Josh Hartnett todavía tiene que aprender a dominar los trenes ingleses. Dice esto en un texto de disculpas en el que explica por qué está llegando tarde a la entrevista. De todos modos, es imposible enfurecerse con él. El texto es tan educado y autocrítico que, o su química cerebral ha sido alterada por la vida en campo -vive desde 2020 con su esposa, la actriz Tamsin Egerton, y sus tres hijos, en un pueblo de Hampshire-, o es el menos hollywoodense actor vivo. Lo cual es sorprendente, dado que Hollywood lo retiene en sus garras desde hace 25 años. Sea interpretando a un héroe de guerra en la sensiblera epopeya Pearl Harbour, o encarnando al típico interés adolescente en la soñadora Las vírgenes suicidas de Sofia Coppola, Hartnett pasó el nuevo milenio como estrella de cine, un icono en ciernes, un Tom Cruise aún con rueditas. Pero no es lo suyo.
"No puedo operar ese avión", explica el actor de 44 años con una taza de café en la mano, los anteojos de sol colgando en su remera, su rostro en el extremo "dulce, misericordioso Zeus" del espectro de su buena apostura. "Creo que de algún modo ahora los actores tienen varias expectativas para promoverse a sí mismos, o para entender que están en publico y alentar eso. Nunca fui muy bueno para la celebridad." Tira ansiosamente de su cuello. "¿Promocionar una película? No hay ni una persona que diga que soy bueno en eso. No soy muy eficaz en crear una imagen."
Y sin embargo, esta aparente falencia quizás lo haya hecho mejor actor. Sin tener que cargar con las expectativas de la industria, ha evolucionado hacia un performer de emocionante profundidad y versatilidad. La comedia de acción Agente Fortune: el gran engaño, de Guy Ritchie, que subió a la plataforma Prime Video en abril, lo presenta como un tipo pintón pero de pocas luces atrapado en un asunto de espionaje internacional. En "Beyond the sea", uno de los episodios destacados de la nueva temporada de Black Mirror, la serie de Charlie Brooker que regresa a Netflix este jueves 15, tiene el encargo de representar una clase de aflicción muy retrofuturista, interpretando al mismo tiempo a un astronauta solitario en el espacio y al padre de una familia sintética que encarna en la Tierra cuando se va a dormir.
Netflix, una plataforma notoriamente renuente al spoiler, envió una lista de puntos sobre los que no se le puede preguntar nada a Hartnett, e incluso prohíbe utilizar ciertas palabras para describir el tono del episodio. Entonces, frente a eso, giramos nuestros pulgares y hablamos de la distopía. "No creo que la tecnología sea inherentemente buena o mala, pero el modo en que la usamos puede ser muy destructivo", dice. Hartnett no tienen ninguna presencia en las redes sociales. Entre su episodio de Black Mirror y la serie The Fear Index del año pasado, en la que era acosado por un algoritmo, también se sintió curiosamente imantado por las historias de tecnologías fuera de control. "Eso es de algún modo accidental", niega. "Desde el punto de vista de la narración de historias, no sé si el mundo del entretenimiento querría ser optimista con respecto a la inteligencia artificial. ¿Quién querría ver una historia rosa sobre la IA, no?"
Dice que se sintió atraído por Black Mirror porque el trabajo de Brooker tiende a enlazarse con la sátira. "Creo que si le vas a dar a la gente una fuerte dosis de distopía necesitás cierta levedad. Aun si la oscuridad está en el frente y en el centro de sus programas, siempre hay un elemento en el que decís 'Esto es realmente gracioso'." Aún no vio su capítulo, pero reconoció esa levedad en el guion. Hay un pastiche de una ridícula familia a la Manson, y un cambio de cuerpos que requiere que Aaron Paul (Breaking Bad) haga su mejor imitación de Josh Hartnett, con lo que puede verse a qué se refiere. Es algo morbosamente divertido, un poco como cuando un payaso muere.
Hartnett dice que su carrera reciente, que algunos describirían como omnipresente, es la clase de cosa que quería desde el principio. "Tengo una mente artística, y quiero perseguir cosas que estén del algún modo fuera de mi área de entendimiento", explica. "¿Hace eso necesariamente una carrera cohesiva, en el sentido de una estrella de cine? No. Pero antes de los últimos años tuve menos chances de hacerlo."
Es la maldición de ser un actor que es realmente, ridículamente bien parecido: te van a empujar al protagónico lo quieras o no. Cuando llegó a Los Angeles en 1997, debido a la insistencia de un manager que lo descubrió actuando en una puesta en Minnesota, Hartnett encontró trabajo inmediatamente. Hubo una remake estadounidense de corta vida de Cracker (de Robbier Coltrane), seguida por una secuela de Noche de brujas en la que interpretó al hijo de Jamie Lee Curtis; luego Aulas peligrosas, como un dealer de drogas adolescente intentando detener una invasión alienígena. Hartnett cumplió 20 años en 1999, en el set de Las vírgenes suicidas, con Sofia Coppola regalándole una botella de vino. En la etiqueta se leía: "Felicitaciones, ya no sos más un rompecorazones adolescente." Pero era más una expresión de deseos. Hartnett estaba clavado en más roles de galán de los que hubiera querido, con su equipo empujándolo al casillero de ídolo joven a través de Pearl Harbour (2001), la comedia de peluqueros Blow Dry (2001) y 40 días y 40 noches (2002), donde su personaje apuesta que pasará 40 días sin tener sexo. Una tapa de revista cambió la primera mitad de su apellido con un símbolo de corazón. Otra llegó con un anuncio que ningún actor aspirante a la seriedad quiere quedar asociado: "¡Incluye poster gratis de Josh!"
