Recuerdo una conversación en la que se arrojó la siguiente pregunta al aire: “¿si tuvieras que perder un sentido, ¿cuál sería?”. La charla se desarrolló según las preferencias personales: había quienes defendían que el sentido del gusto o el olfato les parecía fundamental, otros no podían imaginar la vida sin el tacto. Como soy sordo, a mí no me pareció tan difícil proyectar la respuesta y algunos coincidieron conmigo. Es que abandonar del todo las mieles musicales, el cuchicheo al oído o la pelea política a gritos hasta me parecía un buen plan. Pero en la discusión todos parecíamos acordar en una cosa: perder la vista era lo peor.
Hace unos meses tuve la suerte de asistir a una función de Deshojado, unipersonal de un actor ciego con la actuación de Ariel Astrada y la dirección actoral de Marxela Etchichury. La pregunta/consigna planteada como un juego tiempo atrás volvió a mí como esos sacudones que primero te exaltan y luego te entumecen. Un subidón de calor que también trae mucho frío.
Esta sensación se repitió con el estreno de ¿Qué hago en este mundo tan visual?, documental protagonizado por el artista multidisciplinar Zezé Fassmor bajo la dirección de Manuel Embalse. Fueron dos puñales. Alucinaron y revolvieron estas tripas acostumbradas a la exigencia. Y ambas obras las vi. Usé mis ojos que aún funcionan. Las observé. Me topé ante dos producciones visuales sobre personas ciegas para espectadores videntes.
Esto ya suponía un desafío particular ya que el contenido y la forma se presentaban como una suerte de contrasentido en sí mismo. El riesgo de quedar encapsuladas en un relato testimonial estaba latente y en ambos casos mi prejuicio se encargó de tramitar la expectativa. También cabía la posibilidad de que las representaciones produzcan un impacto adverso, un agenciamiento agrio o simplemente rechazo por morbo. Sin embargo, los dos trabajos -con abordajes distintos, pero con material conceptual de base como protagonista- no se demoran en el asunto de la identidad, más sí en la experiencia del cuerpo y el enrarecimiento de la vida dada por la ceguera.
Entonces me encontré usando mis ojos para entrometerme en el universo de quienes ya no usan los suyos de la misma forma, mientras la pregunta/consigna estallaba en mil pedazos.
Toparse con la ceguera
Desandando la huella del bastón, Deshojado se encarga de relatar el primer encuentro del actor con la calle, su cuadra. Ese pequeño trayecto que es uno de los grandes retos para quienes se largan solos a estrenar su ceguera en el espacio público, la obra lo propone como un territorio crucial para comprender; hacerle frente al temor, toparse con los obstáculos de la ciudad sin un hombro amigo, cruzarse con la mirada lastimosa de la gente que aunque no se vea, igual se siente. Ariel Astrada cuenta ese recorrido con la osadía gloriosa de quien atravesó el fuego brumoso de la desorientación y con fuerza suficiente para poder recordar con la astucia de la ironía. Desde el público devoramos con las pestañas, saltando en cada momento del miedo a la risa y de la risa a la desesperación. ¿Qué es esto, si no es echar luz al agujero más oscuro de la diferencia?
Este escenario que retrata la obra, se puede hilvanar con las intervenciones de Zezé Fassmor en el documental. El artista a través de videos de su celular, su cámara de fotos y el asistente personal del dispositivo móvil, construye una suerte de paisaje dislocado de la realidad, dejando entrever un lugar impreciso, extranjero. Aparecen puntos de vista distorsionados, desenfoques teñidos de la exquisitez de Wong Kar-Wai, velocidades cruzadas en las que su autorretrato se refleja a sí mismo ad infinitum. Cada tanto aparece la inteligencia artificial Siri, que emerge como software-prótesis extensión del cuerpo al igual que el bastón y corta el silencio con su voz robótica.
Ese palabrerío -hecho también con imágenes ultradigitales- pareciera cautivarnos desde esa otra dimensión, nos llama de manera impersonal. Con todos estos medios, Zezé suministra datos a su archivo para el futuro donde las promesas de la ciencia y la tecnología cumplan su cometido y le devuelvan la posibilidad de ver. Pero aunque este documental esté repleto de ese material para el después, la preocupación parece oscilar sobre el sujeto de enunciación del hoy, en el que las circunstancias dadas indican urgencias propias de quien tiene muchas cosas para contar que vio en otro lugar, una picazón incontrolable y ansiosa que arrasa con todo.
