De estación en estación
“Sé que para el mundo es David Bowie, pero para mí siempre será mi amigo David Jones”, ha dicho en más de una oportunidad el fotógrafo Geoff MacCormack. Se conocieron en el colegio Burnt Ash Primary School de Bromley, a mitad de los años cincuenta. Ya en los setenta, McCormack era uno más en la banda de Bowie, participando en el tour mundial de 1973 como percusionista, además de ser parte del armado de clásicos como Aladdin Sane o Station to Station. Ahora, the Wende Museum de Culver City, en California, muestra las fotos que MacCormack le hizo por esa época a Bowie, cuando emprendieron un viaje desde Yokohama, Japón, hasta Inglaterra, cruzando la Unión Soviética con el Expreso Transiberiano. David Bowie in the Soviet Union es la muestra que ahora se puede ver en The Wende, un museo en Culver City, California, que explora la Guerra Fría como época histórica. Como Bowie prefería no volar, junto a MacCormack emprendieron el viaje en el Transiberiano en una época donde el músico era un extraño en un mundo particularmente extraño, cortina de hierro mediante. Las fotos muestran a los muchachos en plena aventura, descubriendo territorios, brindando actuaciones improvisadas y bebiendo mano a mano con marineros y soldados. La muestra está acompañada por la película The Long Way Home, que documenta varias etapas de su viaje en tren, incluido su tiempo en Moscú. Además, la radio on line Dublab lanzó una una playlist especial para esta exposición, que incluye colaboraciones con artistas como Mott the Hoople, Lou Reed y Brian Eno. “Esta lista ofrece una idea de lo que probablemente lo influenciaba en ese momento, y luego definió trabajos como Low y Station to Station. Con una fuerte dosis de krautrock, un pie en la música experimental y una sólida del glam, esta mezcla pretende imaginar la mentalidad de Bowie con mucho tiempo para reflexionar y escuchar nuevos sonidos mientras viaja en el Transiberiano”, dijo Alejandro Cohen, director ejecutivo de Dublab.
La guerra de los mundos
Cuando los astronautas del Apolo 11 fueron a la luna en 1969, la NASA estaba preocupada por lo que los viajeros podrían traer consigo. Por eso, a su regreso, Neil Amstrong y el resto de la tripulación debieron estar en cuarentena. También fueron aislados instrumentos y vehículos espaciales que habían estado en contacto con el material lunar. Pero en un artículo publicado este mes en la revista de historia de la ciencia Isis, Dagomar Degroot, historiador ambiental de la Universidad de Georgetown, demuestra que estos esfuerzos de “protección planetaria” fueron inútiles. “El protocolo de cuarentena parecía un éxito”, concluye el doctor Degroot en el estudio, “sólo porque no era necesario”. El trabajo de archivo muestra que los funcionarios de la NASA sabían que una cuarentena lunar no mantendría a salvo a la Tierra si existiera alguna amenaza. De todos modos, gastaron millones de dólares en una sofisticada instalación, el Laboratorio de Recepción Lunar con fines meramente promocionales. El artículo del Degroot detalla, por ejemplo, que muchas cajas de guantes y autoclaves esterilizantes se dañaron, se rompieron o se inundaron. Además, una parte de la cápsula espacial cayó en el Pacífico y era imposible prever consecuencias. “Si los organismos lunares capaces de reproducirse en el océano de la Tierra hubieran estado presentes, habríamos estado fritos”, dijo John Rummel, quien se desempeñó durante dos mandatos como oficial de protección planetaria de la NASA.
Te robaré un color
Si la vida de Barbie es plástica y rosada, Barbieland no se puede quedar atrás. La mega escenografía montada en los estudios de la Warner en Leavesden, Inglaterra, para hacer la película que protagoniza Margot Robbie parecen haber agotado las reservas de rosa flúo. Se trata de un tiene específico fabricado por Rosco, una empresa que se dedica a proveer a la industria cinematográfica productos como pinturas escénicas, filtros de color y otros equipos, incluidos ciertos tintes formulados específicamente para la pantalla. “El mundo se quedó sin rosa porque necesitábamos cubrir cada milímetro”, dijo la diseñadora de producción Sarah Greenwood a Architectural Digest a principios de la semana pasada. Por su parte, Lauren Proud, vicepresidenta de marketing global de la empresa, le explicó al Los Angeles Times que los productores de la película de Barbie usaron “tanta pintura como teníamos", pero que al principio escaseaba durante la producción de la película en 2022. Sucede que por entonces, la pandemia de covid todavía estaba haciendo que compañías como Rosco tuvieran problemas en su cadena de suministro y, además, aún estaban intentando recuperarse de una helada que en 2021 había dañado los materiales necesarios para fabricar la pintura. Aun así, Proud aseguró que Rosco hizo todo lo posible para cumplir. Todo sea por cumplirle los sueños a esta muñeca rubia e icónica que, en la película, debe aprender a lidiar con el mundo real.
Estrella distante
Desde lejos, el recinto ferial de Trípoli mantiene su elegancia original. Pero si se mira más de cerca, estos volúmenes geométricos creados por Oscar Niemeyer revelan un estado ruinoso. Esta tensión entre lo que es y lo que parece, resume el destino incierto de esta joya arquitectónica libanesa, que la Unesco incluye en la lista de Patrimonio Mundial en Peligro. Todo comenzó en 1962 cuando Niemeyer, en pleno apogeo tras diseñar la capital de su país, Brasilia, fue convocado por el gobierno de El Líbano para poner en marcha el Recinto Ferial Rashid Karami, un gran complejo para ferias internacionales en Trípoli. Fue, señala el sitio The Architectural Review, un intento de modernización que además, apostó por un centro económico que le disputara poder a Beirut. En estas 70 hectáreas, comenzó a tomar forma el edificio principal de la feria con un enorme salón cubierto en forma de boomerang de 750 metros por 70 metros, un espacio flexible para que los países instalen exposiciones. “También existe una analogía simbólica en el nombramiento de un eminente modernista sudamericano (y comunista declarado) que personificó la promesa de un futuro brillante y próspero. La elección de Niemeyer, un arquitecto extranjero pero no europeo, libre de afiliaciones coloniales, parece estratégica”, indica la publicación. Cuando estalló la guerra civil libanesa en 1975, la construcción se detuvo repentinamente y, después de casi una década en el lugar, el lugar se redujo a 15 estructuras esculpidas y austeras esparcidas en un vasto campo elíptico. Utilizado como cuartel y escenario para las fuerzas del ejército sirio hasta el final de la guerra en 1990, la construcción nunca se reanudó. Con su optimismo inicial abruptamente empañado, el destino imprevisto del Rashid Karami Fairground ha convertido el proyecto en un aparente fracaso. En muchas monografías de Niemeyer, el recinto ferial se acredita erróneamente como diseñado para la capital libia de Trípoli, en lugar de la ciudad libanesa a 85 kilómetros al norte de Beirut. “Estas atribuciones erróneas y la falta general de información se explican en parte por las escasas referencias que el propio Niemeyer hace al proyecto en sus escritos, que parece haberlo borrado casi de su propia historia”, indica The Architectural Review. Sin embargo, aunque levantaron vallas y muros para restringir el acceso público, un puñado de corredores, paseadores de perros y curiosos entusiastas de la arquitectura frecuentan el sitio abandonado.