¿Por qué el taller se llama Máquinas de mirar?
Fernanda Alarcón: Es un recorrido posible de la colección del museo, para pensar los modos de ver y la relación entre las obras, el cine, el espectáculo y el género. Se pone en cuestión el museo como lugar para ver pero también como heterotopía aislada del afuera. El museo es un lugar muy pensado por los estudios de género de la mano de Preciado y Griselda Pollock. Proponemos ponerse los anteojos de género y venir a ver estas obras que tal vez uno ya haya visto porque están acá hace mucho pero hacerles preguntas nuevas, sobre los cuerpos, el trabajo, el espacio. Las máquinas somos nosotros mismos, en contacto permanente con la polución de imágenes.
¿Por qué insisten con que es un taller y no un curso?
F. A.: Es un encuentro horizontal, con un programa sí, pero que va cambiando porque trabajamos con lo que la gente va aportando y pensando. Agregamos materiales que nos piden o que vemos que interesa trabajar. Trabajamos en el museo, también con videos, películas que proyectamos, hacemos visitas nocturnas a las salas.
En el corpus sugerido hay publicidades, imágenes de redes sociales, de medios masivos, ¿por qué?
Fiorella Talamo: ¡Porque el público lo pide! Es algo que está mucho más al alcance de cualquiera. También en esos otros discursos el género se escenifica y partimos de ahí para después conectarlo con obras.
¿Un ejemplo?
F. T.: En un taller anterior estábamos analizando la obra de Oscar Bony “Familia obrera”. La tomamos para hablar del modelo tradicional y hetero de familia. Esa obra disparó entre los alumnos otra imagen: una publicidad de Coca Cola en la que se ve a un piletero/jardinero musculoso limpiando la pileta con su torso bronceado y sexy. Desde la ventana lo miran los hijos de la casa: la chica y el chico. Se pelean por ir a llevarle una gaseosa helada, pero la madre les gana de manos, o pone orden, y sale con la bandeja divina con una coca lista para el piletero. Partimos de ahí para desautomatizar la mirada. Y nos dimos cuenta de que en este caso nos era más útil para discutir el tema una publicidad que la obra de Bony. Trabajamos con cadenas imágenes: De Bony a Coca Cola, de Coca Cola a Mad men y así.
¿Qué quiere decir “desautomizar la mirada”?
F. A.: Algo muy común es que ponemos a la gente frente a una obra, les preguntamos qué ven. Enseguida buscan el título. ¿Qué pasa si mirás la obra sin tener en cuenta datos enciclopédicos? ¿Qué pasa si no podés googlear quién es la artista? Ese es uno de los ejercicios que hacemos para investigar otros modos de mirar.
Antonio Berni tiene un lugar importante en el Malba y también en el programa del taller.
F. T.: Tomamos su obra “Chelsea hotel” para hablar de la mujer espectáculo. La ponemos en relación con la película Encarnación, de Anahí Berneri. En las dos aparecen cuerpos que parecen estereotipados pero son mucho más complejos. Ramona, el personaje de Berni, es más que una rubia voluptuosa como la que se ve en “Chelsea hotel”. Empieza como costurera y en su devenir de seducción por los oropeles del mundo se convierte en trabajadora sexual, una decisión sobre el propio cuerpo que Berni parece defender. Es una discusión. Suena muy avanzado para Berni pero también está en consonancia con la época, con la segunda ola del feminismo. Algo pescó. Por supuesto, también habla de otras problemáticas sociales, pero hay un vértice de género.
F. A.: Esto nos lleva a preguntarnos cuáles son los bordes que separan lo que se expone como pornográfico y lo que se expone como obra “digna” de museo. ¿Cuál es la frontera entre el desnudo artístico y el erótico? La mirada de género y también la transfeminista son preguntas por los umbrales.
Hay un encuentro dedicado al autorretrato…
F. A.: Viene muy a cuento hablar hoy del autorretrato como género clásico con la saturación de autorretratos contemporáneos, la catarata de sobrexposición.
El Malba es territorio de muestras masivas, en las que el público corre a sacarse la selfie con la obra a veces antes incluso de mirarla. ¿Qué ha cambiado en los modos de transitar los museos hoy?
F. T.: Cuando te sacás una foto con una obra estás hablando, o querés hablar, de vos. El arte ahí es casi una excusa porque ya no importa si lo que querés mostrar sos vos en un recital, vos en la Feria del Libro o vos con la Gioconda.
También es cierto que asociar al arte con la función de demostrar status no es nuevo...
F. A.: Se arma un circuito que no se sabe dónde empieza. Uno hoy puede sacarse fotos de la calidad de las que se sacaban las estrellas del cine porque tenemos las cámaras y los filtros a disposición. Pero, ¿qué es primero? ¿Son los medios los que imponen cierto modo de querer mostrarse? ¿Esto viene desde la época de oro de Hollywood? ¿Es algo nuevo y efecto de la sobreexposición de la imagen? Esto está vinculado con preguntarse por los género, por la construcción de identidad, con lo peligrosa y estática que puede ser la palabra identidad.
F. T.: Para tratar este tema tomamos dos obras que hablan de cómo el artista se expone. Una de Mónica Meyer, “Lo normal”, y otra de Ana Gallardo, “CV laboral”, un audio en el que va relatando todo su CV desde los 14 años.
¿Cuáles son para ustedes las obras más queer del museo?
F. A.: Me quedo con “Bichos”, de Lygia Clark. Engloba ideas de cuerpos, metamorfosis, transmutaciones. Son unos objetos absolutamente disponibles a cambiar de forma. Los vamos a asociar en el taller con el corto de Lucrecia Martel que se llama Muta.
F. T.: Al autorretrato de Frida Kahlo todo el mundo lo asocia a los feminismos más tradicionales, pero para nosotras es súper transfeminista. En ella convergen bigotes, cejas, patillas, y a la vez está maquillada, presentada como una tehuana y mestiza. Depende, claro, de con qué ojos se la mire.l
Máquinas de Mirar. Museo, espectáculo y género. Comienza el lunes 14 de agosto a las 18.30. Más info e inscripción en malba.org.ar