Buenas, buenas, primero quería agradeceros, ceras y ceres por la enorme y realmente cariñosa cantidad de comentarios, aportes y disquisiciones varias, todas ellas valiosísimas a mi manera de ver, que suscitara mi columna del pasado sábado 8: “Discriminaciones. ¡Andá payá, qué mirás!". Segundo, Francia (a seis meses de escalonetazo). Y tercero, aunque no por ello menos importante, si la semana pasada me refería a algo estrictamente personal, aunque con implicancias sociales, esta semana quiero referirme a un asunto más que nada social, pero con implicancias personales: noto cierta banalización o naturalización con la que tomamos, últimamente, a la extrema derecha, en sus tres nefastos sabores: “neoliberalismo”, “recontraliberalismo” o “sedicentes libertarios”.
Los vemos, y así lo hacen casi todos los medios, como si fueran “un partido más”, una ideología más en el juego democrático, con la que es posible discutir, acordar, negociar, disentir –como es civilizado y apreciable en la política moderna–, y sentimos que, en todo caso, se puede ser adversario, pero que, en el fondo de todos los participantes, estaría “el bien común”. Nada más lejos de la verdad.
Es posible que los que adhieren a esta extrema derecha crean que “expresan una derecha moderna, que logra convencer y movilizar”. Desde mi punto de vista, en cambio, expresan la más antigua doctrina del imperio, ni siquiera el romano, tal vez el egipcio, con un faraón y miles de esclavos construyéndole la pirámide, y donde el mundo era un territorio “a conquistar”.
Uno de sus exponentes más desorbitados, J. Mileinial (“Mileinial” por el público que lo sigue, “Deteriorenial” por su discurso, “Edadepiedrenial” por sus ideas), quiere –y lo dice sin que se le caiga un pelo (y se vea que en realidad es Domingo Equino luego del electroshock)– ser visto como un nuevo Moisés. Tal vez esté pensando en un Moisés que llevó a su pueblo a la libertad, pero no aclara que, en realidad –como recordamos con Daniel Paz en un chiste en este mismo diario–, Moisés los condujo 40 años por el desierto, ni que, según la Torá, ninguno de los que salió de Egipto (Moisés incluido) llegó vivo a la Tierra Prometida.
Mileinial pretende ser como "Moisés con los hebreos” (posiblemente, por los “mandamientos”), pero más bien se parece a "Moisés con los egipcios" y "con las diez plagas" (que, no sé por qué, la versión cristiana redujo a siete): propone quitar la escolaridad pública y los derechos en general, posibilitar el comercio de órganos, cerrar los medios públicos de comunicación, dolarizar la economía. Estas medidas posibilitarían, dice, que mejorasen su calidad al estar en manos de los privados. Sin embargo, aun si fuera así, no sería para todos, sino para quienes lo pudieran pagar. O sea que, más que a Moisés, se parece a Noé, que dejó a casi todo el mundo fuera del Arca.
No entiendo por qué analistas, periodistas y políticos le conceden chance alguna. Personalmente, aunque me puedo equivocar (las provincias me van dando la razón, pero yo esto lo comenté antes de las elecciones que se llevaron a cabo), creo que no va a pasar de una cifra realmente menor a nivel nacional, aunque pueda tener cierta cabida en Capital y el AMBA.
Cerquita de este delirio tremens, aunque no tanto como ella misma quisiera, Patricia Pfizer, la Suma Sacerdotisa del Macrigarcado, la de la conspiración mapucheiranívenezuelomarciana, que no dudará en perseguir (y habría que ver hasta qué punto) no solo a quien piense distinto, sino, directamente, a quien piense... algo.
Que la propia otrora secretaria de Asuntos Ansiolíticos, Lilitazepam, haya dicho que la alianza posible entre Mileinial y Patricia Pfizer "podría llevar a un ajuste brutal, a muchos muertos por represión, y a que los responsables terminen juzgados por crímenes de lesa humanidad” lo dice todo. Paradójicamente, no nos sorprende el contenido, sino que sea ella quien lo diga, en un ataque agudo de lucidez, o en un terrible shock de internismo garca, o vaya uno a saber por orden de qué divinidad que se le haya aparecido de pronto.
En todo caso, lo loco es que haya gente humilde, pero, sobre todo, que haya gente de clase media que quiera elegir esta opción. ¿Y por qué digo “sobre todo de clase media”? Porque, a los que ya están mal, simplemente no los va a dejar mejorar, pero los que están más o menos, los pyme (pequeños y medianos electores), esos del “a mí no me va a pasar” son exactamente “a los que les va a pasar”. Como aquellos que en su momento apoyaron el golpe del 76 y terminaron muuuy lastimados, y de muchas y horribles maneras, por la dictadura. O como esos que ahora tienen un negocio pequeño o mediano, una empresita, o un par de deptos en alquiler, y piensan como la clase alta, pero viven de la propia clase media. Cuando tengan que vender un café a 10.000 pesos, o la ficha de taxi salga 1.000, o pidan 2.000 dólares por mes por su cuatro ambientes que no está en Puerto Madero y no consigan quien pague esas cifras, quizás se arrepientan. O le echen la culpa a la yegua, por no haberse presentado y ganado las elecciones.
Pero (“pesimismo en la razón, optimismo en la voluntad”, decía Gramsci), confío en que el pueblo argentino recuerde que tiene muchos bellos motivos para seguir vivo, y no se suicide así nomás.
Hasta la semana que viene
Por ser mañana el Día del Padre, sugerimos acompañar esta columna con el video “ESpecial día del padre”! de Rudy-Sanz (RS+)