Como un niño que vuelve desesperado de la esquina con noticias que transformarán al barrio para siempre. En esta pequeña parte del inventario de experiencias que el documental muestra (y te expulsan de la sala con ganas de mucho más), emprenden un viaje hacia un paraíso natural. La primera impresión es una bronca visceral. Ubicar a una persona ciega frente a las Cataratas del Iguazú parece una broma intolerable. Pero solo hacen falta unas pocas escenas para interpretar la pregunta del director sobre cómo se percibe un paraíso visual sin la vista. ¿Un paisaje se siente en la piel? ¿se puede escuchar? ¿Qué aroma es suficientemente aroma para ser una maravilla natural legitimada por organizaciones mundiales?
Gran acierto de Embalse porque a pesar de ser una persona vidente, elaboró una plataforma para que se produjeran interrogantes por fuera de sus privilegios, siendo muy delgada la línea que separa eso de la apropiación o el cripwashing. Las preguntas del documental, nos empujan a lo más profundo de la herida que nos separa como especie del resto de la tierra: ¿cómo percibimos desde afuera el lugar que habitamos? Ese tajo que nos confronta con el resto de lo vivo, Zezé lo cauteriza de un bastonazo al encontrar empatía amiga con un mono con cataratas. La cicatriz que resta es la huella de la diferencia que señalará para siempre que ya nada es igual. Queloides formado por exceso de poesía.
La belleza del deseo
Una semilla parecida brota cuando Ariel relata en la obra que está de levante en un bar. Las amigas le describen un chongo, atribuyéndole un puntaje para que no pierda criterio y encara con la fuerza disponible que logra amontonar. Hasta ahí, el guión no resulta muy distinto para la comunidad vidente, de hecho, hasta parece un alivio que el oculocentrismo no sea el panóptico mediador del goce por un rato.
¿Acaso no sufrimos todos las conjeturas sobre cómo lucimos para alguien por el que nos sentimos atraídos? Pero las habilidades perceptivas y relacionales que el protagonista nos presta por un rato, nos contraen al tamaño de un insecto por semejante audacia. Nos inyecta de una simpleza vigorizante con la capacidad de levantar todos los muertos de la historia. Reduce el problema de la imagen propia y ajena a un segundo plano para reivindicar la belleza del deseo. Es que los juegos de sabanas y la sensiblería cachonda de una noche cualquiera pueden con todo corazón. Etchichury y Astrada han sabido ajustar las clavijas temáticas del guión para que el itinerario que recorre la obra muerda tierno y no expulse. Un punto dulce entre normalidad y extrañeza.
Eclipse ocular
En una conversación posterior a la obra de teatro, Astrada señaló que lo que él ve, es una “feta gris de nada”. Zezé en la película describe la ceguera como un “eclipse ocular”. Estas descripciones son bastones para los que aún vemos. Instrumentos que nos permiten guiarnos en ese lugar impreciso del que no sabemos nada, pero que algo percibimos. El territorio de la interioridad donde acontecen formas de producir sensorialidades por fuera de la norma. También nos sirven para recordar el privilegio de conservar aún la vista sin la musicalidad edulcorada de la compasión, pero siempre señalando un rastro de melancolía.
En ninguno de los dos casos se rinde pleitesía a la identidad, el documental y la obra de teatro son un embate duro pero amable a la existencia. Las condiciones debilitantes de los protagonistas no se presentan como medallas de coherencia para alardear, más bien son lanchas navegando por la imaginación hacia un destino incierto. Colmadas de sensaciones corporales más que reiteraciones de la razón, ambas obras son convites para insistir en la pregunta sobre cómo se organiza el mundo a través de los ojos. Sobre la dinámica de la vida y su entropía.
Y ahora, si tuvieras que perder un sentido, ¿cuál sería?
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¿Qué hago en este mundo tan visual? Se estrena en Córdoba el jueves 22 de junio en el Cineclub Municipal Hugo del Carril. La función del sábado 24 a las 20.30 y el domingo a las 18 contará con la presencia del realizador Manuel Embalse y el protagonista, Zezé Fassmor, presentados por Elian Chali. Entradas y horarios: https://cineclubmunicipal.org.ar/
Más información de Deshojado en https://linktr.ee/Deshojadoteatro