Más allá de esta patología argentina de sentirnos mucho más trascendentes de lo que somos, tenemos una ley que nos hace poderosos, y es el voto.

Después deberíamos revisar cómo ese voto aplica en el ejercicio de las leyes.

En estos 40 años la única ley que funcionó perfecto, es la ley de gravedad.

Hojeando el libro La agonía y el éxtasis, donde Miguel Ángel describe el poder de la creación, pude encontrar similitudes con la catarsis que despierta la realidad conurbana que ya se transformó, literalmente, en marca registrada.

Decía el maestro que crear es sacar lo que sobra, pero un viejo diarero de las llanuras de Aldo Bonzi dejó plasmada una verdad en un grafiti que decía: “Para vivir mojando el dedo y pasar de página, me sacaré todas las frustraciones de encima”.

Así comenzó una leyenda en el quiosco de revistas para atraer clientes por la escasa venta de diario en papel.

Se lanzó a rodar, como si fuese una rotativa. Decían que un descendiente de la civilización del comercio vio una oportunidad en el lejano conurbano: La reivindicación del diario impreso, que ya casi no se consigue.

Casi como un tesoro preciado por los amantes de la lectura con tacto a tinta, su valor se asemeja al de un papiro egipcio.

Resulta que no es nada sencillo encontrarlo cuando uno sale a la búsqueda de un ejemplar, y los fenicios ya están en pleno proceso de ese mercado vintage.

Se dice que empezarán a instalar la posibilidad de leer en páginas con perfume de alcanfor y sabor a damasco fresco, resucitando el nuevo diario en papel para las nuevas generaciones.

Por ese impulso, me dispuse a una mañana con raras reflexiones que le ganaron a mi tiempo en pantalla, mientras caminaba aquel día por Santos Lugares, y paseaba por la entrada de la casa de Ernesto Sábato.

Ese sonido a estación de tren y el lugar donde en 1852 quedaron los muertos de la batalla de Caseros en la provincia de Buenos Aires resonaba en una memoria de la memoria.

Esas almas allí enterradas, que le dieron origen al nombre del barrio, me detuvieron el tiempo en ese cementerio anónimo.

Casualmente o no, el crujir de las vías se emparentaba con el recuerdo de ese lugar de paso obligado, para el trabajador que vive en la zona y necesita llegar a General Paz o cruzar a la Capital Federal.

El paisaje final lo determinó el fantasma del guardabarrera. Se lo vio escapar desnudo en plena avenida La Plata en dirección a la iglesia de Lourdes. Su debilidad quedó expuesta en la visible desesperación. Dicen los socios del club Defensores, de la localidad vecina a la Batalla de Caseros, que nunca pudo perdonarse a sí mismo, haberse confundido en un error histórico. Toda la vida defendió a la Avenida Rodríguez Peña por haber sancionado la ley del voto en 1912.

De pronto recordé la verdulería de la Avenida América donde se leían las noticias cubriendo huevos en papel de diario, y con esa excusa pasé a buscar perejil que me faltaba. Cuando salí me di cuenta que ya no envuelven más con periódicos, será por eso que hay una ensalada de la información.

Seguí camino, cuando en las curvas y contracurvas de la calle que costea la traza del tren San Martín, encontré una respuesta a esa pregunta que alguna vez me quedó picando en la adolescencia: -¿Qué haces tres veces qué haces?-, en tono pausado como regulando la voz baja de un método intimidatorio.

Eso significó un mensaje irónico clave para sentir una especie de inferioridad frente a lo que el otro quería decir: -Sos tres veces lo que sos-, y lo que realmente quería expresar: -Sos tres veces menos de lo que piensas ser-.

Tal vez mi debilidad espiritual forzaba una soberbia inventada para esconder mis dolencias.

Y en ese camino por las vías del destino, todo me hizo pensar que debía ordenar el interior para no vivir en un modo cruzado con las emociones. El paso a nivel siempre aparece para cruzar la barrera y dejar en evidencia la fragilidad de los que creen saber todo.