Una hermana reclama a menudo un hermano mayor sin saber para qué lo quiere y ni qué pudo haber resultado de haberlo tenido. El hermano menor de Gwen fue toda su vida ese mayor reclamado. Hermano faro, hermano sombra. Augustus John era un bohemio de amores varios (amante de Caitlin MacNamara, casada después con Dylan Thomas), extraordinario dibujante de mano alzada, buen pintor y el artista glorificado de la galesa familia John. Gwen también pintaba (legado de las horas de madre enferma que murió cuando ella tenía ocho)y lo hacía mejor que él pero ignorarla fue un hábito que duró hasta que santificarla se puso de moda. Las victorias llegan póstumas. Que Gwendolen Mary era la mejor de los dos John lo supo hasta el biógrafo de su hermano, Michael Holroyd, un especialista en pesos pesados, en peces gordos (Lytton Strachey, Bernard Shaw).
Cuando se libraron de la sobreprotección de las tías y dejaron la casa familiar en los acantilados de Pembrokeshire ya eran “dos artistas autobiográficos con un común desprecio por el sentimentalismo y una actitud diferente”. A él le gustaba el aire libre. A ella, los interiores, las mujeres solas en sus cuartos vacíos y los gatos. Silenciosos y tímidos estudiaban en la Escuela de Bellas Artes de Slade hasta que un verano, después de un accidente, Augustus (que se lastimó en el mar y se golpeó la cabeza contra una roca) empezó a pintar con velocidad febril con “pinceles nuevos que le regalaron la espuma y las sirenas”. El héroe de la “era de Augustus John”, como la llamaba Virginia Woolf, prometía un temblor de aguas en el arte británico. Sin olas ni séquito, la desafiante silenciosa continuaba pintando imágenes serenas de sobrenatural quietud. El secreto de exuberancia combinada con melancolía que se escondía detrás de esa impavidez pulida, nacida de la mezcla de tiza, yeso y aceites con visos de tonalidad Corot recién fue descubierto años después cuando los galeristas hicieron el enroque fraterno de honores en las retrospectivas del Thamesis y Gwen fue tapa en el brochure de colección. Antes del enroque Gwen parecía invisible. Quizás por eso se llevó a la amante de su hermano a París, a Roma y a Toulouse y quizás por eso la usó como modelo en sus retratos de principio de siglo, Dorelia in a Black Dress. Cuando Dorelia volvió, Ida Nettleship, la mujer de Augustus, decidió que se mudara con ellos y criaran juntas a hijos propios y ajenos. Gwen se quedó en Francia, se enamoró del viejo Rodin (él 64 y ella 28) y fue modelo, colaboradora en las sombras y amante fan durante diez años. Atormentada creyó desaparecer en la locura cuando el escultor murió pero no se fue a ningún lado y se quedó pintando. Le gustaba describirse como una planta que cuando parecía seca volvía a ser verde. Después de años de elegida reclusión en una casa de madera sobre pilotes con un jardín superpoblado de gatos en las afueras de París, en Meudon, Gwen, que caminaba por el pueblo con un cuaderno para dibujar en una mano y una lata de paté de foie gras para sus mininos en la otra, decidió antes de que terminara el verano, nostalgia de mar tal vez, viajar sin equipaje y subirse a un tren pero se desvaneció en la calle y murió pocos días después en un hospicio.
Cuando el siglo XXI dejó de ser un consuelo futurista ya se hablaba más de Gwen que del pintor famoso. El Don Juan de monstruoso ego masculino, sombreros extravagantes, camisas de seda y aros gypsies se volvió superficial, perdió predicamento y se convirtió en su propio presagio: ser el hermano de la pintora.