“¿Usted piensa rendir así?”, le dijeron a Ou Martegani mientras entraba al aula para dar su primer examen de la carrera de Medicina en la UBA. “¿Así cómo? ¿con esta facha?”, podría haber contestado aprovechándose del doble sentido. La docente lo increpaba por los tatuajes, los aros y su cresta frondosa. “En esa época me nombraba como lesbiana. Si vos me preguntabas entonces qué me pasaba en el cuerpo, lo sabía, pero no sabía qué era la transexualidad o que tenía esa posibilidad”. Ser torta obvia hace no tantos años en la facultad de Medicina, “un espacio hetero por donde se lo mire”, tenía sus costos. Tampoco era cien por ciento gratis la cursada: “Cuando dejo de estudiar, lo hago muy quemado. Toda la carrera la hice trabajando. En un momento trabajaba en la semana y el fin de semana. Me fui chico, a los 20, de la casa de mi mamá y mi papá. Así que necesitaba los laburos para poder estudiar una carrera que incluso en la universidad pública es de elite’”.
En estos casi diez años en Medicina me imagino que deben haber cambiado algunas cosas.
-Hay un clic que se nota en todos lados. Hace poco estaba en una clase con ciento cincuenta personas. Y el profesor para dar un ejemplo sobre biofísica cita una situación en la que le cae dinero del cielo. Y dice: “De pronto podría comprar autos, mujeres…”. Silencio. Él mismo hace silencio. Murmullos en toda la clase como diciendo “¿¡Qué!?”. Ese comentario tan al pasar hubiera pasado desapercibido en esa facultad hace muy poco. Sigue siendo igual un espacio hostil. Cualquier estudiante te puede decir cuánto se parece a un régimen militar: los rankings, los concursos, los modos, las jerarquías, los turnos inhumanos de la residencias.
La residencia como colimba…
-Y sí… a no ser que sea residencia en medicina general, que es mucho más amable. No hay tanta verticalidad en la residencia de medicina general como sí suele haber en las especializaciones. Y no casualmente de la mano de médicos generalistas es que están surgiendo ideas como la Red de profesionales por el derecho a decidir.
¿Hay una cuestión de elite en las especializaciones?
-Hacer neuropsiquiatría, por ejemplo, donde hay mucho machismo y el residente de segunda basurea al de primera, puede ser una pesadilla. De todos modos estudiar Medicina es para la clase media para arriba. Por razones obvias. En principio es muy difícil hacerla trabajando. Y aunque lo hagas después de no te da el cuero para entrar a la residencia. Y eso en general no es cuestionado.
Si no aparece la pregunta por la clase, ni hablar de género…
-No existe la idea de mujer con pene u hombre sin. No existe en el lenguaje. Desde el centro de estudiantes hay algún impulso para hacer una cátedra de salud reproductiva. Nada más. Y cuestionamientos dentro del aula hay muy pocos. Si a vos la autoridad en el aula te habla como si nada de comprar mujeres, no les vas a ir a hablar de transexualidad…
¿Qué cambiarías de la carrera?
-A muchos profesores. Lxs médicxs y sus prácticas no salen de repollos. Tiene que haber una ampliación de la mirada, en cuanto a la diversidad sexual. Tiene que introducirse una perspectiva de género que no hay, aunque sea mínima, y como algo transversal, no como un tema optativo que se comenta al pasar en una materia. Que circulen otros lenguajes. El problema es que hay tanto atraso, que se necesitaría una revolución casi total del plan de estudios y de las jerarquías de las cátedras. Quizás pueda tener que ver con un recambio generacional. Muy de a poco ves algunos intentos por parte de los ayudantes de primera, lxs docentes más jóvenes. Sucede que por el sistema jerárquico que hay en la carrera no tenés posibilidades de discutir las líneas que baja el profesor, porque es la misma persona que después te va a tomar el examen. Te preparan para trabajar de un modo poco humano.
¿En qué sentido?
-El cuerpo ante este tipo de miradas pasa a ser un objeto. Recién ahora empieza a circular tímidamente la palabra “integral”, la idea de que una persona no es un síntoma. O que el síntoma puede responder a más de un factor, que una persona no es una máquina o una linealidad. Es difícil graduarte y no terminar pensando así. Vas a ver un cardiólogo, por mencionar una especialidad, y esa persona estudió para estar ahí frente a vos, por lo menos, once años. Pero es tan notable a veces el maltrato o el desinterés por lo humano, que te lleva a preguntar: ¿por qué estás haciendo esto?
