Al final de este libro extraño sobre el tema de lo extraño, en “Nota de las autoras”, Ester Cross y Betina González, explican el proceso de escritura como un proyecto conjunto en el que, durante los dos primeros años de la pandemia (un momento extraño), unieron las curiosidades y bibliotecas de las dos y crearon este libro sobre el esoterismo europeo en el cruce entre los siglos xix y xx.
Hay algunos episodios anteriores y posteriores, pero la acción principal transcurre en el continente europeo entre 1870 y 1918, sobre todo en Gran Bretaña. Los personajes eran famosos en su tiempo y algunos lo siguen siendo: científicos, artistas visuales, médiums, escritores, pintores. Sus nombres se repiten una y otra vez: entre otros, Robert L. Stevenson, W. B. Yeats, Oscar Wilde, A. Conan Doyle, Sigmund Freud, Lizzie Sidal, Alice James.
Al comienzo, el libro parece caótico, guiado apenas por la cronología, pero si se lee todo con cuidado hasta los dos epílogos (el “Necesario” y el “Innecesario”), se ve con claridad una estructura pensada, cuidadosa e interesante. Está dividido en trece partes (13, repito, no cualquier número), divididas a su vez en capítulos breves que tocan temas como los revenants, la telepatía, la quiromancia, la magia, los aparecidos, la muerte. Las historias se narran algunas veces de un tirón; otras, en varios capítulos, y entre todas, forman redes complejas que conectan espacios, temas, personajes, anécdotas. Metafóricamente, el libro entero es una red de pesca que se recoge al final y en la que se vuelve constantemente a ciertos lugares, ciertas voces, ciertos conceptos.
Además de seguir los pasos de los sobrevivientes de la Gran Guerra, los epílogos abren un nuevo escenario: una pensión de 1935 para socialistas, con reglas como “1. Se ruega a los huéspedes no perturbar a los fantasmas de la casa” o “4. El cementerio de Hastings está a cinco minutos de caminata (a diez, si uno va cargado con un cadáver)”. Ese final confirma que La aventura sobrenatural no es una tesis filosófica. Las autoras no proponen conclusiones sobre ninguno de los temas. Al contrario, terminan aceptando y glorificando la duda buscada, la ambigüedad. Por eso, es coherente que el libro termine con las últimas palabras del mago Aleister Crowley en la habitación número 13 de la pensión y que esas palabras sean “Estoy desconcertado”.
Para armar esta mirada múltiple del desconcierto frente al misterio, además del tiempo y los personajes, Cross y González utilizan varios mecanismos para hacer del libro una sola cosa. Por ejemplo, en cada una de las tres primeras partes, hay un capítulo sobre un color, “Verde”, “Amarillo”, “Gris”. Así se explicita la relación de lo esotérico con los colores, relación que se sigue explorando después. Otro ejemplo es el uso de fotos (entre otras, hay algunas de Lewis Carroll) que muestran las caras de los protagonistas (múltiples, por cierto), fotos muy marcadas por las poses artificiales que prefería la época. A su manera, las fotos transportan a los lectores a ese momento histórico. Otra herramienta es el suspenso: por ejemplo, se cuenta que, a la salida de la cárcel, Oscar Wilde decide hacerse leer las manos antes de decidir si vuelve o no con Bosie, el amante que le costó la condena. La escena con la quiromántica se anuncia y se pospone varias veces mientras se abren otras puertas secretas y se conjuran otros miedos.
Eric Hobsbawm dice que el siglo xix terminó con la Gran Guerra y por eso, llama al xx “el siglo corto”, cuyo final sitúa en 1989, con la caída del Muro de Berlín. La aventura sobrenatural habla del período entre el xix y el xx, cuando confluyen ciencia, espiritismo, magia, ocultismo en un remolino en el que abrevaban tanto la ficción (basta con recordar El retrato de Dorian Grey o Dr. Jekyll y Mr. Hyde) como los nuevos campos de estudio, entre otros, la grafología y la psicología.
Sigmund Freud es uno de los nombres más frecuentes y sus pasajes presentan lateralmente el deseo muy contemporáneo y muy resistido hasta el presente de crear conocimiento interdisciplinario. Freud aparece como un hombre infinitamente abierto tanto frente al arte como frente a la ciencia y con gran capacidad de asociar todo lo que ve a través del lenguaje. Él y otros (sobre todo Oscar Wilde y Aleister Crowley) son puentes que abren caminos entre disciplinas, opiniones y creencias. Para eso, la época es un pozo sin fondo: la acumulación de historias hace de este libro una región que puede explorarse una y otra vez. Por ejemplo, hay una hermosa definición de “fantasma” que podríamos llamar “interdisciplinaria” (ciencia/creencias): el fantasma, piensa Freud, es “el espantoso punto medio entre el recuerdo y el olvido”, algo que se ha perdido pero no del todo, no lo suficiente. O, en un extremo más “fáctico”, en el capítulo dedicado a Jack, el Destripador, se habla de la “niebla de Londres” y se recuerda que, en ese momento, ese fenómeno tenía que ver con la contaminación de las fábricas de la Revolución Industrial (crímenes/situación social/ecología).
La idea de lo interdisciplinario puede usarse también para tratar de definir un libro como este, que claramente escapa a etiquetas y clasificaciones. Porque, ¿qué es La aventura sobrenatural? El texto es narrativo en gran parte, cierto, pero también ensayístico y hasta de divulgación científica. En cuanto al uso de fotos, datos y cronología, podría decirse que es una especie de “documental” escrito, pero también hay análisis críticos de libros (por ejemplo, el De Profundis de Wilde), cuestiones históricas y hasta citas de cartas, diarios íntimos, poemas y artículos. Tal vez, la conclusión sea que no hay por qué clasificarlo, que no necesitamos un género para entenderlo, solo imaginación.
Cuando se describe la relación entre Oscar Wilde y Bosie, se dice que Bosie odia porque no tiene imaginación, que la falta de imaginación conduce al mal. En el fondo, la lucha de Freud, Stevenson, Yeats y muchos otros es la misma que despliegan Cross y González: una declaración de amor a la necesidad de imaginar, de abrirse sin límites, de inaugurar caminos nuevos.