Para el economista francés Thomas Piketty, “si la democracia no resuelve la pobreza, volverá el totalitarismo. La clave no es subsidiar, la clave es vincular la renta pública a planes de formación y de reinserción. No sólo hay que gastar más, hay que gastar mejor”.
Con agudeza que mueve al asombro, Piketty plantea –en tres conceptos de pocas palabras–, el diagnóstico de la Argentina 2017. Pobreza. Desinversión educativa. Estado no virtuoso a la hora de redistribuir.
Como teórico que estudió los últimos tres siglos del capitalismo, Piketty habla del mundo global. Sólo que a la Argentina le cabe ese sayo como un traje a medida.
Cada vez que camino el interior productivo de la provincia de Buenos Aires lo veo con ojos de ingeniero agrónomo y descendiente de un “gringo” que llegó a estas tierras sin más herramientas que sus manos. Y siempre me hago la misma pregunta: ¿Cómo es posible que un país (la Argentina) líder de la revolución de la soja transgénica que permitió alimentar a 300 millones de chinos, tenga hoy tasas de pobreza e indigencia que según el INDEC rozan el 40%?
Allá por el 2001-2002, cuando el país atravesaba una de las peores crisis de su historia, muchos de mi generación (que nació o se crio con la vuelta de la democracia), empezamos a caminar los barrios y territorios olvidados. Trabajamos desde la solidaridad y esfuerzo colectivo en construir alternativas para poder vivir mejor. Desde la organización social levantamos emprendimientos productivos. Cooperativas para construir fuentes de empleo. Bachilleratos populares para brindar posibilidades de estudiar a quienes el sistema educativo expulsaba. Talleres para chicos y chicas para luchar contra la falta de oportunidades.
Desde esa experiencia fuimos siempre muy críticos a las lógicas tradicionales de hacer política. De las estructuras que solo sirven para reproducir disputas personales sin propiciar la participación. Vimos y sufrimos el manoseo que se hace de la política, donde se la confunde con una búsqueda personal, una carrera a la fama, o para llenarse los bolsillos. Para esta nueva generación sub 40 que comenzó a militar a principios de este siglo, la política es una hermosa herramienta para cambiar nuestra realidad cotidiana.
Es la posibilidad de ser protagonistas en la construcción de una nueva ciudad, una provincia diferente y un país soberano y justo.
Visto desde la superestructura política, tal vez suene demasiado naif, demasiado utópico. Pero el mundo no parece pensar lo mismo. En España, un movimiento social como los “Indignados” logró –en apenas tres años– traducir esa energía en una representación política: “Podemos” ya es la tercera fuerza en el Parlamento español. En Grecia, el movimiento social emergente de la crisis económica, tuvo su traducción política en “Syriza”, el partido gobernante que tiene alrededor del 35% de las bancas parlamentarias.
Ese es el espíritu que nos mueve como generación emergente de la crisis del 2001. Por eso nuestras listas incluyen cooperativistas de fábricas recuperadas, productores hortícolas de los grandes cinturones urbanos, hombres y mujeres del colectivo LGBT (Vamos-Patria Grande tiene el récord de candidatos de ese espacio con 37 representantes) y el dato diferenciador respecto de otros espacios políticos: ninguno de nuestros candidatos ostentó nunca un cargo en el Estado; ninguno de nosotros uso “el puesto” y los fondos públicos para hacer “carrera política”.
* Precandidato a diputado nacional por Vamos-Patria Grande.