Socorristas en red
Ou retomó Medicina hace dos años, un poco después de acercarse al feminismo, al socorrismo como práctica militante y de empezar su transición. En el medio viajó y estudió kinesiología (y se especializó en acompañamiento a personas con diversidad motriz). Desde 2016 es asistente en el equipo interdisciplinario de Interrupción Legal del Embarazo en una asociación vinculada con temas de salud. Es también integrante de Socorristas en Red / Feministas que Abortamos (socorristasenred.org), desde donde se brinda información y acompañamiento a personas que deciden interrumpir su embarazo a través de una línea pública presente en todo el país que oficia de “mientras tanto”, hasta que se consagre por ley el derecho al aborto legal, seguro y gratuito.
¿Cómo llegás al socorrismo?
-Por amigas que me introducen al feminismo. Entré por ahí como podría haber entrado por otros lados. Y es algo que me convoca mucho por su urgencia. Son tantas las historias de horror que te empiezan a llegar todos los días que no podés no actuar. La semana pasada nos enteramos de una causal violación de una nena de ocho, de otra nena de doce. A la de doce le pusieron una cantidad de trabas y papelerío insoportable para acceder a la interrupción legal que le corresponde. Parece mentira: ¿no era que acá en Capital después del fallo F.A.L. (ver recuadro) ya nos habíamos puesto de acuerdo?
¿Y en la ONG qué hacés?
-Soy orientador en el equipo de ILE. Acompañamos interrupciones legales del embarazo con pastillas o con AMEU (Aspirado Manual Endouterino). Es un equipo de gente poco usual en el sistema de salud. Un oasis en el paisaje de la medicina, donde lo más común es que cuando entrás a un hospital ya no sentís que tu cuerpo sea tuyo. A un hospital entrás por una molestia y te acuestan e inyectan algo que con suerte te explican qué es, sin contarte que opciones tenés. Si ésa es la lógica hospitalaria para cualquier situación, imagínate en caso de aborto.
¿En qué consiste el trato amigable?
-Trabajar con la idea de que se está tratando con una persona, que es una historia, una identidad que puede variar, entre muchas cosas más. Preguntar siempre cómo le nombran, más allá de si hablamos o no con alguien trans. Hay muchos motivos por los cuales una persona puede no identificarse con el nombre del DNI. Explicar todo, que la persona pueda ir dirigiendo los tiempos del procedimiento en la medida de lo posible.
¿De aborto qué se enseña en la carrera?
-Se menciona apenas en la materia Medicina Legal y tal vez algo en Salud Pública. En Ginecología y obstetricia cuando se menciona el aborto es para enseñarte lo que tenés que hacer cuando te llega uno en curso para detenerlo y salvar al feto. Los profesionales que saben sobre esto lo aprendieron por sus propias vías. En Farmacología se nombra el Oxaprost (la marca más común de misoprostol) sólo para decir que está contraindicado para embarazadas.
¿Cómo trabajan en la Red de socorristas?
-La persona pide ayuda a una línea pública. En la página están los números de todo el país. Articulamos con efectores de salud, con las particularidades de cada territorio. La persona recibe un acompañamiento feminista. Le damos la información para que se lo haga de manera segura con pastillas. Y después hacemos un seguimiento telefónico. Cuentan cómo les fue. Si algo llega a complicarse la Red tiene la data de a qué lugares podés ir. Si surge lo que llamamos pautas de alarma, una hemorragia, por ejemplo, debe ir a una guardia de hospital.
¿Les dicen a qué guardia ir?
-Sabemos que hay lugares más amigables. Hay lugares a los que directamente les decimos que no vayan, donde hay muchos riesgos, desde que te maltraten hasta que te denuncien. Porque si bien existe el secreto profesional, también sabemos que Belén (Tucumán) estuvo dos años presa. Muchas veces un embarazo no deseado pone en riesgo la salud integral de las personas. El artículo 86 del Código Penal dice que una persona puede interrumpir su embarazo si pone en riesgo su salud o su vida o si fue violada. La Red de profesionales por el derecho a decidir -y también algunas personas por fuera de la red- toma la definición de “salud” de la Organización Mundial de la Salud. Es decir: la salud es física, psíquica y social.
Me imagino que depende de que te acerques a ciertos profesionales y no a otros.
