Nunca confirmé si se podía hacer esto. Ojalá sí, porque es como escaparse un rato. Igual tuve varios días para averiguar. La cuarentena obligatoria había comenzado el viernes y estamos a martes. Se complica bastante parar la rutina. Obviamente las causas lo ameritan, pero extraño quedarme solo en la mañana. No me molesta mi familia. Bueno, un poco sí, pero no en el sentido de que los odio. Simplemente hay mucho ruido. Tampoco puedo pedirles que se que-den callados hasta las 8 pm.En ese horario saco a pasear a mi perra Laika. Lo hago entre las 8 y las 9. Aprovecho que los dos forjamos esta pequeña rutina juntos. Hay que ser sinceros, a veces ella me saca a pasear a mí.  Disfruto del tiempo que salimos, aunque ahora lo valoro más. No somos de caminar muchas cuadras. Nos quedamos cerca de mi casa, hay muchos perros y Laika no es miedosa.

Esa noche salimos un poco más tarde de lo que hubiera querido. Hacía mucho calor. Se escuchaban grillos y cigarras. El sol se estaba durmiendo y Laika lo sabía. Me fue a buscar a mi pieza, me miró con una cara que decía “apurate”. Apenas abro el portón, Laika sale disparando como una cañita voladora. Yo igual. Por suerte vivimos justo donde corta la calle. Donde empieza el muro de un barrio privado. Con Laika caminamos hasta la esquina. Yo me entretengo viendo cómo ella se revuelca en el pasto. Me gusta cómo combina ese color con su pelaje blanco y manchas marrones. Miro a ambos lados, para ver si viene alguien. El pasto está mojado. Hay un rico aroma en el aire, podría jurar que va a llover.

Laika tira de la cuerda, me lleva hasta la esquina de enfrente. Cruzamos la calle y en el reflejo involuntario de mirar para ambos lados, veo una sombra en la esquina de la derecha. Nada paranormal, era un chico ca-minando. Para y se recuesta serenamente en el portón de una casa. Parece estar es-perando a alguien. Entre la falta de luz que había, se podía distinguir igualmente su musculosa color verde.En eso escucho a alguien correr. Viene ha-cia mí. Agarro la correa de Laika porque sé que le va a saltar encima. El chico que venía corriendo, al dar vuelta la esquina se asusta por Laika, que ya había empezado a ladrar. Los perros del barrio la siguieron a coro. El chico se alejó caminando. Por un momento pensé que estaba corriendo de paranoico. Y que la paranoia ya lo había agarrado. El otro sigue ahí.

Seguimos paseando con Laika. Cruzamos la vereda de enfrente de mi casa. El pasto estaba más largo, húmedo. El negocio que estaba en la cuadra hace días que no abría. Aun así, dejaba la luz del frente prendida. Me acuerdo que una vez le pregunté por qué no apagaba esa luz de día. La señora del negocio me contestó: –Si la apago, no se vuelve a prender. De repente Laika empieza a olfatear algo. Yo igual. Huele a podrido. Ni siquiera se mo-lestaron en ponerlo dentro de una bolsa. Parece ser pollo. Diría que sí, que es pollo, la señora tenía una pollería.

El silencio que nos rodeaba quedó opa-cado de repente por las sirenas. Me cuesta distinguir si son de policía o de ambulan-cia. Voy con Laika hacia la esquina y miro para la derecha. No había nadie en la calle. Había ruido. A una cuadra, se encuentra la avenida. Veo pasar un auto lento, pero este acelera de golpe. Miro a Laika y me vuelvo a preguntar si esto está permitido durante la cuarentena. Estoy cerca de mi casa, ¿qué me pueden decir? Miro de nuevo hacia el frente y el chico con musculosa verde aún seguía ahí, esperando.

Laika tira de la correa, me sacude un poco. Me espabilo y le digo que es hora de volver a casa. Como siempre, se retoba y se tira al suelo. Quiere quedarse afuera. Siendo sin-cero, yo también. En pocos días ya será una semana de cuarentena. Siete días sin ver a nadie más que a mi familia. Me preocupa por cuánto tiempo tendremos que estar así. Por suerte tendré los paseos con Laika.Tengo que entrar a casa, pero el cielo se ve tan lindo desde afuera... La noche me abra-za. Es hermoso estar debajo de este azul. Pero sé que no todos podemos disfrutarlo. A Laika se le pasa el berrinche y se levanta. Nos acercamos a mi casa. Estamos por en-trar, el aroma a pasto mojado ya no se sien-te. Este es reemplazado por el olor a pintura fresca, mi papá estuvo pintando el portón. Cada uno se entretiene como puede.

Relato de la colección Todos los días parecen domingo, crónicas errantes, coordinada por Sebastián Russo, que acaba de publicar la Editorial de la Universidad Nacional de José C. Paz en su serie Memorias Imaginadas. La colección es producto de talleres literarios y de crónica realizados por la UNPAZ durante la pandemia.