Hace tan sólo veinte días que Sabrina Rocca puede decir que Mario Eduardo Garrido es su papá. El miércoles 24 de mayo, cuando viajó a Córdoba capital y con aquel hombre de mirada amable para hacerse el estudio, supo de corazón que la búsqueda había terminado. Mario tuvo la misma sensación, y se lo transmitió el jueves, por teléfono. “Buen día, hija”, le dijo, y ella, del otro lado, en el hotel, no pudo --o no quiso-- contener tanta felicidad en el cuerpo y empezó a llorar. Los resultados del laboratorio llegaron tres días más tarde. La prueba de paternidad fue contundente: sí, el ADN de Sabrina y Mario es genéticamente compatible en un 99,99%.
Este Día del Padre encuentra a Sabrina de festejo en Cosquín, una pequeña ciudad de Córdoba rodeada de sierras, en una misma mesa junto a Mario, la tía Raquel, cinco hermanos, abuelos y primos. “Encontré una familia gigante, increíble, que está encantada de conocerme, que está feliz de que haya aparecido. Son un montón, son todos súper amorosos, y organizamos una tremenda fiesta para disfrutar juntos el domingo, como tiene que ser. Estoy pasando por uno de los momentos más felices de mi vida”, asegura, todavía con emoción, la nutricionista de Mar del Plata.
Ahora que conoce la identidad que intentaron negarle durante casi cuarenta años, que sabe cuáles son sus raíces, Sabrina sólo trata de conectar con las nuevas sensaciones que le regala la vida: “Estoy sintiendo cosas que nunca me habían pasado. Acabo de conocer a este señor y todo el tiempo necesito saber cómo está, quiero estar tranquila de que está bien, y nunca me había preocupado tanto por alguien que no fueran mis hijos. Dicen que la sangre tira, y creo que eso estoy experimentando”.
La apropiación
Sabrina Lucía Rocca nació el 3 de septiembre de 1982 en Valle de Punilla, es licenciada y profesora en Nutrición, tiene dos hijos, y cuenta con un emprendimiento gastronómico familiar desde hace años en Mar del Plata. El 16 de abril de 2021, nueve meses después del fallecimiento de la persona que siempre nombró como “mamá”, dos amigas íntimas de la mujer rompieron el pacto de silencio y se comunicaron con su esposo para decirle que fue adoptada. En busca de información más precisa, el marido también consultó con una de las hermanas de la madre de crianza y descubrió la verdad: ella había sido apropiada.
A Sabrina le costó reconstruir el confuso hilo de la apropiación que sufrió en Córdoba. El padre que la crió, un casinero, negó los hechos hasta que un día se quebró y confirmó la historia: se justificó diciendo que su esposa “tenía un problema” para concebir hijos y evitó dar otros detalles. Lo que sí está claro, al menos en los papeles, es que el nacimiento fue registrado en la antigua clínica Santa Lucía de Cosquín, donde se habrían vendido bebés en los tiempos oscuros de la dictadura, y que el médico que intervino en el parto fue Antonio L. H. Di Gennaro (M.P 792). “Fui anotada en Córdoba, pero me trajeron directamente a Mar del Plata y siempre viví en la ciudad. Tengo entendido que toda la familia me estaba esperando cuando llegué del viaje en el que me fueron a comprar. Y todos, también, hicieron un silencio absoluto: nunca nadie me tiró una pista de que yo había sido adoptada en esas condiciones”, apunta.
De Alemania al pueblo de Julián Álvarez
Sabrina Rocca pasó días de mucha angustia e incertidumbre. No le resultó fácil aceptar, de un momento a otro, que su vida se había construido sobre la base de una mentira. Pero tampoco le fue difícil reunir valor para salir en busca de sus orígenes. Cuando supo la verdad, no dudó y tomó pronto la decisión. “Empecé a buscar ni bien me enteré porque, como yo extrañaba, quería saber si del otro lado también había alguien pensando en mí. Esa fue la motivación más importante que tuve”, explica, a Página/12.
La búsqueda fue prácticamente virtual. Primero comenzó con publicaciones en Facebook, difundiendo lo poco que sabía de sí misma en distintos grupos. Y por el aporte de un usuario, también se valió de la ayuda de My Heritage, una herramienta online, de amplio uso en todo el mundo, que permite crear árboles genealógicos, subir y compartir fotos, y bucear en miles de millones de registros históricos globales. “My Heritage es un sitio bárbaro porque te mantiene conectado permanentemente con gente de cualquier parte. Tu resultado todo el tiempo se está comparando con los nuevos análisis que ingresan al sistema, y como es un sistema internacional que se va actualizando, te permite estar relacionado con el resto del planeta”, resume.
