Para las mujeres cualquier discusión significa una batalla de dos frentes. El primer frente será sobre lo que sea que se discuta, el otro frente será sencillamente defender su derecho a opinar, a tener ideas y a que se le reconozca la capacidad de llevar datos y verdad en sus argumentos. Esto es lo que explica Rebecca Solnit en su libro Los hombres me explican cosas, donde instala para siempre el maravilloso concepto Mansplaining que puede traducirse como “explicación de varón”, esas exposiciones signadas por la sensación de autoridad que tienen los hombres al hablar, básicamente porque tienen un mundo entero validando sus palabras.
Dijo la indiscutiblemente genial Björk en una entrevista publicada en Pitchfork: “Quiero apoyar a todas las chicas jóvenes de 20 años y decirles: No están simplemente imaginando cosas. Es muy difícil, todo lo que un tipo dice una vez, ustedes van a tener que decirlo cinco veces”. Y también agregó: “Después de ser la única chica en una banda durante diez años, aprendí, de la peor manera, que si quería que mis ideas fueran usadas iba a tener que hacer como que las ideas eran de ellos”.
¿Qué nos queda a las mortales si a Björk le pasó esto? No nos queda más que despertar y verlo, para no desanimarnos y frustrarnos con nosotras mismas cuando sucede, enojarnos, sí, con el mundo y no creerle lo que nos quiere hacer creer, que como somos mujeres no podemos.
Tener la habilidad de detectar cuando un tipo te está haciendo mansplaining puede salvarte el día. Trabajando como guionista tuve la suerte de que me escucharan las ideas, no hay otra forma, sos la guionista, lo escribiste y ahora vamos a hacerlo. Sin embargo, no me caben dudas, que he tenido que defender esas ideas y esos chistes cinco veces más que cualquier guionista hombre. Me he encontrado en rodaje, junto a una compañera comediante mujer defendiendo ambas un chiste frente a un director que no quería aceptarlo, y la escena sólo se llevó a cabo cuando finalmente se acercó otro de mis compañeros comediante varón, para constatar que efectivamente el chiste era así, como nosotras lo estábamos diciendo. Cuando estos eventos se corporizan delante de tu mismísima cara, cuando padecemos la constante desacreditación, el ninguneo de las propias opiniones y la infantilización –porque sí, te tratan como niña boba– del criterio que tengamos sobre el tema que fuere, somos nosotras las primeras en dudar de lo que está pasando. No sólo las víctimas de abuso se quedan perplejas y confusas ante lo sucedido, frente a los micromachismos nos pasa lo mismo. Porque para eso estamos programadas, para dejarnos vapulear por el discurso hegemónico. El micromachismo deja rastros en nuestro cuerpo, rastros intangibles pero dolorosos, como un furia que sube desde las tripas, una furia sin nombre, porque no se entiende de dónde viene. ¿Pasó esto realmente?, ¿realmente el chiste no era gracioso? ¿Y se volvió gracioso de repente, cuando un varón vino a constatar que lo era? Así se sienten los microsmachismos, como una piña del hombre invisible. Y encima la duda, porque no se trata del hombre de la bolsa si no de mis amigos. Pero, ¿mis amigos me están haciendo esto?,¿ellos no confían en mi criterio?,¿ellos no me consideran buena en esto?
Hermana, ahora eres feminista, y parece que te quedaste sin amigos.
No, no es eso.
Te quedaste sin giles.