Cierres de listas tumultuosos hubo siempre. Hasta violentos, en particular cuando se llega a la grilla de las candidaturas en las que el número de aspirantes siempre supera a la oferta. Esto asumido, cuesta evocar un cierre de listas tan decepcionante en las formas, tan enfrascado en las respectivas y menguantes subculturas políticas.

Discusiones menores, demasiado atentas a cuestiones ajenas al interés de la gente común y enrevesadas para su comprensión. Ataques personales, polémicas sobre declaraciones radiales o televisivas. La cultura política mundial se derechiza, el escepticismo cunde entre la gente de a pie, los expertos miden el ausentismo y el voto en blanco, los leen elevados… Con tamaño contexto, decepciona el cuadro a dos meses vista de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO). Las campañas políticas suelen (y tienen que) construir sentido común, estimular a la población, alumbrar futuro, romper inercias. En la Argentina ocurre con frecuencia porque sus instituciones (el sufragio universal obligatorio como pilar) y la cultura ciudadana lo fomentan. Volveremos sobre el punto en las líneas de cierre.

Contrato de lectura: esta columna no repasará esos intercambios, agobiantes y autodestructivos. Ni profetizará sobre la fórmula presidencial de Unión por la Patria (UxT), designación que no desmenuzará porque le parece que es un envase pasable cuyo contenido determinará lo que vale.

El tramo final de la campaña será el más importante, ojalá. Tiene que ser distinto al modo en que se manejó la coalición gobernante durante años y en estos meses. La oportunidad sobrevive en una curiosa paridad a la baja: ninguno de los tres espacios (los supuestos tercios) atraviesa su mejor momento. Va un repaso sobre los últimos meses,

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Pole position, apenas ayer. Juntos por el Cambio (JxC) conserva el nombre y las mañas. Se afincó en pole position para las presidenciales en las legislativas de 2021. En 2022 sostenía tan envidiable sitial. Sus principales figuras se embriagaron, dicho esto en sentido figurado. Vendieron la piel del oso, almorzaron la cena… todas las imágenes valen. Afrontaban el reto de desplazar al expresidente Mauricio Macri: piantaba votos, no era posible desligarlo de la hecatombe que causó en el gobierno. Macri dio el paso al costado forzado por las (malas) ondas de compañeros y correligionarios de ruta. A regañadientes, con ganas de embromar, con el correr del calendario enceguecido de bronca contra el (ex) querido “Horacio”. Rodríguez Larreta, Jefe de Gobierno, cofrade y sostén a través de décadas. “Mauricio” abusó del poder residual, estorba, presiona. No conduce al conjunto.

Rodríguez Larreta suponía en 2016 que Macri pasaría a retiro. La reposera, la FIFA, la vida bella de un millonario hedonista… Subestimó a su jefe, lo redujo a una caricatura: no falsa pero insuficiente. HRL se equivocó y dejó trascender su utopía acrecentando la bilis de Macri. Confortado por su desempeño en pandemia, por las pelotas de gol que el presidente Alberto Fernández le dejó frente al arco, Larreta se vio vencedor. Consagró laburo, estudio, coaching, uso de la vida privada, fortunas en pauta publicitaria, la estructura envidiable del distrito más rico de la Patria. Hoy tiene pinta de perdedor, malgré tantos recursos y malgré su ambición construida en etapas. En el mejor de los casos está palo y palo contra la exministra Patricia Bullrich a quien en todos los quinchos ven como más decidida, más hábil, más potente y más de derecha que el alcalde porteño. Larreta sigue apostando a que hay un electorado no decidido, no encuadrado que puede volcar la elección. La polarización no es su ecosistema. Su problema, pongalé, finca en las PASO. Si las saltea, Larreta maquina que ese “tercer sector” lo acompañaría. Y en un ballotage ni le digo. Hasta acá llega este cronista, minga de pronósticos en la neblina.

Bullrich intuye que ya prevaleció en las PASO, que las generales serán polarizadas, que la ancha avenida del medio es un mito urbano. Se expone, se ostenta. Surfea la ola de derecha mundial, desde la economía hasta el uso de armas de fuego. Su personalidad hace juego con el abanico de propuestas: es violenta, carece de escrúpulos. Cambió de camiseta política años atrás, pero desde hace años está afincada en un cuadrante que consolidó durante la gestión nacional de Macri. Apologista de la violencia estatal, vocera de la DEA incluso en sus gruñidos más terribles y sus fracasos más notorios. Propugna un programa económico bestial que tiene pinta de estar destinado a una resistencia civil masiva. No sabe enunciarlo… pero se le entiende. Su norte (la expresión vale de comodín) es la polarización, el odio al peronismo. En una de esas se le va la mano, un sector llamativo del establishment comienza a tenerle miedito.