Así, el 25 de diciembre de 2022, a través del chat de la plataforma, Sabrina recibió el saludo de Caterina, una de sus primas. Hasta entonces, sólo sabía que se trataba de una joven que vivía en Alemania, que también había nacido en Valle de Punilla y con quien compartía “una coincidencia genética mayor a lo habitual”. Caterina luego la derivó con Patricia, una mujer de Calchín, el mismo pueblito donde nació el delantero campeón de mundo Julián Álvarez, quien le sugirió rastrear el apellido Garrido en las zonas de San José de la Dormida y Cosquín.
“Sos igualita”
Gracias a esa guía, un par de días más tarde, Sabrina hizo contacto por Facebook con Raquel Garrido. La mujer, emocionada, le escribió por las “fotos tan familiares” que había publicado la nutricionista en las redes. “Me empezaron a escribir un montón de Garridos que me deseaban suerte, y recién ahora entiendo que se trataba de familiares míos. Raquel estaba emocionadísima y sorprendida porque decía que mis fotos le hacían acordar a ella misma cuando era chica”, afirma.
Los chats se extendieron por casi cinco meses y en el intercambio casual de imágenes y recuerdos se hizo evidente el parecido de Sabrina y Mario, uno de los siete hermanos de Raquel: “La similitud física era tremenda. Hoy la foto con mi papá está difundida y se puede ver que somos muy parecidos. Por eso con Raquel empezamos a hablar en ese sentido, en tratar de coincidir para realizar la prueba de ADN. Ella habló con él y ante la sorpresa no dudó en hacer el estudio”.
El primer abrazo
Sin saber quién era realmente, Sabrina abrazó a Mario Eduardo Garrido el 24 de mayo, en las puertas del Laboratorio de Inmnogenética y Diagnóstico Molecular (Lidmo) de Córdoba. “Ahí viví en carne propia eso que dicen de que la sangre tira. Cuando lo vi, yo ya sentía que lo quería, sentía que lo amaba, sentía que lo quería abrazar. Era una locura que no podía explicar porque estaba sintiendo cosas por un hombre que nunca había visto en mi vida. Fue una emoción tremenda”, recuerda.
Sabrina y Mario no dejaron de hablar por teléfono en los cinco días que debieron esperar hasta conocer el veredicto final de la ciencia. Así descubrieron un sinfín de coincidencias: ninguno toma vino, a ninguno le gusta cocinar, aman el café y tienen, además, el mismo grupo sanguíneo. “Al otro día, cuando él me llamó y me dijo ‘buen día, hija’ me largué a llorar. Me cayeron todas las fichas juntas. Fue el momento más emotivo de todo este tiempo porque pude liberarme y llorar sin que importara nada. Me miraba todo el mundo en el hotel de Córdoba y yo estaba feliz de la vida: sentía que ya había encontrado a mi papá. Después el resultado de ADN lo confirmó y sabía que eso iba a pasar, lo sabía, pero necesitaba confirmarlo”, confiesa.
El último rastro
Ahora Sabrina intenta reconstruir el lazo materno. La única referencia clara que tiene sobre su mamá deviene de un recuerdo de la mamá de Mario y Raquel: “Ella contó que hace 40 años supo que una vecina estaba embarazada. La chica quería entregar al bebé porque no lo podía criar. Entonces, la mamá de Raquel se acercó y le pidió que no lo entregara, le dijo que ella se lo iba a criar y así podría verlo cuando quisiera pero la chica no aceptó. Y del bebé no se supo nunca más nada porque supuestamente había muerto al nacer. Eso fue lo que dijo la mamá cuando le volvieron a preguntar mucho tiempo después”.
“La historia, entonces, se cerró ahí. Pero esa historia coincide con que tanto yo como ese bebé tendrían la misma edad, que nacimos en el mismo lugar y en la misma clínica. Y cuando me mandaron las fotos de la chica que había entregado al bebé da la casualidad que es igual a mí, es un calco. No me puede negar porque somos idénticas”, insiste la nutricionista, y agrega: “Cuando vi esa foto no podía hablar. Me largué a llorar porque no podía creer que estaba viendo a mi mamá. No hay dudas de que es ella. Todos los que estaban mirando las fotos conmigo decían que somos iguales”.