependencia mutua renegada por los apólogos del individualismo, más enfáticos en culpabilizarnos a medida que nuestra vida se vuelve más precaria.
La ilusión del yo individual legitima la desigualdad. Genera olvido respecto de que no todos sufrimos del mismo modo la precariedad -en una sociedad racista un negro, una negra, un indio, una india tienen muchísimas más chances de estar sin trabajo, sin vivienda o en la cárcel; en una sociedad machista una mujer, travesti o trans, tiene más posibilidades de ser asesinada por su condición de género, y si es negra, india o migrante, más todavía-. También desconoce que habitamos tramas de interdependencia y necesitamos de otras y otros. Todo eso se olvida en el grito neoliberal, que señala uno a uno, por separado, hundidos y salvados. Ahí, dice Butler, aparecen los cuerpos. Para reclamar su derecho a tener derechos. Para mostrar que se constituye acción colectiva a partir de la materialidad de los cuerpos y no de su negación.
Discute con la diferencia establecida por Hanna Arendt, en La condición humana, entre esfera privada y esfera pública. Porque si en ésta surgía la palabra política, como enunciado libre, lo hacía renegando de la otra, desconociendo la dependencia en la que lo privado se establecía, como domesticidad y satisfacción de las necesidades. En la esfera privada, mujeres y esclavos. En la pública, hombres parlantes. Monolingües. Recuerda que en la Grecia antigua, bárbaro era el que no hablaba griego, el extranjero cuya oralidad insurgía como ruido. La esfera pública no reconocía heterogeneidad alguna, ni la de la lengua ni la de los cuerpos. La diferencia habitaba lo privado.
Pero si las mujeres fueron relegadas, en la división tradicional, a esa esfera material y políglota, ahora, en la emergencia pública de los cuerpos reunidos, podemos ver la potencia de aquella materialidad. Mientras la palabra puede ser unívoca, identitaria, monológica; el cuerpo siempre es, a la vez, singular y plural. Es singular en tanto diferencia que constituye heterogeneidad y es plural porque es siempre una alianza, un ensamble o una asamblea. Es menos una entidad, que un “conjunto de relaciones vivas”. Requiere de otros para realizarse y para persistir. La palabra feminista, que traduce esa experiencia vivida, se pronuncia siempre enraizada, reconoce la corporalidad y la interdependencia antes que proclamar una autonomía de la conciencia.
Los cuerpos dicen que no son prescindibles. Y que todos cuentan. Aparecen como reivindicación de una vida más vivible. Miel para el gusto de esta vitalista, pero Butler abre el paraguas: “no estoy defendiendo un cierto vitalismo ni el derecho a la vida como tal. Lo que planteo más bien es que las reivindicaciones políticas son formuladas por cuerpos que se presentan y actúan, que se resisten y que continúan en condiciones bajo las cuales su propia insistencia amenaza con deslegitimar al Estado”. Un cierto tono de alarma frente a las interpretaciones que podrían surgir de su lectura, aparece frente a una presunta apología del cuerpo y de la radicalidad democrática de su exposición callejera. Pide atención hacia las valencias políticas. Todas sabemos que hay multitudes del mal, enloquecidos cuerpos del fascismo. No hay que encandilarse con el mito sino auscultar los valores que pone en juego, los enunciados que sostiene. Porque el cuerpo no es cuerpo solo sino cuerpo en relación quiasmática con la palabra.
Quiasmo es una figura retórica que nombra lo que pasa de un lado a otro, una suerte de pliegue o trasvasamiento, cuando no podemos pensar cuerpo sin palabra ni palabra sin sonoridad o grafo. Se extraña la mención, entre las referencias bibliográficas de Butler, de la obra de Maurice Merleau Ponty que, en su Fenomenología de la percepción, había pensado al cuerpo tramado en el mundo, capaz de significar por su propia inscripción en la historia; y ya sobre el final de su vida había escrito tenaces páginas alrededor de la figura de quiasmo, para superar falsos dualismos, de esos que ponen de un lado lo espiritual y del otro la materia. El cuerpo es siempre mundo, siempre con-otros, siempre significante. Butler roza todo el tiempo esta cuestión y a la vez se retrae, temiendo quedar presa del canto de sirenas de un vitalismo festivo y acrítico.
