"Si no acabamos con la guerra la guerra acabará con nosotros". La frase del escritor Herbert George Wells es una síntesis contundente del período histórico que nos toca padecer y transitar.
Cada día observamos con horror cómo la destrucción sistemática de poblaciones, ciudades y hasta represas hidroeléctricas es exhibida como espectáculo en los noticieros.
Carros de combate, misiles, drones y demás artefactos de destrucción invaden el paisaje de la devastación.
La guerra que tiene como protagonistas visibles a la Federación Rusa y Ucrania es la expresión más siniestra de la dinámica del capitalismo contemporáneo, porque de un modo u otro involucra a otras potencias como Francia, Alemania, China y por supuesto a Estados Unidos de Norteamérica.
Cuando los organismos internacionales mencionan las crisis humanitarias que provocan los conflictos bélicos se valen de ese eufemismo para ocultar la articulación entre Estados, capital y guerra en alianza y contra miles de mujeres y hombres que sufren calamidades varias en diversas latitudes por causa de invasiones, bombardeos u otras maniobras.
La acechanza de horrores y miserias generalizados para la población del planeta es un riesgo cierto e inocultable del colapso en ciernes.
Lo evidente está la vista: la capacidad de destrucción de los Estados y las corporaciones no es un delirio de una minoría ruidosa, es la prueba contundente del talante predatorio del sistema del capital mercancía.
Carlos A. Solero