Una de las preguntas más escurridizas de la historia de la humanidad, ploteada sobre una camioneta estacionada en las calles de Nueva York: “¿Quién es tu papá?”. Corren los 90 y los test de ADN se ofrecen así, in situ y al paso, como un combo de autodescubrimiento: con una misma muestra es posible despejar dudas sobre el parentesco biológico, y obtener precisiones sobre la herencia genética, el estatus étnico y hasta el destino migratorio. Pero antes de lograr respuestas con el grado de precisión que solo el ADN fue capaz de proporcionar, la ciencia buscó el secreto de la paternidad en las huellas digitales, la sangre, la dentadura y hasta el caracol de la oreja.
La imagen de la camioneta aparece en ¿Quién es el padre? (Siglo XXI Editores), el libro de la historiadora norteamericana Nara Milanich, es la foto de un momento histórico. Pero a lo largo de su investigación, Milanich recupera la película: es decir, cómo la idea ahora indiscutible de que la paternidad biológica es única y cognoscible es relativamente nueva, del siglo XX. Antes de eso, la ley y las costumbres habían definido universalmente la paternidad en relación al matrimonio. Es decir, el padre era por default el marido de la madre (y si no había marido, entonces, tampoco padre).
--¿Cómo se produce este cambio en la forma de concebir la paternidad social (que consideraba a la paternidad biológica un misterio) hasta llegar a lo que llama “paternidad moderna”, ligada a la idea de que puede y debe ser conocida gracias a la ciencia?
Nara Milanich: --Durante una investigación para mi libro anterior, me topé con archivos en los que la paternidad se definía a partir del comportamiento del hombre, la voluntad de reconocer a un niño como propio. Me llamó la atención cómo se definía el parentesco en ese momento. Lo que hay hasta el siglo XX es un discurso en torno a la imposibilidad de saber a ciencia cierta quién es el padre. Y eso había sido decidido así por la naturaleza. La justicia tampoco podía indagar demasiado. En los casos de los llamados “hijos naturales” se prohibía investigar. La paternidad se definía como una relación social. El padre es quien vive con la madre, besa al niño en público y lo muestra en su círculo. Punto. Luego me empiezo a topar con rarísimos tratados forenses, de los años 20, 30, 40, que exploran la posibilidad de demostrar el vínculo biológico entre un hijo y su supuesto padre a través de métodos científicos más o menos dudosos: estudiando dientes, formas faciales, sangre, huellas digitales. Ahí aparece una nueva de idea de que hay otras maneras de conocer al padre. Pero hasta ese momento nadie metía a la ciencia en eso. El Derecho decía quién era el padre. El cambio está dado por una nueva idea de base: padre ya no es quien la sociedad determina, sino el progenitor biológico.
Paternidad y “corroboración racial”
Como documenta la investigadora especializada en parentesco, infancia y género Nara Milanich en su libro, recién hacia fines del siglo XIX aparecen fisuras en la definición matrimonial de la paternidad. Con excepciones de casos específicos (como los intercambios de recién nacidos en hospitales o, por supuesto en Argentina, la apropiación de bebés como práctica sistemática de la dictadura), la historia de las pruebas de paternidad ha quedado registrada en la prensa como relatos de las investigaciones para dar con esposas infieles, maridos engañados y padres esquivos. Pero las implicancias sociales y políticas de los criterios con los que cada época define qué es ser un padre van mucho más allá de la dimensión melodramática del asunto. Según el momento del siglo XX y el lugar que se tome como muestra, los motivos que impulsaban esas búsquedas podían ir desde proyectos de “clasificación racial” (algo que el nazismo convirtió en cuestión de Estado), cambios de ciudadanía, juicios por manutención hasta la inquisición sobre la libertad sexual de las mujeres.
--¿Cuál es la relación entre los “estudios raciales” y la ciencia de la paternidad?
--El parentesco no sólo es una relación privada, sino que tiene una serie enorme de incidencias públicas, políticas y económicas. La nueva definición de padre como progenitor biológico surge en parte por el afán por la genética, la eugenesia, la ciencia racial, de los años 20. Disciplinas que tendrán su apogeo en el nazismo. La ciencia nunca opera por separado de las demandas e intereses de su momento histórico. En estos años también se da gracias a las feministas cierto rechazo de la vieja moral victoriana que decía que la madre soltera debía asumir sola su “desliz”. Se empieza a pensar que el hombre también tiene que tomar responsabilidad por los hijos fuera del matrimonio. Y es de interés para la sociedad que los padres se hagan cargo de ellos.
--¿Cuáles son las consecuencias de esta nueva forma de entender la paternidad para los derechos de los niños y niñas?
--Surge por estos años también la idea de que un niño tiene derecho a conocer su origen. Una idea que hoy en día sobre todo en países con la historia de lucha por los derechos humanos como Argentina parece una obviedad. Pero surgen recién para principios del siglo XX. En el siglo XIX se podía prohibir la investigación de la paternidad porque muchos de esos niños quedaban viviendo en casas ajenas como “criados”. No eran hijos de nadie. No se consideraba que hubiera necesidad de establecer quién era su padre. Esos niños no eran sujetos de derechos, sino objetos de caridad.
