Fue una de las actrices británicas más emblemáticas de su generación, trabajó con algunos de los directores más importantes de su época –Lindsay Anderson, Joseph Losey, Ken Russell- y ganó dos veces el Oscar, por Mujeres apasionadas, en 1970, y tres años después por la comedia Un toque de distinción. Pero Glenda Jackson –fallecida este jueves en su casa de Londres, a los 87 años, “luego de una breve enfermedad y rodeada por su familia”, informó su agente- nunca le dio mucha importancia a los premios. En ninguna de las dos ocasiones asistió a la ceremonia de Hollywood y, cuando las recibió, le dio las estatuillas a su madre, que de tanto pulirlas terminó arruinando el bañado en oro y las usaba para sujetar una hilera de libros en su biblioteca. "Siempre suena tan ingrato, y yo no soy ingrata, pero una vez que tenés el Oscar, ¿qué hacés con eso?", le dijo al periódico The Times el año pasado. Y agregó que los premios no le daban tanto placer como “la posibilidad de obtener mejores papeles en el futuro”.
Nacida el 9 de mayo de 1936 en el seno de una familia trabajadora muy humilde (su padre era albañil y su madre empleada doméstica), Glenda Jackson siempre fue consecuente con su orígenes y militó durante toda su vida adulta en el Partido Laborista, llegando a ser miembro del parlamento del Reino Unido en varias oportunidades, desde 1992 hasta 2015, siempre por esa fuerza política identificada con el progresismo británico y enfrentada a Margaret Thatcher, a quien le dedicó diatribas fulminantes.
Durante ese largo período, se retiró de los sets y los escenarios, para volver recién a su primer amor, el teatro, a los 80 años, con una celebrada versión londinense del Rey Lear de Shakespeare (“De las más potentes que vi de la obra”, se entusiasmó la crítica de The Guardian), que después llevó a Broadway. No fue su único triunfo en los últimos años: ganó el Premio Tony a la mejor actriz de la temporada neoyorquina 2018 por la reposición de Tres mujeres altas, del dramaturgo británico Edward Albee.
Justamente, alguna vez Jackson contó que de niña su sueño era ser bailarina, pero que de adolescente resultó ser demasiado alta para esa disciplina, por lo que se decidió por el teatro. Tenía apenas 16 años cuando se subió a un escenario por primera vez, con una pieza de J. B. Priestley que organizó la YMCA de su barrio. En 1954, consiguió una beca de la Royal Academy of Dramatic Art (RADA) y pudo cursar sus estudios regularmente, lo que no fue suficiente para que en ese momento fuera aceptada por la exigente Royal Shakespeare Company.
Cuando parecía que iba a sucumbir a “una serie de trabajos que destruyen el alma" –según sus propias palabras-, su suerte cambió gracias a un pequeño papel en El llanto de un ídolo (1963), de Lindsay Anderson, una película representativa de lo mejor de la nueva ola del cine británico, también conocida como los Angry Young Men, la juventud que se rebelaba contra la mediocridad y la falta de oportunidades de su época.
En medio de ese Zeitgeist, Jackson consiguió incorporarse al Teatro de la Crueldad, la temporada que en 1964 Peter Brook llevó a cabo en la Royal Shakespeare Company en homenaje a Antonin Artaud. El éxito de ese ciclo fue la famosa obra Marat/Sade, del dramaturgo alemán Peter Weiss, donde Jackson interpretó a Charlotte Corday, la reclusa del manicomio que asesina a Jean-Paul Marat. Esa producción de Peter Brook –que cambió para siempre al teatro británico, incorporándolo a la modernidad de su tiempo- se presentó en Broadway en 1965, en París en 1966 y Jackson también fue parte de la versión cinematográfica de 1967, siempre dirigida por Brook, mientras en teatro interpretaba a Ofelia en la puesta de Peter Hall de Hamlet el mismo año.
En cine, sin embargo, su gran salto fue gracias a Mujeres apasionadas (1969), la versión de Ken Russell de la novela de D.H.Lawrence, que le valió a Jackson no sólo su primer Oscar a la mejor actriz sino también ubicarse a la vanguardia del feminismo de su época. La revolución sexual y la liberación de las mujeres estaban ganando terreno y su personaje, Gudrun Brangwen, era de una infrecuente complejidad emocional, con una sexualidad abierta y terrenal que sorprendió al público de entonces. Hasta ese momento, la mayoría de los símbolos sexuales femeninos eran pasivos a las necesidades de los hombres, pero acá era Gudrun quien tomaba las decisiones y ponía en su lugar a los personajes interpretados por Alan Bates y Oliver Reed.
Con Ken Russell volvió a trabajar en La otra cara del amor (1970), donde interpretaba a Antonina Miliukova, la mujer que sufre un amor imposible de ser correspondido por Piotr Ilich Chaikovski (“la historia de un homosexual que se casa con una ninfomaníaca”, era la provocativa descripción que hacía el director). Y reincidió con Russell, pero ya en un papel secundario, en la comedia musical El novio (1971), protagonizada por la modelo Twiggy.
