Desde Barcelona

UNO En 1988 David Lynch visita las oficinas de la ABC para proponer una idea. Y allí los ejecutivos del canal tienen ganas de oír lo que Lynch tiene para contarles. Lo que no esperaban era que Lynch fuese alguien tan normal. Y que tuviese esa voz (Mel Brooks, productor de The Elepanth Man, lo definió como "un James Stewart del planeta Marte"). Y que --entonces, sí, no-normal y esperable-- lo que Lynch les comunicase fuese más o menos algo así: "Bueno... Está este pueblo... Y también está esta chica... Y está el viento... Y las cortinas... Y entonces suceden un montón de cosas...".

Y ahí se calló David Lynch con esa sonrisa de David Lynch. Los ejecutivos fueron al baño a conversar y se dijeron: "No tengo la menor idea de si esto va a funcionar o no. Pero no va a ser aburrido y va a ser muy interesante. Así que vamos a arriesgarnos".

Y no fue aburrido y fue y sigue siendo interesante y, también, muy arriesgado.

Como David Lynch.

DOS Tantos años después, Rodríguez ve el documental Lynch/Oz del suizo Alexandre O. Philippe, el mismo que en 78/52 se dedicaba a la de/re/construcción de la escena de la ducha en Psicosis de Alfred Hitchcock o, también, a la disección de Alien, Night of the Living Dead y The Exorcist. Ahora es el turno de David Lynch y de su tan evidente como encriptada relación con The Wizard of Oz dirigida y estrenada por Victor Fleming en 1939. Y, sí, en ese clásico del cine hay viento y cortinas y una chica y suceden un montón de cosas. Y en el documental de Philippe --organizado en seis episodios y narrado, entre otros, por Karyn Kusama y John Waters y Rodney Ascher y David Lowery, responsable de aquel otro documental que se adentraba en la Room 237 en The Shining de Stanley Kubrick-- aparece David Lynch en rueda de prensa durante el lanzamiento de Mulholland Dr. Y alguien le pregunta por la influencia en lo suyo de esa bruja verde y de ese sendero de ladrillos amarillos. Y Lynch, sin inmutarse, responde: "No hay un día de mi vida en el que no piense en The Wizard of Oz".

TRES Y, sí, pensar en The Wizard of Oz como uno de los tantos mitos primordiales norteamericanos (los puristas acusan a su autor, L. Frank Baum, de no haber hecho más que una más que astuta reescritura Made in USA de la Alicia de Lewis Carroll). Pero, también, en verdad, como --según se afirma en el documental-- es "texto fundacional" y plantilla multiuso. Una de esas historias arquetípicas y paradigmáticas que no hacen otra cosa que conectar con el color sepia de los mitos más ancestrales y las ensoñaciones más primarias de la desde siempre odiséica mente humana en Technicolor: irse de casa, llegar a un sitio extraño donde ponerse a prueba (trascender yéndose a otra parte), regresar al hogar transformado y, tal vez, mejor de lo que se era antes de salir.

CUATRO Y es muy gracioso en serio el tramo de Lynch/Oz en el que se postula que, en realidad e irrealmente, todo gran film --ya sea It's a Wonderful Life o Apocalypse Now o E.T. o The Big Lebowski o El laberinto del fauno o Back to the Future o Up-- no es otra cosa que una revisitación/aproximación a El mago de Oz (y a Rodríguez se le ocurren muchos otros y noches atrás volvió a la Viena de The Third Man y, sí, de nuevo...). Y resulta tan deslumbrante como gracioso el rastreo en lo de Lynch que hace Philippe de zapatos rojos y rostros muy maquillados y tornados y dobles personalidades y nubes de humo de colores y golpes en la cabeza y brujas/hadas y compulsión "detectivesca" de alguien que no lo es y enanos danzarines-cantarines y movimiento de labios sobre canciones pregrabadas y esos malos malísimos y todas esas menciones a una tal Judy... Y suele ocurrir: muchas de las afirmaciones que se hacen en el documental son un poco caprichosas pero, a la vez, resultan apasionantes y dignas de pronunciamiento. Porque pocas cosas son más interesantes que los efectos producidos por la radiación de esto en aquello, de este en aquellos. Y, ah, ahí está, también, esa promo de Twin Peaks parodiando aquel "there's no place like home" con el agente Cooper despertando de este lado; o aquel o ese clip en el que Lynch interpreta (más bien perpetra) su versión de "Somewhere Over the Rainbow" con la más mágica y farsante de las trompetas.

CINCO Pero de lo que trata Lynch/Oz es algo mucho más interesante: eso que Harold Bloom diagnosticó como la gozosa "angustia de la influencia" y el modo en que todo creador puede someterse o valerse de ella optando por las banales alusiones directas o los más interesantes y resonantes y laterales ecos más o menos (in)conscientes. En lo que a esto se refiere, Rodríguez acaba de leer el interesante y resonante y formidable libro de cuentos Todo lo que aprendimos de las películas de la escritora chilena María José Navia. Y en los conmovedores a la vez que perturbadores elegantes relatos que reúne Navia también se percibe, suspendida en el aire, esa sensación de ya no estar en la supuestamente real y cansadora Kansas de cada uno de los protagonistas quienes no demoran en (re)descubrirse al otro lado de esas cortinas agitadas por ese viento. Y leyendo entrevistas a Rodríguez poco y nada le sorprende el que Navia esté poniendo a punto novela girando alrededor de la mítica/mística de las catorce novelas de Baum yendo y viniendo a y de Oz para, luego, contarlo todo.

SEIS Y a lo largo de Lynch/Oz se repiten una y otra vez palabras como avatar y doppelgänger (así es, nada nuevo en todo eso del metaverso) y por suerte termina antes de que alguien reformule a la película de Fleming como avanzada del feminismo empoderado triunfando sobre el engaño de un patriarcal y falsamente divino mago quien, tras cortina y trascartón, resulta ser el más iluso y menos ilusionante de los trucos y suerte de perverso voyeur. No: la cosa pasa por otro lado. Para Lynch la vida no es sueño; para Lynch el sueño es vida.

 

SIETE Y, al final, lo que permanece y sigue agitando esas cortinas verdes o azules o rojas es el viento. Y la felicidad para Rodríguez de que gente ozada como David Lynch se haya salido con la suya haciendo la suya. Fue Vladimir Nabokov quien alguna vez postuló que toda biografía de un escritor debía pasar, para resultar cierta y reveladora, por la historia de su estilo. Y David Lynch es estilo puro. Y el estilo de David Lynch (a diferencia de aquella canción, para Lynch en el viento no están las respuestas sino las preguntas; porque importa más enturbiar un "¿Quién mató a Laura Palmer?" que esclarecer un "A Laura Palmer la mató...") es el estilo del viento. Ese viento que mueve a un semáforo en el momento en que cambia de luces en un cruce de calles. Ese viento de alucinógeno hongo atómico arrasándolo todo. Ese viento agitando esas cortinas rojas en una habitación limbo/bardo. Ese viento que suena --como suenan tantas cosas-- a ruido industrial y maquinante en un sótano de fábrica que no se sabe qué fabrica y que es, en verdad, el sonido de los sueños no necesariamente dormidos. Ese viento que, sí, es algo definitivamente lynchiano, pero que comenzó a soplar en y desde Oz.