Durante cincuenta años Margaret Morse Nice estudió el comportamiento de las aves, observó conductas, rutinas y reacciones ante los estímulos externos. Las aves estaban afuera y la ornitóloga curiosa salió a buscarlas sin perderlas de vista, prefería el territorio vocinglero que el silencio frío de una mesa de disección. El deseo cantaba, fraguaba el aire y volaba.
Nació en Amherst, una comunidad rural de Massachusetts y creció en una casa rodeada de árboles frutales y animales donde vivía con su mamá, su papá, cuatro hermanos y dos hermanas. La escenografía pastoral de la infancia alimentó su pasión zoológica, su otra pasión, la lingüística -estudió alemán, francés, italiano, inglés y latín-, la descubrió viajando. En 1909 se casó con un estudiante, Leonard Blaine Nice, vivieron en Oklahoma donde él fue profesor y director del Departamento de Fisiología de la Universidad, ella terminó su maestría enla Universidad de Clark (1915), se mudaron muchas veces y tuvieron cinco hijas.
En la literatura ornitológica de Margaret hay palomas huilotas, aves de estanques, pájaros trepadores, tordos blancos, aves paseriformes, pájaros playeros y gorriones cantores, sus favoritos, a quienes descubrió cuando se mudaron cerca del río Olentangy, una zona de campo y pastos altos, y a quienes les dedicó minuciosa obra. Su registro sobre los cambios de vida de las aves en Amherst en un período de veinte años, 1905-1925, fue clave para poder desplegar su pasión por la conducta animal. Sabía cómo hacerlo, podía pasar horas junto a los nidos esperando descubrir un detalle o mirando aves heridas o en cautiverio.
El comportamiento era la clave de la investigación y la correspondencia con Althea Sherman (ornitóloga autodidacta 1853 – 1943) le sumó certezas a su manifiesto. En las cartas su mentora la instaba a defender la verdad para evitar los "errores de adivinación de los ornitólogos de renombre". Desde 1927 a 1936 pasó horas y horas en el campo recopilando datos, a veces lo hacía de día, a veces de noche. En su casa los pájaros volaban libres por las habitaciones, entraban y salían por las ventanas y se posaban en la galería. Era una casa con niñas, pájaros y apuntes sobre tordos, alondras, vireos de ojos rojos, aves rapaces, buitres (decía que había que amarlos) y gorriones cantores.
Publicó más de doscientos cincuenta artículos sobre aves en revistas científicas, escribió libros y miles de reseñas y cartas. A Margaret le gustaba escribir cartas condenando el uso irrestricto de pesticidas, la matanza de albatros en la isla Midway y el mal uso de los refugios de vida silvestre. Se las escribía al presidente, a políticos, a conservacionistas, a amigos y a cualquiera que quisiera leerlas. "No soy ama de casa, soy una zoóloga entrenada", decía cuando le preguntaban por su rol de esposa y madre de cinco hijas -Constance (1910), Marjorie (1912), Barbara (1915), Eleanor (1918, murió a los diez años) y Janet (1923)-.
La zoóloga entrenada sabía contar muy bien la ceremonia territorial de dos gorriones cantores, la había presenciado muchas veces en admirada quietud: “El invasor, hinchado en forma de bola, agita un ala en el aire. Canta constante y suavemente canciones incompletas en rápida sucesión. El defensor, silencioso, se encorva en actitud amenazadora, no quiere perder de vista ningún movimiento de su enemigo". Presidió sociedades ornitológicas y escribió sus memorias. Murió en su casa de Chicago, pocos meses después de la muerte de su esposo, tenía noventa años. Un legado plumífero aletea en vuelo perpetuo, cada vez son más las mujeres que se reúnen para ir juntas a observar pájaros.