No es casual que los últimos dos estrenos más comentados de HBO giren en torno a la temática de mujeres rotas: “Candy”, la miniserie de true-crime sobre Candy Montgomery, la mujer que en los años 80’s asesinó a una amiga, y “The Idol”.
“The Idol” , la nueva serie de Sam Levinson (Euphoria) co-producida con Abel Tesfaye (The Weeknd) tal vez no es una “historia real” , pero está basada en un relato más viejo que el sueño americano: una niña pobre de once años es descubierta mágicamente por un cazatalentos y es convertida en una estrella pop de dimensión internacional. Uno de los mitos fundacionales de Hollywood. Pero ahora dicha star está de luto por la muerte reciente de su mamá, estuvo internada y ahora está tratando de recuperar las riendas de su carrera. Para hay un problema: mientras ella quiere encontrar su propia voz como cantante, su manager, para sorpresa de nadie, quiere forzarla a producir música comercial que corte tickets porque ella está al borde de la quiebra.
La serie arrancó complicada. Según la revista Rolling Stone, la directora Amy Seimetz había filmado casi los seis capítulos, pero antes de terminar se fue del proyecto. Aunque HBO trató de desmentirlo, se filtró que Amy había pegado el portazo porque supuestamente Abel se quejaba de que ella tenía un “abordaje demasiado femenino”.
Long Story Short: Levinson tomó las riendas de la historia y el resultado es ciertamente una serie muy post “Me Too”. Como si nos retrotrajésemos al 2010 donde los papparazzis se babeaban registrando a Lindsay Lohan con la nariz llena de merca o Britney rapándose frente al espejo, acá no hay #GirlPower ni “Juntas podemos” ni “Yo te creo hermana”.
Acá vemos la clásica imagen de la bailarina resquebrajada en la cajita de música: una joven hermosa y talentosa atrapada en su mansión, sola y llorando en la Ferrari. Sam Levinson nos pide que veamos cómo Jocelyn (Lily-Rose Depp) , la protagonista, vive un infierno donde es explotada y abusada por todos los costados sin salvataje alguno. No tiene familia y sus únicas amigas son dos: una es su asistenta personal y otra que le está serruchando el piso. La sororidad no existe. El feminismo como guarida no existe. Ni siquiera el feminismo rosa de Hollywood. En ese contexto de vulnerabilidad extrema con una mansión millonaria de fondo (The Weeknd puso su casa para el rodaje) aparece #ElMalo de la historia: Tedros Tedros, el misterioso dueño de un club de LA que quiere seducirla para manipularla.
Mientras ella vive asfixiada por cumplir con las expectativas de todos menos las suyas, Tedros aparece como una vía de escape a través del sexo “poco convencional”. (Sexo poco convencional = BDSM genérico, donde Abel completamente vestido le habla a Lily como si fuese el protagonista de una película porno, mientras ella se pasea desnuda, lo cual no es nada nuevo porque estuvo en ese estado durante casi toda la serie). Podría haber funcionado sin Tedros #ElMalo, pero como ya adelanté el #MeToo Hollywoodense cerró su capítulo y ahora volvieron a la escena los chongos y ya no se puede prescindir de ellos.
¿Esta serie hubiese funcionado con un Jocelyn masculino? ¿Con un star tipo Harry Styles atormentado semidesnudo y solitario, que encuentra refugio en una mujer mayor que lo tiene amordazado y dándole órdenes mientras él le lame los stilettos? Eso sí hubiese sido realmente disruptivo y transgresor. Pero este relato parece que es demasiado “Edgy” hasta para Sam Levinson.Y aunque la historia de la humanidad está plagada de gente rota, la mayoría que conocemos son de mujeres.
Desde los 60’s la narrativa de la vida idealizada del rock star culminaba en una glamorosa muerte por overdose, donde el cuerpo del ídolo pasaba a la eternidad cristalizado en una divina juventud. En los 90’s, los 00, y bien entrado el 2010, el relato mediático de la decadencia en Hollywood estuvo marcado por otra línea conceptual: ex niñas estrellas como Jocelyn “perdidas” en la noche. La condena: tener que cargar con la cruz de ser malas influencias, vagas, putas demacradas, poco confiables, drogadictas malas madres, decadentes, problemáticas, conflictivas, delincuentes desacatadas y receptáculos de toda la bajeza humana.
Sin embargo esa narrativa también está cambiando. Desde la masividad de las redes sociales, las celebridades se adelantan veinte pasos antes que los medios y son ellxs mismxs los que dicen que tienen “issues”. Ellas mismas y luego ellos empezaron una oleada donde “admiten” tener, o haber tenido, problemas de salud mental, o haber estado internados, o tener consumos problemáticos. Tal vez el caso más reciente sea el de nuestra vernácula Joaqui, que canceló sus shows porque dijo que “no puede más” con su vida.
Las celebridades más influyentes hasta hacen documentales, películas o libros sobre ese tema que causan furor. Incluso cuando dicen que quieren tomarse un tiempo de las redes y cierran sus perfiles generan un efecto rebote y suman millones de seguidores, como ocurrió con Selena Gómez, que es la persona más seguida de IG. De hecho, “The Idol” indaga, superficialmente, sobre cómo los “problemas de salud mental” se banalizan en Hollywood.
No hay dudas de que el interés por ver millonarios sufrientes no se terminó con "Succession". Y que la curiosidad que genera el lado “humano” de los ricos y famosos siempre es un tema que da tela para cortar. Sobre todo ahora, que estamos más precarizadxs que nunca y estas pequeñas historias (y creer que los ricos también lloran) nos sirve como pequeña cuotita de “justicia social” simbólica. Sin embargo “The Idol” desprende una pregunta: ¿cuántas veces más se va a contar el cuento de la pobre niña estrella rota, sola y sufriendo en su descapotable?