Mientras tanto, en uno de los períodos más fecundos de su carrera, fue la protagonista –junto a Peter Finch- de Dos amores en conflicto (1971), que le valió el primero de sus varios premios BAFTA, y se rapó la cabeza para interpretar a la reina Isabel I en la serie de la BBC Elizabeth R. Ese mismo año volvió a encarnar a Isabel en la película María Estuardo, reina de Escocia, junto a Vanessa Redgrave, donde recreaban el histórico enfrentamiento entre las reinas rivales.
El éxito y la popularidad de Glenda Jackson se potenciaron con la comedia Un toque de distinción (1973), coprotagonizada por George Segal, que le valió su segundo Oscar y que -sin que ella supiera- fue el germen del cuento “Queremos tanto a Glenda”, de Julio Cortázar, que da título a su libro publicado en 1980. “El relato es muy simple: los amigos quieren tanto a Glenda –explicó el propio Cortázar- que no pueden tolerar el escándalo de que algunas de sus películas estén por debajo de la perfección que todo gran amor postula y necesita, y que la mediocridad de ciertos directores enturbie lo que sin duda usted había buscado mientras las filmaba”.
Ese texto aclarativo de Cortázar figura a su vez en el relato “Botella al mar” (de su libro Deshoras, 1982), una carta abierta del escritor a la actriz donde se sorprende al enterarse de que la próxima película de Jackson llevaría por título Hopscotch (rayuela, en español). Y donde expone no sólo las razones del título Queremos tanto a Glenda sino también la génesis de su admiración incondicional por la actriz británica: “Que el libro lleve ese título se debe simplemente a que ninguno de los otros cuentos tenía para mi esa resonancia un poco nostálgica y enamorada que su nombre y su imagen despiertan en mi vida desde que una tarde, en el Aldwych Theater de Londres, la vi fustigar con el sedoso látigo de sus cabellos el torso desnudo del marqués de Sade”.
No resulta difícil darle la razón a Cortázar. Salvo La inglesa romántica, con dirección de Joseph Losey, y Hedda, adaptación de la famosa obra teatral Hedda Gabler, del noruego Henrik Ibsen, ambas de 1975, su carrera cinematográfica a partir de entonces no tuvo ni la calidad ni el impacto cultural que Jackson había logrado en el inicio de su relación con las cámaras. Una sucesión de comedias apenas simpáticas pero intrascendentes con George Segal y Walter Matthau –Servicio a domicilio, Yo mando, tu obedeces, El espía más peligroso del mundo- sirvieron seguramente para pagar gastos y exorcizar traumas de infancia. “Mirá, vengo de una familia donde si no trabajabas, no comías. Esa era la estructura de clase", dijo a The Times el año pasado sobre sus orígenes.
El teatro siguió siendo su refugio, tanto en Londres como en Broadway, donde protagonizó obras de Racine, Eugene O’Neill y Edward Albee, entre otros grandes autores. Pero a partir de mediados de los años ’80 le fue dedicando cada vez más tiempo y energía a los derechos humanos y a la actividad política partidaria, que venía sosteniendo desde su juventud, cuando se afilió a Partido Laborista, formó parte de una liga antinazi y fue una de las caras más visibles de la National Abortion Campaign.
En 1991, Jackson se retiró de la actuación para dedicarse por tiempo completo a causas humanitarias (la lucha contra las hambrunas en Africa) y políticas. En 1992, entró como miembro electo al Parlamento del Reino Unido y a pesar de las muchas tormentas que atravesó –incluso dentro de su propio partido, cuando Tony Blair no gozaba precisamente de sus simpatías- se mantuvo allí hasta 2015, asumiendo incluso en algunos momentos responsabilidades en el gabinete, como Ministra de Transportes para el área de Londres.
En 2013, pronunció un discurso memorable en la Cámara de los Comunes que fue recibido con rugidos de protesta de sus opositores, cuando se supo del fallecimiento de la ex primera ministra Margaret Thatcher. “Todo lo que me habían enseñado a considerar como un vicio era, de hecho, bajo el thatcherismo, una virtud: codicia, egoísmo, ningún cuidado por los débiles, ese era el camino a seguir", dijo. Y siguió de frente al criticar el estado de los hospitales en el Reino Unido durante la gestión de la Dama de Hierro: “Tiemblo al pensar cuál habría sido la tasa de mortalidad entre los jubilados este invierno si esa versión del thatcherismo hubiera estado completamente en funcionamiento este año”.
Además de su ya citado regreso triunfal al teatro con una versión muy singular de Rey Lear, Glenda Jackson protagonizó para la BBC de Londres Elizabeth está desaparecida, una clásica película policial británica de intriga que, en plena pandemia, tuvo mucha difusión en plataformas a ambos lados del Atlántico y que aquí pudo verse fugazmente en HBO.
Y le queda una aparición póstuma todavía, una película que terminó de rodar junto a su amigo Michael Caine, titulada The Great Escaper. Inspirada en hechos reales, cuenta la historia de un veterano de la Segunda Guerra Mundial que escapó de su casa en el condado Sussex para asistir a una conmemoración del 70 aniversario del desembarco del Día D en Francia. El proyecto marcó la primera vez que Jackson volvió a actuar junto a Caine (90 años) desde que protagonizaron juntos La inglesa romántica, hace casi medio siglo.