Mar del Plata suele ser destacada por sus playas y sus bellas vistas de la costa, a veces también por sus elevados índices de desempleo. Pero pocas veces se hace notar su variada fisonomía edilicia. Desde las señoriales casas estivales de la oligarquía, que ya nadie habita y que para sobrevivir pueden tener la suerte de convertirse en museo o centro cultural, pasando por el original diseño de la Casa del Puente, como le llamamos los marplatenses, recientemente restaurada por el gobierno nacional, hasta llegar a la larga hilera de edificios con miles de departamentos para turistas sobre la avenida Colón. Pero hoy quiero contarles sobre otras viviendas que fueron pensadas para los marplatenses de todo el año.
Nadie parece tener la posta precisa sobre las razones del nombre del complejo habitacional. Ni siquiera quienes lo habitan saben si los militares le pusieron Centenario intentando homenajear el siglo de la mítica fundación de Mar del Plata que se había festejado unos pocos años antes, o si en cambio se referían a los cien años de la campaña del imaginario desierto pampeano. Pero lo cierto es que a partir de 1982 se fueron entregando las más de 1600 viviendas que se agrupan en un compacto cuadrado de veinte manzanas solo atravesado por tres calles, en pleno corazón de la ciudad, en lo que había sido el matadero y el antiguo predio de disposición de residuos.
Hermano menor del Fuerte Apache y algo más grande que La Pepsi de Florencio Varela, las viviendas del complejo fueron distribuidas por los militares intentando demostrar que las políticas sociales no eran solamente cosa de peronistas y que ellos eran “derechos y humanos”. El barrio Centenario se sumó a Punta Mogotes, al Complejo Universitario y al Estadio Mundialista que cambiaron el rostro de la ciudad en esos años de oscuridad.
No hizo falta que transcurriera mucho tiempo para que se construyera un imaginario de estigmatización sobre sus habitantes. Y como bien sabemos, lo que de alguna manera se proyecta negativamente suele asumirse como identidad, más allá del origen o de lo real. Luego el círculo se va cerrando inexorablemente y se terminan invisibilizando las diferencias y la heterogeneidad que caracteriza a la mayoría de los barrios en cualquier parte del mundo.
Más de cuarenta años después, el imaginario está más cristalizado y duro que un diamante, aunque en este caso no estamos hablando de ninguna piedra preciosa. Y la cosa se complica porque además de acentuarse el símbolo del chivo expiatorio urbano de los bien pensantes, las viviendas del Centenario sufren el deterioro del paso del tiempo. Y no se trata de un solo edificio, sino de decenas con planta y baja y dos pisos, incluyendo escaleras al aire libre. Vale decir todo un barrio donde habitan veintidós mil personas, según cuenta la directora de la escuela primaria del barrio que coordinó el censo del año pasado.
Miriam Di Francesco, la administradora de uno de los consorcios que agrupa a setecientas viviendas trabaja en una pequeña oficina con paredes descascaradas por la humedad y con desprendimientos de cemento. “No te puedo ofrecer mate, porque justamente estamos todos sin agua por una pérdida que estamos reparando”. Cuenta que la mayoría de los adjudicatarios originales ya no están en el barrio, que fueron vendiendo sus viviendas. “En mi caso se la dieron a mis padres, ya fallecidos. Pero pasé casi toda mi vida viví acá, es más, mi hijo de treinta y dos años nació en el Centenario, este es mi lugar en el mundo”.
En el consorcio “cobramos una cuota mensual de solo mil pesos, y la mitad de nuestros vecinos no puede pagarla. Con ese ingreso nos tenemos que ocupar de todo. Y obviamente tenemos enormes problemas para el mantenimiento”.
Miriam agrega que viven la desatención de la intendencia. Para el poder municipal, hoy y siempre, el Centenario no es un complejo habitacional de viviendas sociales, sino que es un barrio privado. Cultivan una suerte de cinismo estatal para desresponsabilizarse de sus habitantes. Continúa la administradora: “Tampoco podemos constituir una sociedad de fomento propia, en los papeles somos parte del barrio Bernardino Rivadavia, pero estamos en el limbo porque en la práctica ellos no se ocupan ni siquiera de cortar el pasto en los espacios comunes ni de gestionar absolutamente nada. Nos sentimos como si no existiéramos socialmente. Te digo más, hay una disposición de hace un par de décadas que dice que la municipalidad debe ocuparse de las luminarias, pero no lo hace. El año pasado por primera vez vinieron a mirar, pero dijeron que para meter manos en el asunto había que hacer una inversión enorme para poner equipamiento nuevo. Y se fueron lo más tranquilos sin hacer nada, para nunca más volver”.
“Obras Sanitarias no entra a las casas del interior del complejo porque no pueden pasar los vehículos, y tenemos muchos problemas de roturas de caños de cloacas también”. Agrega que “también estamos preocupados por los tanques de agua, se desprende mampostería, los fierros del hormigón están a la vista, todos podridos. ¿Qué hacemos si se llegaran a rajar por completo?”
“Estamos en emergencia edilicia, en los últimos tiempos se nos derrumbaron tres escaleras. Un vecino quedó con una pierna lastimada y una nena se salvó de milagro. Uno de los derrumbes tapó la puerta de una vivienda a la que ahora no se puede entrar. Pensá que son doscientas cincuenta y cinco, ¿cuántas escaleras más estarán a punto de derrumbarse?”
“Somos el barrio con menos servicios municipales de la ciudad. Y lo peor es que desde hace años la gente no lucha por sus derechos ni siente lo común como propio, aunque ahora estamos empujando fuerte como para que eso cambie”.
Daniel Barragán es uno de los Defensores del Pueblo de General Pueyrredon, y ha tomado cartas en el asunto intentando visibilizar el problema junto con la Red Interinstitucional del Centenario. “Ya hemos presentado una carta de intención al Instituto Provincial de la Vivienda de la Provincia de Buenos Aires, mientras le seguimos exigiendo al municipio. El complejo habitacional necesita un Plan Integral de Reparación antes de que tengamos que lamentar cosas peores, y de eso debe ocuparse el Estado, sino nadie lo va a hacer”.
El año próximo será el sesquicentenario de Mar del Plata. ¿Podremos llegar al cumpleaños que se celebrará en el mes de febrero con una ciudad más integrada socialmente? Mientras tanto, el barrio entero se moviliza y “anda pidiendo escaleras” como en la vieja canción de Serrat, pero no para subir a la cruz para quitarle los clavos a Jesús, sino para algo más terrenal y tener alguna esperanza de que se puede vivir un poco mejor.