Sentada en el patio de su casa en el partido bonaerense de Cañuelas, posa Felipa Larrea de Larrea, que era por entonces historia viva de nuestra patria. Esta foto junto con una nota sobre su vida se publicó el 27 de noviembre de 1909 en la revista Caras y Caretas, tenía 99 años en ese momento. Felipa recibió el apellido de su esclavizador, que según cuenta el periodista era “Juan M. Larrea”. Posteriormente la compró una señora de apellido Visillac de Rodriguez. Según explica el cronista, fue criada en lo que ahora es el Museo Santa Casa de Ejercicios Espirituales, ubicado en la calle Independencia, entre Salta y Lima, en el barrio porteño de Constitución. La repetición del apellido se debe a que se casó con otro esclavizado de nombre Ignacio Larrea.

La nueva dueña, Justa Visillac de Rodriguez, murió en el año 1860, el mismo año, donde Buenos Aires se incorporó como provincia de la República. El nuevo texto constitucional establecía en el articulo 15 el fin de la esclavitud como institución legal, con la correspondiente indemnización para los propietarios por su perdida. El artículo no aclara mucho al respecto, pero da a entender que Felipa siguió siendo una esclavizada por algún tiempo más, ya que señala: “Sucesivamente sirvió en las casas de don Valentín Díaz, doña Josefa Lavalle y señor Marco del Pont”, y luego, sin explicitar demasiado las circunstancias ni los tiempos añade: “Años después, ya libre, sirvió a don Bernardino Rivadavia”.

Como esclavizada y luego siendo una mujer libre, realizó trabajos de cuidado y servicio doméstico. Sin duda, se puede suponer que las circunstancias en que realizaba la tarea eran ligeramente distintas, sin embargo, la crónica señala: “La ex esclava se encuentra actualmente en la mayor miseria, sin amparo ninguno”. Esta situación la obligó a trabajar hasta el final de su vida: “La señora Larrea, con sus 100 años encima, continúa trabajando, ganándose la vida con las fatigas y penas que son de suponer (...)”, al igual que a lo largo de toda su trayectoria, explica el periodista que: “Felipa continúa dedicándose a las tareas domésticas”.

Felipa es la encarnación de una herencia colonial que no solo estructuró nuestros Estados en el continente, sinó que tiene su reflejo en este siglo como perpetuación de la desigualdad social. En ella raza, género y trabajo se expresan tan cabalmente que hasta su nacimiento, el 1° de mayo de 1810, según indica la nota, adquiere hoy un significado distintos frente a los debates actuales de los feminismos negros en torno a las políticas sobre las tareas domesticas, y el enfoque que suelen darle los Estados en nuestra región a este tema.