Max Rompo tiene 36 años y una oficina inusual; un silencio insólito para estar en pleno centro, un patio colonial con todo y aljibe, glorieta y palo borracho en flor. El secreto para vivir en la calma del conurbano fue contar con un espacio de trabajo en el centro al que viajar un par de veces por semana y que el resto funcione de manera remota. Recibe a Buenos Aires/12 en el patio del antiguo monasterio de Santa Catalina del barrio de Retiro, donde las celdas de clausura de las monjas funcionan como espacio de coworking, oficinas de uso diurno a precio módico que se comparten, o no, con otras personas.

Cuenta que creció en Claypole y que eligió vivir en Adrogué, la cabeza del partido de Almirante Brown.

I.

“Yo no sé si es que me retiene. No lo diría así. Pero cuando venía todos los días, y estaba acá cinco días a la semana, me tenía que fumar la hora pico para ir y volver. Entonces terminaba corriendo la agenda para, en vez de entrar a las 9, entrar a las 11 y, en vez de irme a las 6, irme a las 8, porque el tren se despejaba. Había perdido también el gusto a esto de venirme a Buenos Aires y meterme en un café a dibujar mientras hacía tiempo. Esas pequeñas cosas que la ciudad tiene y que las disfruta cualquier turista pero vos no. Ese reseteo lo siento como un poco de resguardo tanto acá como allá. Poder volver y ver que es domingo, no hay nadie, no te cruzás a nadie, no hay autos, saco al perro, estoy en la plaza y quedan dos quemados y dos chicas haciendo aeróbics y nadie más. Es un contraste anímico también y es un lugar propio. Yo sigo siendo uno de Claypole que transitoriamente está en Adrogué, y tengo un poco la sensación de que hay una especie de linaje ahí. Al ser una ciudad muy antigua, con una historia muy rica que también tiene su herencia.”

II.

“Yo empecé haciendo imágenes para músicos que estaban en la zona sur porque yo estaba en la zona sur y porque las salas de ensayo a la que caía eran esas y porque mi amigo tocaba el bajo y me llevaba no sé dónde y yo tenía la cámara y empezaba a sacar fotos, después flyers, y discos… La zona sur tuvo un momento así, una generación muy voraz en términos artísticos, musicales. Había muchas bandas, vos salías un miércoles, un jueves, un domingo y en cualquier bar había tres pibes tocando, uno tenía 17, otro tenía 40 y eso estaba en funcionamiento. Pero no llegaba a ser el indie. Como un movimiento. Claro que Buenos Aires eso lo tiene, entonces es más fácil inscribirse en un contexto”.

III.