--Mucho se ha dicho sobre la diferencia entre estas dos maneras de pensar la paternidad: el enfoque biologicista y el constructivista o socioafectivo (la idea de que la familia está basada más en prácticas y sentimientos que en determinaciones biológicas). Es interesante cómo en su libro llega a la conclusión de que ni el enfoque biológico es siempre conservador, ni el sociaofectivo es siempre progresista…
--Durante la escritura del libro vi que el contexto lo es todo. El contexto define la dimensión política de la tecnología. Podríamos decir que los nazis son el ejemplo por excelencia del pensamiento biologicista y esencialista, la herencia genética. Pero miren el caso de las Abuelas de Plaza de Mayo: en un contexto completamente distinto, también abrazan en cierto sentido este esencialismo biológico pero en su búsqueda de justicia. El descubrimiento del ADN no ha llevado a lo que en algún momento se esperó, es decir, la completa biologización de todas las prácticas. Siguen rigiendo definiciones anteriores. En este mismo momento hay grupos de defensa de los derechos de los hombres que sostienen aun sin estudios de peso que un 20 por ciento de los varones del mundo están criando a niños que en verdad no son propios. Y presentan proyectos de ley en algunos estados norteamericanos para que los test de ADN sean obligatorios y se testee a cada niño que nace. Pero no es que el ADN tenga alguna visión política intrínseca. También los feminismos han abrazado las pruebas de ADN porque abogan por la idea de una paternidad responsable, en busca de igualdad ante la crianza. Según el contexto, la prueba de ADN puede ser una herramienta patriarcal o de igualdad.
--¿En qué momento diría que estamos hoy en relación a esas tensiones?
--Hoy vemos que tecnológicas que son novísimas plantean interrogantes que son las mismas que quizás la sociedad podía tener en el siglo XIX y antes también. Pero en otra forma. Las técnicas de reproducción asistida ponen en juego la “paternidad volitiva” de los juristas del siglo XIX, es decir, el deseo de ser padres. A los donantes de esperma no los consideramos padres. Son progenitores biológicos sin ser padres ni legales, ni sociales. El enfoque socioafectivo hoy nos parece algo intrínsecamente progresista. Y sin embargo tiene esas raíces a principios del siglo XIX, en el código napoleónico, que en verdad buscaba “resguardar a la familia legal de posibles reclamos de hijos por fuera del matrimonio”. Las cosas no son tan sencillas porque si abrazamos al cien por ciento y para todos los casos la idea del constructivismo social, ¿qué hacemos, como decíamos, con la lucha de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo? ¿La familia socioafectiva es la familia verdadera? Ahí ya no estaríamos hablando de una postura solamente conservadora, sino directamente criminal y nefasta. Lo que digo es que no hay una respuesta universal a esas preguntas. El contexto lo es todo.
--¿Qué nuevas preguntas plantea esta tensión (en las definiciones de qué es un padre) en el contexto de un uso cada vez mayor de las técnicas de reproducción asistida y en cómo estas han acompañado el reconocimiento de que los modos de formar familias son múltiples?
--Por supuesto una de esas grandes discusiones hoy se da por ejemplo entre los derechos de los hijos e hijas a conocer su origen biológico y los derechos a la privacidad de quienes donan gametas sin intenciones de ser padres o madres. Todos esos debates éticos creo que un poco los hemos dejado de lado por la comercialización galopante del ADN. En otra época era un gran tema este debate entre el derecho del “hijo natural” a conocer a su padre versus los derechos a la privacidad de ese padre, los derechos de su esposa “engañada” y demás. Se las llamaba “implicancias morales”. Esa comercialización de la tecnología en relación al ADN es arrolladora en países como EE UU pero está llegando también a Latinoamérica. Hoy en EE UU, un 20 por ciento de la población se ha hecho un test de ADN comercial. Por recreación. Se venden en la TV, la farmacia, te los regalan para Navidad. Son parte de una conversación de sobremesa: “¿Qué descubriste en el test?”. Entonces las preguntas sobre privacidad quedan un poco fuera de juego. La comercialización se las traga. Hay muchos debates éticos que podríamos haber tenido. Pero quedaron truncos.
--Como cuenta en el libro, lo que la gente muchas veces quiere saber a través de esos test es su composición étnica…
--Hay miles de artículos en la prensa del tipo “Señora se hace el test que recibió como regalo de cumpleaños y se topa con que su padre no es su padre” o “Supremacista descubre que no ser 100 por ciento blanco”. El ADN promete resolver las dudas pero en realidad lo que hace a veces es crear otra serie de misterios. El marketing siempre te plantea esta duda o la posibilidad de descubrir algo que no sabías. Puede ser que alguien busque ser “puro” o puede ser que busques tu “toque exótico”. Los laboratorios comercializan la duda. Es Estados Unidos hay un mito urbano, que también es charla de sobremesa: resulta que todo el mundo descubre que tiene un ancestro indígena, pero no cualquiera, sino un “príncipe o princesa indígena”. A pesar de tremendo racismo contra los pueblos nativos, es como si en ciertas dosis fuera pintoresco. Las que hoy vemos en la prensa son narrativas que nos llevan al melodrama, las novelas del siglo XIX, en las que siempre aparece un misterio sobre la identidad que queda al descubierto. Esa narración de una revelación, que aparece desde Shakespeare a Dickens. El huérfano descubre ser hijo del magnate de la ciudad. La ciencia del ADN vino a complementar muy bien esa narrativa de larga data.