Revuelven basura, golpean puertas, cirujean para tener pan, se agolpan en comedores barriales, piden repetir otro plato en las escuelas. Niños y niñas con hambre, padres sin trabajo, familias desintegradas por la desesperación. El creciente malestar de la sociedad con la clase dirigente se comprende cuando un chico/a deja de ir a la escuela para mendigar o juntar cartones para aportar a la sobrevivencia familiar.
La pobreza infantil en Argentina es del 62,9 por ciento y alcanza a más de 8 millones de niñas y niños, según UNICEF. El trabajo infantil en nuestro país se expresa de manera diversa pero obedece a causas comunes: la pobreza y la explotación.
Para sensibilizar sobre este tema, poner en relieve la grave situación de los niños, niñas y adolescentes, y concentrar la atención en las medidas para erradicar su explotación laboral, en 2002, la Organización Internacional del Trabajo Infantil (OIT) instituyó el primer Día Mundial del Trabajo Infantil.
Por su parte, la Organización de Naciones Unidas declaró al 2021 Año Internacional para Eliminación del Trabajo Infantil, con el compromiso de los Estados miembros de tomar medidas y ejecutar acciones que prevengan, concienticen, sensibilicen y pongan fin al trabajo infantil. Esta violación de los derechos humanos que priva a los niños de su infancia, su potencial y dignidad y es perjudicial para su desarrollo físico y psicológico, va en contra de los principios establecidos en la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), tratado internacional adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1989. Cabe destacar que la meta 8.7 de los objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU exige el fin del trabajo infantil en todas sus formas para 2025.
"No soy solo Felipe, soy los 152 millones de niños en todo el mundo que están en trabajo infantil". Así abría su discurso Felipe Caetano, un adolescente brasileño en la reunión del Consejo Ejecutivo de UNICEF en Nueva York en septiembre de 2019. Para su infortunio y el de la humanidad, la explotación infantil siguió creciendo.
En la actualidad, hay 218 millones de niños de entre 5 y 17 años que se encuentran ocupados en la producción económica, según la OIT. De ellos, casi la mitad (152 millones) son víctimas del trabajo infantil y 73 millones se encuentran en situación de trabajo infantil peligroso. El 70% de los casos de trabajo infantil (112 millones de niños) se dan en el sector agrícola, seguido del 20% (31,4 millones de niños) en el sector de servicios y el 10% (16,5 millones de niños) en el sector industrial. Casi el 28% de los niños de 5 a 11 años y el 35% de los niños de 12 a 14 años que trabajan, no están escolarizados.
En estos 40 años de democracia ininterrumpida en nuestro país, erradicar el trabajo infantil es una deuda pendiente. Según el último relevamiento del INDEC, en el año 2022 había 1.037.000 niños, niñas y adolescentes de 5 a 15 años que realizaban alguna actividad económica, lo que representa el 10% de la población de esa franja etaria. De los cuales el 24,6% lo hacía en el sector agropecuario, el 18,9% en la industria manufacturera, el 16,8% en el comercio y el 13,4% en la construcción.
“Trabajamos de día para comer a la noche” describe Sandra, una niña tarefera víctima de la explotación laboral. Trabaja en la cosecha de la yerba mate, una de las peores formas de trabajo infantil, ya que implica riesgos físicos, químicos, biológicos y psicosociales. Es víctima de un trabajo duro, peligroso y mal remunerado, que realiza en condiciones precarias y sin protección social. Las manitos de Sandra están lastimadas, curtidas, agotadas de tanto cortar ramas y hojas en el yerbal. Privada de asistir a clases, ante la imposibilidad de combinar el estudio con un trabajo agobiante, tuvo que abandonar la escuela. A diario, en la tarefa, está expuesta a riesgos de accidentes por el uso de herramientas cortantes, intoxicaciones por la exposición a agroquímicos, enfermedades por el contacto con plagas o animales ponzoñosos, estrés o abusos por las largas jornadas y las presiones de los contratistas.
Algunos datos: el 90 % de la yerba mate misionera que consumimos contiene trabajo infantil. El 16 % de niñas y niños que cosechan yerba mate no concurrieron nunca a la escuela. El 55 % de sus padres se dedica a la tarefa porque no consiguió otro trabajo; solo el 60 % terminó la primaria.
“Voy a cuarto grado, me gusta la escuela ¿está mal?” preguntó Estela, una alumna del bajo Flores, cuya historia de vida denunció el trabajo infantil doméstico y su incidencia en el rendimiento escolar, retratando las vinculaciones entre género, trabajo infantil y educación.
En el mundo hay 17,2 millones de niños y niñas realizan trabajo doméstico con o sin remuneración en la casa de un tercero o empleador; de estos, 11,5 millones se encuentran en una situación de trabajo infantil, de los cuales, 3,7 millones realizan trabajos peligrosos (21,4% del total de niños trabajadores domésticos).
El trabajo infantil no solo afecta a los niños, niñas y adolescentes que lo realizan, sino también a sus familias y a la sociedad en su conjunto. “En tiempos de cosecha no hay feriados, no hay domingo”, dice Fischer, un tabacalero que sin dejar de trabajar relata el sufrimiento de lidiar con el tabaco. A su lado, sus hijas en edad escolar clasifican y atan las hojas de tabaco. Sus manitos tienen las huellas penetrantes de los herbicidas, dando testimonio del por qué es una de las peores formas de trabajo infantil. Los riesgos a que se exponen son idénticos a las niñas y niños tareferos. Según la EANNA del INDEC, en 2017-2018 había unos 715.484 niños y niñas de 5 a 15 años que trabajaban en el sector agropecuario en Argentina, de los cuales el 11% lo hacía en la cosecha del tabaco.
Estos datos dan cuenta de la vulneración de los derechos de la infancia y cómo contribuyen a la reproducción del ciclo de pobreza y exclusión social, al limitar las oportunidades educativas. A la niñez se le roba su derecho a jugar y acceder a una educación de calidad. Es imperativo erradicar las principales causas del trabajo infantil: la pobreza y explotación. Un 60% de los niños argentinos es pobre --de un total de 18 millones de pobres--, un 30% no se alimenta bien y un 12% directamente está en situación de hambre.
No podemos permitirnos ser indiferentes ni pasivos ante esta realidad. Queda mucho por hacer: seguir promoviendo el acceso a la educación de calidad; fortalecer la legislación y la fiscalización sobre el trabajo infantil y el trabajo forzoso; promover la protección social y los servicios de salud para las familias vulnerables; fomentar la participación y el diálogo social entre los actores involucrados: gobierno, empresas, organizaciones, comunidades y familias, sensibilizar e informar sobre los efectos negativos del trabajo infantil y los beneficios de su eliminación.
Debemos devolverle a la niñez la vida a la que tiene derecho y comprometernos con un desarrollo económico nacional que permita un trabajo digno para los adultos de las familias, a fin de que las niñas y niños no se vean obligados a trabajar.
El Estado debe exigir a las empresas el cumplimiento de las leyes y condiciones salariales dignas. Esa capacidad estatal, esencial para tensar intereses poderosos, sólo podrá fortalecerse si la sociedad coincide en la necesidad de proteger a nuestras infancias y juventudes en un pacto que incluya a todas las expresiones políticas. Es un compromiso que debemos asumir los adultos ante las generaciones más jóvenes.