"Ya no hay tanta confianza en 'la estrella de cine' como había a fines de los '90 o comienzo de los '00", dice. "En ese entonces la taquilla era esencial para el negocio, y si eras alguien considerado como un buen recurso en ese sentido, se esperaba que hicieras determinadas cosas. Eran muy precisos sobre eso, y había un montón de gente que trataba de mantenerme en una caja."
También luchó con la atención que le trajo la fama, y las historias que se escribían de él a menudo eran falsas. Un caso que lo ejemplifica: los rumores de que había chocado con Harrison Ford en el set de Hollywood: departamento de homicidios, una comedia de acción con dos policías mal ensamblados de dos generaciones bien diferentes. "El drama vendía periódicos, especialmente en ese momento", dice. "Pero en realidad nos llevamos muy bien. Hubo cosas en las que no coincidíamos en el set sobre el guión, y se hicieron un montón de reescrituras. Pero eso fue malinterpretado como '¡No se soportan!'. Ciertamente no fue un set que estuviera lleno de tensión. Creo que en la gira de promoción en algún momento lo llamé 'la ruina de mi existencia', pero porque se burlaba constantemente de mí. Y así es él."
Hollywood... fue también uno de los últimos protagónicos de Hartnett para un gran estudio cinematográfico. Se instaló la idea de que desapareció después de ese primer embate de películas -entre ellas La dalia negra de Brian de Palma y Sin City de Robert Rodriguez- pero no es enteramente verdad: no hay grandes espacios en blanco en su CV. Hubo una puesta de Rain Man en el West End, una docena o algo así de films independientes, y durante tres años protagonizó la serie dramática sobrenatural Penny Dreadful. En realidad, simplemente se convirtió en alguien a quien no le interesaba tanto la atención del público, o como alguien a quien el público debía buscar. Dice que todo eso fue deliberado.
"Ser famoso es un trabajo de tiempo completo, porque cada vez que dejás tu casa -especialmente en aquella época- te están siguiendo", recuerda. "Tenía paparazzi persiguiéndome, gente que se me acercaba. No tenés permitido ser realmente vos. No había tiempo para la familia, los amigos, cualquiera de esas actividades normales. Muchos actores encontraron el balance entre el trabajo y la vida, pero yo lo busqué mucho y me resultaba muy duro. La gente pensaba que estaba loco. algo así como '¿por qué simplemente no besar ese anillo brillante?'".
O interpretar a un superhéroe. Uno de los fragmentos más regurgitados del universo Josh Hartnett es que, en el pico de su fama, Hollywood realmente quería ponerle una capa. Le dijo que no a Superman y solo tuvo un encuentro sobre Batman porque era fan del director, un pálido británico con solo un puñado de películas independientes llamado Christopher Nolan.
"Entonces, esto es lo que sucedió", dice Hartnett, con el aire resignado de un hombre que ha contado esta historia un millón de veces. "Warner Bros. me quería para una de sus películas de superhéroes. Me reuní con ellos. Les dije lo que pensaba: no era algo que me interesara en ese momento. Estaba en un camino diferente. Y estaba más interesado en una película que había escrito el hermano de Chris, El gran truco. Amaba a Chris como cineasta, y realmente quería trabajar con él, y tenía la esperanza de que si era honesto con él diciéndole que no quería hacer una película de superhéroes quizás pudiera hacer El gran truco..." Hartnett hace una mueca. Nolan no picó el anzuelo. Hizo Batman inicia con Christian Bale, y luego hizo El gran truco, un drama noir de época sobre magos rivales, con Bale, Hugh Jackman y David Bowie.
Lo gracioso, de todos modos, es que Hartnett efectivamente terminó en muchos de esos círculos, actuando con Bowie algunos años después en la independiente Agosto, de Tom Sterling. ¿Y Nolan? Este año estrenará Oppenheimer, un zumbante drama de época que se toca con el terror sobre la fabricación de la primera bomba atómica. Su elenco incluye a Cillian Murphy, Emily Blunt, Florence Pugh, Robert Downey Jr. y, en un hermoso cierre de círculo, Hartnett, el Batman que huyó.
"El asunto con respecto a los directores geniales es que siempre estarán por ahí, con lo que mantuve la esperanza de que en algún momento trabajaríamos juntos", dice Hartnett. "Y mirá, acá estamos. Me siento realmente afortunado de que todavía, tantos años depués, me vea como alguien con quien quiere trabajar. Soy un gran creyente en que las cosas finalmente sucederán cuando así debe ser."
El set de Oppenheimer, dice Hartnett, fue "como la realización de películas debería ser." "Chris tiene ciertas reglas: nadie tiene permitido el celular. Nadie llega tarde. Nadie tiene un asistente. Todos son iguales." Fue la más fina destilación de algo que Hartnett estaba buscando todos esos años atrás: está el trabajo y está la vida, con una línea clara marcada entre los dos. "Para mí eso es esencial para mantener una mente sana."
El actor estima que "un 90%" de su vida gira ahora sobre su familia, y su meta principal es la capacidad de existir de la manera más común que su trabajo le permita. "Esto", dice, echando un vistazo al bar en el que está sentado, "es honestamente una rareza. Venir a la ciudad y hacer una entrevista es una rareza. Habitualmente trabajo en las películas en las que estoy, y después me voy a casa." Dicho esto, nos despedimos. La última vez que lo veo está parado en una fila, solo otro transeúnte londinense esperando para pagar su café.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.