-Depende de quién lo interpreta. Es por esto que también hay protocolos de ILE (Interrupción Legal del Embarazo). No es que los médicos ponen en la planilla “es una ILE” y listo. Se le hace una entrevista donde se analiza si el embarazo pone en riesgo su vida o su salud, por lo que tiene derecho a acceder a un aborto no punible. En el caso de que sea causa de una violación basta con que la persona (y su representante legal en caso de menores de 14 o una persona con discapacidad) firme una declaración jurada, no se le puede exigir una denuncia penal. Todo esto queda asentado en la historia clínica.
Es una cuestión de derecho a la información también…
-Sí. Si vos manifestás: aunque me acompañen o no, yo voy a abortar, lo que se activa es el derecho que tiene cada persona a recibir información. En salud ahora se está hablando mucho de “transparencia activa”, esto es que el personal de salud tiene la obligación de decirte a vos cuáles son las opciones. Así que brindar la información de cómo abortar con pastillas de un modo seguro a una persona que me dice que lo va a hacer de todos modos es mi obligación o debo derivar a la persona a profesionales que puedan ayudarla.
¿Cómo se da el paso entre la información y conseguir el misoprostol?
-Es la parte más difícil. Digamos solamente que en general se consigue. No siempre. Y es cuando empezás a escuchar las peores historias, las de las personas que recurren al mercado negro. El esquema que la OMS recomienda es de doce pastillas. Son doce divididas en tres tandas. Todas por la vagina o todas por debajo de la lengua. Muchas personas lo hacen sin información. A una la tía le había dicho que se pusiera una pastilla debajo de la lengua y tres por la vagina. No funcionó. A la semana seguía embarazada. Volvió a intentar pero esta vez con ocho pastillas. Tampoco funcionó. Después probó otra “técnica”: una por día durante dieciséis días. Obvio que tampoco funcionó. A todo esto había gastado un montón de plata compradas en el mercado negro.
Después tenés el mercado negro de los raspajes, te los cobran hasta treinta mil pesos. Ni hablar de las condiciones en que se hacen. Eso ya lo sabemos. Hay pibas que sacan créditos para hacerlo. Chicas que tienen tres hijos y te dicen “mi marido no se quiere poner un forro”. Y yo pienso: te diría que abortes y que lo abortes también a tu marido. Si algo tiene en su cabeza esa persona, es que no quiere continuar ese embarazo. Y acá lo conecto con transexualidad.
¿Por qué?
-No importa si el Estado te da el acceso a la salud que necesitás, lo vas a hacer igual. La responsabilidad de que todo esto sea tan complicado es del Estado. La persona que antes de la ley de identidad de género estaba por iniciar una transición de género y la que ahora está por interrumpir un embarazo que no desea en algunos puntos pasa por situaciones similares: estoy segurx de algo, pero tengo miedo, no tengo información, no tengo idea de qué hay que hacer o cómo conseguirlo. Y capaz tenés la suerte de tener un contacto: la amiga de mi prima que había abortado, la prima de mi amigo que es trans. Por suerte hay redes y en el mejor de los casos la información que circula en esa red está chequeada…
¿Y en el peor de los casos?
-No sé cuál es el peor, pero una posibilidad muy mala es caer en un centro católico. Si gugleás “cómo interrumpir un embarazo”, podés caer en una de estas páginas. Ves un anuncio que dice “Llamá ya. Te podemos ayudar”. Y, claro, estás desesperada. Llamás, te citan en un departamento prometiéndote el aborto. Llegás y te ponen un video.
¡Una intervención antiderechos!
-Sí, con el típico video con pedazos de feto en contraposición con una madre feliz con bebé feliz. “Así puede ser el tuyo”, te dicen. Y después de una charla moralista le regalan unos escarpines y le prometen que te van a ayudar económicamente con los pañales. Esta chica a la que hace pocos días le pasó esto mismo que te cuento ya tenía dos hijas. Y ellos le decían: si vos hacés esto, tus hijas lo van a sentir, se van a dar cuenta. Y sucede todo el tiempo. ¿Te acordás la loca del video del bebito que circuló por las redes hace unos meses? No es ni una exageración.
¿Con misoprostol es más seguro que la aspiración?