Esta época es la de la vivencia de la precariedad. Enormes sectores de la población mundial son condenados a sufrir la quiebra de las “redes sociales y económicas mucho más que otros y en consecuencia están más expuestos a los daños, la violencia y la muerte”. Exponer el cuerpo en la calle, es reclamar vidas que merezcan ser vividas, declarar que somos dignas de vivirlas y del duelo si morimos. Cuando las y los migrantes se movilizan dicen que esos cuerpos ahogados en el Mediterráneo también valen. Cuando un funeral de un pibe baleado por la policía se convierte en movilización popular, los cuerpos gritan que no era vida desechable. Surgió Ni una menos para decir que las muchachas que aparecían asesinadas y en bolsas de residuos no eran basura ni resto ni desecho. Que eran vidas que debían contar y ser contadas. Del mismo modo, cada vez que una mujer desaparece y los medios de comunicación y el aparato judicial y las fuerzas de seguridad miran para otro lado porque es pobre o consume drogas o no es una buena víctima, las organizaciones de mujeres sí la buscan. Cuando salimos a la calle decimos todo eso y ante cada caso. En verdad, para nosotras, nunca hay casos. Ni prontuarios. Hay vidas. Lo contrario de la precariedad, como escribe Butler, no es la seguridad sino la lucha por un orden social y político igualitario.
La aparición pública de los cuerpos dice algo, más acá y más allá de la palabra que pronuncie o del documento que escriba. Es performativa. Produce. Uno de los cantos lo señala: ahora que estamos juntas, ahora que sí nos ven. La confianza en el carácter performativo de la aparición es tal, que luego se declara: el patriarcado se va a caer. Faltan mediaciones, luchas, procesos, proclamas, reuniones, marchas, más cuerpos. Pero la relación de fondo está bien señalada. Como un relámpago a lo lejos indica tormenta, aunque la tarde se mantenga soleada.
Cuando estamos en la calle, reunidas, no somos víctimas. Ese es un desplazamiento fundamental del movimiento de mujeres y producido alrededor del acontecimiento Ni una menos, respecto de las interpelaciones dominantes. No nos reconocemos como víctimas, aun si sufrimos hechos de violencia. En Cuerpos aliados… la vulnerabilidad no es comprendida sólo como capacidad de sufrir daño. Es apertura, desposesión, capacidad de ser afectado por otros. En ese sentido, es agencia política y potencia de construcción común, ruptura con la regulación de los sentidos que instaura el individualismo. Juntas, ponemos en escena el mundo que deseamos o rechazamos el que nos aniquila. Anunciamos lo que vendrá, mostramos el lazo práctico que lo constituye, la materia de los afectos que se traman.
La escritora discute la relación entre la vulnerabilidad y las mujeres, para decir que si hay una estrategia jurídica en juego en esa asociación, no alcanza para comprender “las formas de resistencia feminista que son populares e ilegales, la dinámica de los movimientos multitudinarios, las iniciativas de la sociedad civil y todas esas modalidades de resistencia política que son activadas y conformadas por la vulnerabilidad de las mujeres.” Vulnerabilidad, insiste, en tanto exposición a la historia y la pasión, la alegría impremeditada y la pérdida súbita, el amor o la amistad. En tanto cuerpo abierto al devenir con otras y otros.
La precariedad es condición para las políticas del presente. En una implícita discusión con Agamben, Butler señala que “estar privado de protección no es quedar reducido a ‘nuda vida’, sino más bien una forma concreta de exposición política y de lucha potencial que hace a las personas vulnerables, e incluso frágiles, y al mismo tiempo potencial y activamente desafiantes, e incluso revolucionarias.” Nos sitúa ante un pliegue fundamental. Lo activo no es lo contrario a lo vulnerable, del mismo modo en que la reunión plural de los cuerpos hace trizas la diferencia entre esfera pública y esfera privada. Muchas luchas permiten pensar estas discusiones, y traman alrededor de la precariedad alianzas insólitas, pero es especialmente en el movimiento de mujeres en que esa potencia se expande y se vuelve radicalmente democrática. Al menos, tal como acontece en Argentina, alejado de sus traducciones punitivistas, alérgico a las interpretaciones individualistas, arriesgado en la afirmación de que todas las vidas cuentan.