A mi madre i.m.

"Enlazada a la luz de una luna sonámbula/ su razón disminuye y Jalita danza/ la danza innominada de fúnebre lectura/ de mil noches y una noche/ que traiciona su texto".

Jala era prima de mi madre. A los nueve años, junto a su hermana Carlota, vio como su padre borracho mataba a su madre a puñaladas, contó Enrico y luego agregó: No sé los pormenores de su historia pero no es necesario aclarar que ambas hermanas fueron marcadas por la locura. Supe que cada tanto eran recluidas en el Neuropático Fracassi y cada tanto salían. Carlota, probablemente por ser tres años más chica, quizá tuvo una percepción imprecisa del siniestro y logró una reinserción en el medio, mejor que su hermana. Tuvo dos hijas a las que cuidaba celosamente y a las que mantenía en un estado de limpieza obsesiva que rozaba en lo aséptico. Sé que limpiaba la vereda de su casa con una intensidad superlativa. Como vivía al lado del Nacional Nro.1 donde yo asistía, veía con impotencia como muchos chicos, a la salida, la molestaban con sus burlas porque ella se detenía a conversar con los Jacarandás en la vereda opuesta al colegio.

Por el contrario, Jala o Jalita según la llamaban, salía esporádicamente del psiquiátrico o se escapaba y solía pasar algunos días en la casa de mis abuelos, en Pellegrini. Mi hermana y yo vivíamos allí junto a mi madre, que se había separado. Tardé muchos años en darme cuenta de la afinidad secreta que las vinculaba. Jala presentaba siempre su rostro triste y apenas hablaba y en un momento, sin que se pudiese advertir el por qué, su rostro se doblegaba cabizbajo con la elocuencia de las lágrimas, que trataba de ocultar. Con el tiempo, mi madre comprendió que cuando eso ocurría, Jala se iría antes del amanecer, mientras todos dormían. Algunas veces, cuando yo no podía dormir y mis sueños convocaban al sobresalto, reprimí el impulso de seguirla, como solía ocurrirme con la inquietud que me despertaba con los linyeras. 

Fue una tardecita de otoño, en la tercera semana de abril, cuando a la hora del crepúsculo, la oí decir como si fuese una encarnación de Antígona o de Fedra: la última hora de la tarde presagia sus designios mortales. Esa noche vencí mi resistencia y salí tras ella que se comportaba como una sonámbula. Yo entraba, no solo en el recorrido de su errancia o su dispersión, sino en la posesión de un convencimiento, la idea de que somos plurales y hay un eco de múltiples voces cada vez que hilvanamos una frase y en esta oportunidad, ella tiraba de mí como diciéndome: sígueme si quieres penetrar en mis secretos y podrás entrever los tuyos. 

Digo esto, pero quizá era un influjo del fragmento 130 de Heráclito que era mi lectura preferida del momento Phýsis krýptesthay phileí, que algunos traducen: la esencia de las cosas gusta de ocultarse y otros: el desocultarse ama el ocultarse. Recuerdo que recordé que Odiseo se oculta para protegerse, como cuando oculta su cara para que los feacios no vieran sus ojos llorosos. Como pueden comprobar, la literatura interviene en nuestra emoción contaminando o falseando nuestro recuerdo del pasado, lo cual no me molesta, pese a que al quedarme oculto o en la vacilación del olvido algo se me sustrae y me sustraigo a mí mismo, de ahí que considerara importante seguir tras la huellas de Jalita.

El espacio y el tiempo son atributos de nosotros o lo parecen… Parecen categorías del pensamiento, de la misteriosa complejidad de nuestra mente. Esa noche, o lo que creo que fue esa noche, porque ahora que les cuento esto a ustedes, no puedo asegurar si fue real o un sueño, lo mismo da, descendimos por Pellegrini hacia el puerto y luego hacia el sur donde la ciudad parece desvanecerse lentamente. Jala caminaba zigzagueando y en varias oportunidades cruzaba de una vereda a la otra como alguien que se empeña en desorientar un sentido, pero rápidamente comprobé que perseguía la perfecta redondez de la luna llena, como si la Luna jalase de ella. 

Cruzaba eludiendo la intersección de los árboles como si quisiese expandir las potencia de la claridad en medio de la noche y yo sentí una suerte de congoja, como si algo de esa mujer sumida en la bruma de un misterio que me excedía, me arrojase a la incertidumbre de ser en el fantástico desatino de nuestra existencia… No sé cómo, regresé tratando de seguir el mismo camino que habíamos sobrellevado como si pudiese de esa manera recomponer el sentido de hacia dónde mis pasos me dirigían, pero tratando de esquivar la luz o la plenitud de la Luna, sin tomar en cuenta la soledad esencial que me acompañaba en esas horas de la noche y el silencio de las calles desiertas.

Impulsado por la necesidad de atenuar siquiera la experiencia de esa noche, me diversifiqué en los quehaceres de los días sucesivos. Jala volvió en dos oportunidades en las cuales, extrañamente me nombraba en diminutivo, con cierta ternura, como si me tendiera su mano.  Intuí, sin que pudiese confirmarlo, que Jala me había percibido. Como antes, una noche se alejó y no supimos más de ella, fiel al destino de las personas comunes, que no son tan comunes. Su ausencia, con el transcurrir del tiempo, definitiva, comenzó a gravitar inesperadamente en mí, incluso me asediaba con cierta melancolía que traté de despejar escribiendo lo que había acontecido. Ustedes decidirán ahora si lo que les cuento y que pueden leer en lo que transcribo es un relato fantástico o real…máxime si les cuento lo que me pasó con la primera versión que redacté una noche de insomnio.

Me había despertado hacia la medianoche, sobresaltado por un sueño extraño que no quiero precisar, tal vez porque la buena literatura de Cervantes y Dante nos enseña que un buen texto consiste en aquellas cosas que no son dichas “parlando più assai ch´i non ridico”. Me había sobresaltado, repito y me levanté para librarme de la angustia, digamos, escribiendo este texto. Mejor dicho, con el texto original que dejé sobre mi mesa de luz para retomarlo a la mañana, pero cuando desperté no estaba, había desaparecido como si solo hubiese sido un momento del sueño. Lo busqué frenéticamente pero no lo encontré. Pensé: estoy enloqueciendo, pensé, tal vez es el recuerdo de Jalita que de muchos modos retorna recriminando mi falta de pudor al relatar su historia, algo de los otros que no debe ser escrito… Por supuesto, no estaría contándoles todo esto si no me hubiese trabajado fatalmente el olvido de un sesgo presumiblemente insignificante. Por lo demás, volviendo sobre lo mismo, ustedes decidirán; en lo que a mí respecta no hay literatura fantástica o real, sólo literatura.