En 1928, con veinte años y cuando apenas soñaba con ser artista, Miguel de Molina (1908-1993) –que entonces era Miguel Frías Molinas- conoció a un moro con el que tuvo su primera relación sexual. El contexto era la siempre bella y concupiscente Sevilla, por entonces, un hervidero de muchachos árabes que durante el día se ganaban la vida como camareros o guías de viaje para el turismo y que, eventualmente, aprovechaban las abrasadoras noches andaluzas para ejercer la prostitución. Allí Miguel, intentaba sobrevivir a base de changas –sobre todo limpiaba el burdel de una tal Pepa La Limpia- y pasaba el tiempo vagando en busca de aventuras, luego de huir de su casa natal en Málaga siendo adolescente y ya orgullosamente maricón.
El joven en cuestión se llamaba Samido, “un ejemplar singular”, con unas dotes inigualables de elegancia, simpatía, sensualidad y aire canalla que lo asemejaban a un personaje escapado de Las mil y una noches. Pero no eran las únicas cualidades que elevaban la cotización de Samido: se aseguraba que el hombre o la mujer que pagara lo que él solicitaba vería satisfechas con creces sus fantasías eróticas. Así, según se comentaba por toda la ciudad, un joven empresario que le exigió pasión al dotado mozalbete debió ser sometido a una pequeña intervención quirúrgica de sutura a causa de un desgarramiento.
"Adiós, niño bonito"
Samido sedujo a Miguel en un café árabe haciéndole beber manzanilla y ginebra y esbozando su ya célebre sonrisa “que era como una llama para atraer mariposas”. Pasaron la noche juntos en el cuarto de una pensión alquilada por horas y al día siguiente cuando lo despertaron las siete campanadas de una iglesia vecina, Miguel contempló al efebo por última vez. La imagen de la silueta del muchacho alumbrada por el claro oscuro del amanecer, sin su camisa blanca porque “después del amor no puedo ponérmela hasta que no me purifique con agua” y el recuerdo de los ojos brillando en la oscuridad al despedirlo para siempre con un "Adiós, niño bonito", iluminaron el arte de Miguel de Molina por el resto de su existencia. Cuando mucho tiempo después se convirtiera en uno de los más célebres cantantes de copla que dio el siglo XX y cada vez que entonaba “Ojos verdes”, el recuerdo de Samido volvía a su mente y a su corazón. Particularmente el estribillo “Y nunca una noche más bella de mayo he vuelto a vivir" le hacía evocar esa noche de pasión en que conoció la plenitud sexual.
La anécdota está narrada en Botín de guerra -la mejor autobiografía jamás escrita a la hora de dar cuenta de las experiencias de un homosexual de izquierdas en el contexto de la guerra civil española y el ascenso de Franco- y es recreada por el actor pamplonés Ángel Ruiz en su magistral unipersonal Miguel de Molina al desnudo, el espectáculo pleno de magia dedicado a una de las leyendas más entrañables del arte español.
El monólogo, escrito por el propio Ruiz y basado en las mencionadas memorias, tiene como punto de partida un ficticio regreso de Molina a España y una eventual rueda de prensa brindada por el cantante a los periodistas locales. Este recurso dramático y una escenografía despojada –que da cuenta de que la figura de De Molina representa por sí misma el color y todo el espectáculo- le permite a Ruiz hablarle en todo momento al público con calidez y profundidad no desprovista de humor.
Así, durante una hora y media, ostentando gracia, encanto, picardía, desparpajo -y mariconeria por granel- solo comparables al referente original, Ruiz desgrana historias graciosas y otras sumamente conmovedoras como las de las muertes de Federico García Lorca y la de un bello muchacho republicano de diecisiete años víctima de la guerra civil. Y esas mismas historias son el pie y le dan otro sentido a las clásicas canciones que formaban parte del repertorio del artista y que son reinterpretadas con inusual belleza: “La bien pagá” (dedicado a España), “Me da miedo la luna” (para hablar de sus temores al huir de su Málaga), “La rosa y el viento” (dedicado a las bellezas de Granada); “Te lo juro yo” (dedicado a García Lorca, el muso inspirador de gran parte de su arte), “El zorongo” (dedicado al adolescente muerto en la guerra civil“), “Triniá”, “Compuesto y sin novia” (devenido himno gay), “Ojos verdes”, “Agüita del querer” y “El día que nací yo”.
Miguel de Molina acogido por Eva Perón
Asimismo resulta estremecedor el momento en que se relata la escena de palizas y torturas que De Molina sufriera a manos de la policía franquista, el posterior encierro y la censura permanente que motivaron su huida de España en 1942 -país al que jamás volvió-, y que motivaron su posterior y permanente exilio en Argentina donde no terminaron sus desventuras hasta que la propia Eva Perón se ocupó personalmente de sus papeles, lo asiló y cobijó. El propio Perón gustaba del repertorio de De Molina y le pedía que interpretara la canción "La otra" en el Palacio Unzué y en alguna ocasión repartió juguetes a las niñeces junto a Eva y participó de algún acto político en prueba de agradecimiento. En septiembre de 1951, poco antes de morir una Evita ya enferma de cáncer le habría dicho: “Miguel, si yo no estoy, y usted sufre alguna injusticia, siempre habrá un peronista que lo ayude”. A su vez, al año siguiente, de Molina protagoniza Esta es mi vida, probablemente la primera película gay argentina.
Impecablemente dirigida por Félix Estaire y con el acompañamiento musical de César Belda, la obra de teatro llega a cumbres de emoción cuando los crímenes del pasado amenazan y se ciernen sobre el presente. En efecto, recuperando el espíritu de De Molina, la dramaturgia da cuenta de que el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás, de que las persecuciones, las desapariciones, los crímenes de odio y la autovergüenza infligida tan solo duermen y pueden permanecer dormidas durante decenios hasta el día en que la ciudad despierta a sus ratas. De que las conquistas y los derechos son provisorios y están permanente amenazados si no se militan. De que la palabra "libertad" que signó la vida de Miguel de Molina (“Si de algo soy culpable, fue de vivir en libertad") está frecuentemente bastardeada y que, aunque es de los afligidos, suele ser apropiada por los verdugos. Por eso la necesidad de los muchachos en cueros besándose en las carrozas durante las marchas del orgullo.
Y por eso, quizás, la historia de Samido y la interpretación de “Ojos verdes” es el clímax de Miguel de Molina al desnudo. Porque, entre otras cosas –una oda a la libertad, el homenaje a una vida ejemplar- esta genuina y descomunal obra de arte es un canto al orgullo gay y en tanto tal celebra la primera concreción del deseo que suele quedar en la memoria como la ilusión que perdura.
Miguel de Molina al desnudo de y con Ángel Ruiz. Dirección: Félix Estaire. Funciones: viernes a las 22. Sábados, 19.30. Domingos, 18.30. Teatro Picadero. Pasaje Enrique Santos Discépolo 1857.