“Una noche, me habían invitado a una muestra de afichismo polaco en el Sívori y cuando estoy por salir, me cae un mail… Ya para mí salir tiene toda una dinámica con lo que implica trasladarse a Buenos Aires: me tengo que preparar 2 horas antes, tratar de que no me falte nada en la mochila. Siempre ando como un ekeko, cargado de cosas. Bueno, ya estaba saliendo y me llega este mail de un tal François Mussard que dice que es diseñador de París, que está viviendo en Buenos Aires con un PDF que pesaba una tonelada. Como estaba quemando aceite porque no llegaba, lo abrí, lo miré por encima y me gustó, así que le contesté ‘mirá, yo estoy yendo a este lugar. Si querés nos vemos ahí’ Y me dijo ‘buenísimo, ¿cómo te encuentro?’ Le di mi teléfono y me fui. Estuve ahí una hora pululando, viendo los posters y eventualmente nos encontramos. Y ahí se largó a llover a morir, una tormenta tan fuerte que no me podía volver. Ahí hay una definición de la distancia que fue ‘bueno vamos, te invito a comer a casa. Él estaba con la mujer, comemos, tomamos algo… Y nunca dejó de llover. Por ahí no llovía esa noche, o tal vez él me escribía un día después y mi yo le decía ‘qué fiaca ir a capital’. François resultó ser un tipo super interesante, nerd como yo, que conocía a los polacos porque él estuvo ahí, se educó en París y aparte ochentero, entonces fue grafitero en los túneles de la ciudad. Fue asesor del Ministerio de Cultura de París y por las cosas de la vida terminó acá. Sostuvimos la amistad un par de años aunque nos veíamos mucho menos de lo que nos veríamos después. En un momento entré en la editorial Sudamericana y tenía una posición medio extraña, era una especie de asistente de la gente coordinaba las tapas, pero no había un departamento de diseño interno y no tenía que hacer tapas pero tenía la puerta abierta a sugerir tapas si algo me interesaba pero no me aprobaban nada. Yo venía con mi cabeza de hacer cosas en la bici con amigos, laburando un poco en tribu y deshacer flyers para las bandas de mi amigos que en lugar de Uma Thurman era Kill Bill con una china gauchesca. Entonces cuando me encontré con esa estructura, no sabía qué hacer conmigo y me empecé a frustrar. Un día me avivé y dije ‘che, François vive acá a dos cuadras’, entonces le dije ‘estoy yendo todas las semanas, te vengo a ver los miércoles, te muestro qué estoy haciendo a ver si me tirás una onda porque no me aprueban nada’. Entonces me iba a lo de François y él se hacía el chef. No cocinaba tan bien, después lo supimos, pero para mí era un banquete: un amigo que te espera así, te pone una copa de vino y te decía ‘buenísimo, tengo un libro para eso’ y traía unas cosas increíbles que yo no había visto. Y nos quedábamos hasta altísimas horas hasta que él decía ‘¡Suficiente!’ y guardaba las cosas y me llevaba a un bar. Lo mismo que yo hacía en la bici y terminábamos en los bares haciendo garabatos un poco chuecos por las copas y al día siguiente me iba a la mañana a la editorial. Posta, ahora que te lo digo me estoy dando cuenta de que es una dinámica muy parecida a la época de la bici, llegaba, me sentaba en la compu y probaba y así alguno entró. Su gran consejo era que yo tenía que dibujar más, me decía ‘dibujá porque es otra forma de usar el cerebro’. Y a partir de ahí se volvió más formal, empecé a ir miércoles y viernes y hablábamos de su trabajo y del mío y de la vida… y así pasamos unos tres años. Fue una educación seria pero no formal. Un máster andá a saber en qué. Él tenía mucha experiencia en diseño editorial, no solo tapas, era hijo de un ex-militar de la legión extranjera y una mujer de negocios, una librera que metió libros de varias editoriales en todo el territorio francés, entonces conocía el paño, quizás no tanto en la materia gráfica —mi sorpresa vino ahí— sino en lo práctico: ‘hablales en términos prácticos, no le hables de niveles de lectura esto es más caro, esto es más barato’. En mi relectura de esa época, todo eso fue una construcción involuntaria. François enfermó, falleció en Francia y antes de irse me sentó con los autores y heredé su trabajo con un libro que es casi una enciclopedia. Es el registro histórico de un instituto de arte moderno pre-Di Tella, en Buenos Aires que tenían un premio, el Premio Marcelo de Ridder, que fue quien lo creó y su familia tiene un proyecto para que ese libro exista. Y es el último libro que nos queda que empezó François. Y todo esto porque un día la distancia determinó que conociera a ese tipo. No sé si la distancia me identifica, pero sí me determina.”

IV.

“Todo el tiempo pensamos que estamos en Lanús cuando damos clases en Lanús. Hay algo de esa toma de conciencia que es importante. Hace poco invitamos a un pibe que es productor de Lali y de Dante Spinetta, Lautaro Espósito. A él lo conozco por laburo y un día, hablando de cualquier cosa me dice ‘yo estudié en Lanús pero no me recibí’ y le dije ‘pará, vos tenés que venir para que nos enteremos de que Lanús está en el mundo’. Porque los dos pensamos en algún momento que era medio improbable que tuviéramos un lugar para hacer esto, bah para hacer ALGO. No es sólo el destino el que decide. Él tuvo que dejar de estudiar porque necesitaba empezar a trabajar y le quedó el eco de la Universidad de Lanús y se lo contó a los chicos, de hecho estaba muy emocionado por volver.

Estudiando en la UBA yo me sentía un poco hostilizado por el entorno, porque sentía que tenía que aprender un lenguaje que no era mío. Es algo que va más allá de los contenidos, tiene más que ver con las formas de acceder a ese contenido. En cambio, la UNLA tiene una gestión bastante nueva y una carrera que es nueva, no sé si tiene 17 años nada más y me da la sensación de que ese lenguaje la UNLA se lo pide a los estudiantes. ‘Bueno, ¿vos qué tenés? ¿Qué pensás? ¿Cuáles son tus fortalezas? ¿Cuáles son tus debilidades? Traelas y construyamos alrededor de eso.’”

V.

