Avanza la instrucción de la causa de los fusilamientos de José León Suárez, en el juzgado federal número 2 de San Martín, a cargo de la Dra. Alicia Vence. Transcurre la segunda semana de declaraciones de hijos de víctimas, y se prolongará hasta completar un total previsto de doce. Concluida esta etapa, se conocerá la fecha del juicio oral. El fiscal es Paul Starc.
La Comisión por la Memoria, la Verdad y la Justicia de San Martín actúa como querellante y nexo entre los hijos de los fusilados. La organización fue fundada por la ya fallecida Elena Carranza, hija mayor de Nicolás Carranza, un trabajador ferroviario al que Rodolfo Walsh se refiere en Operación Masacre diciendo: "Era peronista Nicolás Carranza. Y estaba prófugo".
La reciente declaración de la masacre de Napalpí, ocurrida hace un siglo en el Chaco, como crimen de lesa humanidad, actuó como disparador para el reclamo de justicia de los hijos, que ya tienen entre setenta y ochenta años de edad.
La semana pasada declararon Berta Carranza y Delia Garibotti, hijas de Nicolás Carranza y Francisco Garibotti, respectivamente. Este miércoles 14 será el turno de Alicia Rodríguez, hija de Vicente Rodríguez. Hasta acá, los testimonios revelaron detalles dolorosos, no sólo de los fusilamientos en sí, sino del trato que la policía de la dictadura brindó a los familiares y deudos cuando fueron a reconocer los cuerpos.
Delia, que en 1956 tenía nueve años, relató la dura pelea de su madre con la policía para que le entregaran el cuerpo de su padre. Cuando finalmente lo hicieron, fue bajo la condición de que lo enterraran directamente, sin velarlo. Recordó que ni en el entierro, en el cementerio de Olivos, tuvieron un momento de intimidad: fueron custodiados en todo momento por la policía de la provincia.
El elemento común de esos relatos es que narran una herida en tiempo presente. Cuando hacen memoria, vuelven a ser esos niños de siete, diez o doce años: los ojos se cubren de brillo, las voces tiemblan y buscan algún elemento al cual aferrarse para continuar.
Eran pibes y pibas que inesperadamente quedaron huérfanos de padre y cuyas madres debieron deslomarse en todo tipo de tareas para alimentarlos, que vivieron años de incertidumbre y angustia porque no terminaban de procesar lo ocurrido y que, además, sufrieron la estigmatización o la indiferencia de su entorno. Las mamás de los demás chicos del barrio, por temor, les decían a sus hijos que no se acercaran, que no jugaran con ellos. Así es como terminaron conformando una especie de mini tribu, un vínculo que, al día de hoy, todavía los hermana.
El 12 de junio de ese año, fue fusilado el General Juan José Valle en el patio de la penitenciaría de la avenida Las Heras. Valle también fue enterrado en el cementerio de Olivos y su sepulcro es, cada año, el punto de encuentro de la militancia peronista de la zona para rendirle homenaje.
Garibotti y Carranza eran obreros ferroviarios, militaban en el sindicato “La Fraternidad” y trabajaban en la línea Belgrano Norte que une Retiro con Villa Rosa, en el partido de Escobar. El trazado del tren atraviesa, entre otras localidades, Florida Oeste, donde vivían los Di Chiano y en cuyo departamento del fondo, alquilado por Juan Carlos Torres, fueron todos ellos secuestrados y Boulogne, la localidad del partido de San Isidro.
Elena Carranza llegó a estar detenida cuando tenía apenas once años porque la dictadura pretendía de esa manera forzar a su padre prófugo a entregarse. En Operación Masacre, Rodolfo Walsh cuenta que, cuando ocurre la redada, Carranza experimenta una especie de alivio porque cree que es mejor dejar de huir y enfrentar lo que viniera. No imaginó que estaban por fusilarlo.
El barrio obrero Ferroviario de Boulogne, al oeste del partido de San Isidro, tenía una alta concentración de militantes y simpatizantes del peronismo que la noche de ese 9 de junio esperaban la proclama revolucionaria del general Juan José Valle para entrar en acción. Solían reunirse en el bar La Curva, un establecimiento tradicional de la zona, sobre la avenida Rolón.
Los fusilados pudieron ser muchos más si alguno de los detenidos esa noche, al ser interrogados en la Unidad Regional San Martín, hubiera hablado. Ese barrio humilde que contrasta tanto con la opulencia del bajo de San Isidro, aún existe y honra la memoria de los caídos con un busto de Perón y Evita y una placa. Y como en cada aniversario, este año también se presentó una ofrenda floral.
La dictadura del 55, como queda demostrado, tenía mucho miedo de los
muertos y —más aún—, de los vivos que pudieran reunirse a recordarlos. De ahí la necesidad de
impedir o reducir los ritos fúnebres, como narraron los testigos en el
juzgado, o el secuestro del cadáver de Evita, que mantuvieron oculto
durante diecisiete años, para impedir que el pueblo le rindiera
homenaje.