-Depende. Con el aspirado no hay falla. En cuando al misoprostol, el fármaco que hoy tenemos en Argentina se llama Oxaprost, que no está pensado para interrumpir el embarazo, sale al mercado con otra finalidad. Y entonces hay otros efectos. Te cambiar el PH, por ejemplo. Y hay distintas variables que influyen en que se facilite o se complique la absorción. Como servir, sirve. Tiene una alta efectividad, si se lo usa bien. Pero hay un margen de falla. Son cosas diferentes. El aspirado es más invasivo. No lo hacés en tu casa, sino que en los mejores casos tenés que ir a un lugar donde te dan una anestesia local. Hay alguien interviniendo en tu cuerpo. Duele según la persona y su estado emocional.
De tu experiencia tanto con Socorristas como en la ONG que hace interrupciones legales del embarazo, ¿qué dirías que es mejor: autogestión o institución?
-No hay un método mejor que el otro, es según la persona. Con las pastillas lo hacés en tu casa, acostada en tu cama. Yo entiendo la idea activista de que no necesitamos de los médicos para abortar, las personas han abortado siempre por sus propios medios. Apoyo la autogestión, claro, pero ya sea para hormonizarse o para abortar, si nos vamos a meter cosas en el cuerpo de las que a veces no conocemos bien sus efectos está bueno recurrir a un centro de salud amigable o a gente que tiene conocimiento. Hoy es posible hacerlo. No digo que la información tenga que venir siempre de médicos pero sí digo que hay que hacer las cosas con criterio. Hoy hay lugares muy piolas que tienen la información de primera y que se corren de todos los lugares opresivos de lo médico.
Teoría y prácticas
Si bien en los últimos años el movimiento de mujeres, el fallo F.A.L, el Protocolo de Interrupción Voluntaria del Embarazo (ILE) y las líneas telefónicas de socorristas hicieron descender la cantidad de muertes por aborto (se contaron 55 en 2015), la ley de aborto seguro y gratuito sigue siendo una de las grandes deudas de la democracia. Mientras tanto, están las redes. Las personas lgbti saben de estrategias de resistencia, de la construcción de lazos e intercambio de información; de llevar adelante los modos de organización de la vida, los afectos, las decisiones sobre el cuerpo propio más allá del permiso de ninguna letra que habilite a ser. La puesta en práctica prepara el terreno, las condiciones materiales, para que la ley pueda surgir, en muchos casos como reconocimiento ante los hechos consumados. “E incluso en presencia de la ley -dice Ou- no se termina de abarcar todas las realidades. Y la realidad tampoco responde cien por ciento a lo que dice la ley. Un ejemplo es la Ley de Identidad de Género, es necesaria y se luchó mucho por ella y sin embargo refleja y a la vez no puede reflejar todas las posibilidades”.
¿Qué solidaridades o puntos de contacto ves entre el socorrismo y el activismo trans?
-Si pensás en que más allá de la existencia de la ley hay un montón de pibes y pibas que quieren realizar un tratamiento de reemplazo hormonal o una cirugía y no es que van a un hospital y lo obtienen automáticamente, ves que en un punto les pasa lo que mismo que hoy pasa con el aborto, que al final depende de quién te escucha. Podés llegar a una guardia con un aborto en curso y al final depende con quién te encuentres ahí. Podés encontrarte con un endocrinólogo que te maltrate. Yo tengo un vínculo muy bueno con la doctora que me acompaña con mi terapia hormonal y ella me deriva casos de personas que necesitan asesorarse para interrumpir su embarazo.
No parece casual esa coincidencia…
-No, claro. Una vez que llegamos al consenso de que las personas deberíamos poder decidir sobre el cuerpo, cae todo de maduro, todo se conecta. No sólo es un tema de los profesionales. Las personas que van a hacer una consulta tanto para abortar como para empezar su transición suelen tener algo en común: enseguida quieren explicar los motivos por los que lo quieren hacer. La idea de que no tienen autonomía sobre sus cuerpos la traen incorporada. Hay algunos médicos que conocen los planteos básicos de la ley de identidad de género, pero cuándo les explico que yo me llamo “Ou”, que es la raíz del nombre que me pusieron mi padre y mi madre al nacer, que voy a cambiar mi nombre y no mi género, ya se les hace una ensalada.
¿Y por qué decidiste no cambiarlo?
-Porque si caigo en cana me van a mandar al penal que me corresponde por el DNI. Ser activista y militar el aborto, desgraciadamente, te hace pensar que podés ir detenido en cualquier momento. Incluso hoy se llevan gente detenida por estar en una marcha. Y no me gustaría caer en un penal masculino. Me cambia que la persona que me cache sea una oficial mujer. Si bien dar información no está penado, pensar que eso hoy es una garantía es ingenuo.