"Para mí Fito aparece re temprano. La primera vez que algo que yo cantaba y también lo cantaba alguien más que mis papás en mi casa. Yo estaba en el jardín y el profe de música agarró una guitarra, nos dio un triángulo y todos entonamos la canción sin haberla estudiado. Esa dimensión social de la música, es casi mi primer recuerdo. Siempre fui seguidor de su carrera, de ir a verlo, muy fan y teníamos amigos en común, así que una vez me escribió porque estaba por publicar una novela. Calculo que ya habría visto algunas tapas de las que yo hacía para la editorial, y él tenía algunas ideas y quería contármelas. Y ahí empezamos a hacer unos bocetos. Y después hicimos migas, nos llevamos bien y hablamos mucho. Compartimos signo, cumplimos años medio cerca, tenemos la misma manera. Es una relación parecida a la de François: no hubo que aprender ningún lenguaje. Ya hablábamos más o menos de las mismas cosas, sabiéndolo o no. Y él me pedía cositas. Primero hicimos la tapa del libro y después me dijo, ‘che, ¿no querés probarte algo?’ Creo que tocaba en el Luna Park. ‘Hay un tema que es súper complejo porque es una mujer torso y un tipo que se dan un beso en un apocalipsis y qué sé yo’. Y yo que siempre tengo amigos delirantes al lado, y le dije esto a Alejandro Pippa que es animador y nos imaginamos cómo era la mujer torso, nos pusimos a investigar películas, hicimos unas pantallas para ese show y de ahí en más fue in crescendo, un volumen de laburo cada vez más grande. Cuando terminamos de trabajar en el disco, La conquista del espacio, se iba a presentar el 13 de marzo en Rosario, y estábamos en la ruta en camino pero nos tuvimos que volver porque se suspendió el show por la cuarentena. Habíamos diseñado el stage con unas torres… y a mí se me quebró el corazón porque además era, posta, mucho, mucho tiempo de trabajo. Era una cosa que habíamos empezado a pensar en una casita en Córdoba viendo videos de cosas muy viejas y estudiamos más un registro Tarkovsky, Kubrick, todo eso, y diseñamos desde el traje lunar con el parche hasta una simbología para cada tema, pensamos las fotos, tenía una cuenta regresiva, despegaba el cohete y el monumento a la bandera salía volando… y todo eso quedó ahí, pólvora mojada. Nos guardamos seis meses de pandemia y ahí fue que hizo un streaming que fue en el Movistar Arena, entonces pudimos adaptar esas imágenes. Él es un indagador del misterio, siempre quiere ver qué más y busca cómo mirar lo mismo de otra forma. Y con el disco Futurología Arlt hicimos una exploración así, también. Pude explorar y mirar fotos de casas, a ver cuál podía ser la casa del astrólogo Banfield, recorrer todo ese camino, la escena en la que él se encuentra chica en el tren y pensar cómo, buscar imágenes de cómo eran los trenes antiguos y cómo era eso en los años 30. Si la cinta del ventanal, que es la que te deja ver la línea de horizonte, y las casitas, y los árboles, y un puente, y un baldío, eso debe haber sido muy similar. Esa comparación la tuvimos durante los meses que duró eso y en esas cosas jugué de local porque lo que pasó con ese disco es que, en realidad es un ballet, que Fito escribió en los 90s y que nunca terminó, y tenía unas ideas musicales y las terminó de armar en pandemia. Y estaba la posibilidad de que volviera a funcionar como ballet, pero por las restricciones y que no se podían juntar tantos bailarines al final no pasó. Pero durante un momento fue una posibilidad y la empezamos a ver también con Daniel Santoro y Daniel tiene sus libros, sus bocetos y su imaginación del mundo arlteano y los lanzallamas y Los siete locos los tiene bien curtidos. Entonces fueron dos o tres reuniones así con ellos, donde ellos tiraban cosas y yo decía ‘bueno esto puede ser, esto no, y entonces ahí sí sacaba la casona de Banfield, la casita del transformador inglés al que le sale una antenita. Y ahora tiene casas alrededor pero en ese momento estaba en el medio de un bosque. Todo ese registro visual que está bastante más quedado en el tiempo de lo que parece o de lo que uno creería ahí está. Después por lo de la pandemia no se pudo y ya entró como la rueda de Los Años Salvajes. Pero es un disco hermoso y es algo que él puede hacer y que tampoco sé si encontramos muchos referentes que puedan grabar un disco a esa escala, con ese nivel de producción, con una orquesta checa de 500 bichos, grabada por Zoom y él dirigiendo la sesión, con tres o cuatro instancias de postproducción, tres productores... Hay algo en ese cruce de cosas que se lo ves a hacer a Bob Dylan y decís ‘claro, a Bob Dylan ya no saben qué más ofrecerle’ pero acá el que lo pide es él y hay que seguirlo eso. Está cruzadísimo por un montón de discursos y Fito, él mismo. Para mí la gran dicotomía es que no sé si es músico, si es director de cine, si es escritor, ya cuesta hacer ese jenga para ver qué es. Lo que subyace a todo eso es su humanismo, su preocupación por las personas y la ciudad y cómo nos encontramos ahí."