No los mueve la compasión ni la generosidad. Ocurre que las corporaciones ganan mucho en el magmático esquema económico actual. Hay incertezas, faltan dólares, pululan variables preocupantes… OK. Pero las corpos se la llevan con pala, hay paz social. Aunque no lo verbalicen (y el Gobierno lo niegue) el “costo laboral” es históricamente bajo para los estándares nacionales. Aunque saraseen, la industria del juicio no se las lleva puestas. El poder fáctico quiere ajustar tuercas y presupuestos, sacar al peronismo de la escena, contribuir a reducir derechos y pretensiones de los laburantes…. Al mismo tiempo, preferiría que eso sucediera de modo gradual y durable, piensan muchos empresarios capos. Porque a su ver, lo gradual sustentaría lo durable. Este resumen, opina quien les habla, simplifica una situación compleja pero no la distorsiona ni falsea.

El poder fáctico entonces ve triunfadora a Bullrich y teme que, por gula o brutalidad, desperdicie una oportunidad histórica. El establishment no gravita en las urnas, se sabe. Maneja medios y tarasca, eso sí.

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¿Cuándo se jodió Milei? El diputado Javier Milei concretó hazañas superando su falta de estructura, sus carencias psíquicas notorias, la preexistencia de dos coaliciones sólidas con “pisos” electorales interesantes. “Hizo agenda”, instaló en el debate público y mediático obsesiones, iniciativas, rótulos… Insustanciales, peligrosos, mal fundados… tanto da. Hizo girar en su torno una porción gigantesca de la “pre campaña” anterior a la regulada que empezará en pocos días.

Casi todos los consultores electorales midieron que la intención de voto del outsider subía. Sus rivales creyeron en los vaticinios que valieron como hechos. En las últimas semanas el clima varió al vaivén de las elecciones provinciales. El hombre no hizo pie en ningún lado ni siquiera de la mano de Ricardo Bussi, el tercero con rodaje y cierto arrastre en Tucumán lo arrastró para abajo.

Los especialistas dan cuenta de un frenazo en los sondeos, se empieza a calibrar que sus perspectivas decrecen por el combo formado por la falta de experiencia, de apoyos territoriales serios. O por la fuerza en contra que empiezan a hacerle los medios dominantes.

Otra vez, habrá que ver. Las primeras imágenes del naufragio podían fallar a fuer de prematuras pero no es serio en contrapeso dar por acabado al prodigio. Hasta ahora Milei capitalizó en lo táctico electoral la condición de candidato único de su fuerza versus adversarios que se desangran en internas virulentas. De modo más sustancial, sintonizó con demandas y percepciones de la época. El descontento, el rechazo masivo a dos coaliciones que encabezaron sendos gobiernos malos, fallidos, llámelos como quiera. No son idénticos en ideología ni en proyectos… esa es una segunda mirada que quizá gravite en el cuarto oscuro. No en el inacabable día de la marmota que atravesamos. Milei grita y denuncia lo que le suma adeptos que gritan su apellido como sinónimo de emociones fuertes.

Las caídas electorales lo perjudican. Ser perdedor no embellece a nadie. Quienes lo apoyaron esperando “cobrar” réditos de locales cuentan con pocos incentivos para laburar gratis para un potencial lúser. La apuesta de Milei es superar tantos escollos. En el ínterin, un precandidato a gobernador bonaerense huye porque prefiere el pájaro en mano de una intendencia en el interior provincial. Si calculara alzarse con carradas de diputados nacionales y bonaerenses seguramente habría optado por otro destino. Cien pájaros no vuelan.

La moneda sigue en el aire. ¿Y si Milei cayera debajo el 20 por ciento, una gran elección salvo que se la compare con las hipótesis que se siguen barajando? Amén de otras consecuencias podría revivir la polarización de 2015 y 2019 máxime en octubre. Para elegir presidente y vice, la única boleta nacional, se computan los votos afirmativos válidamente emitidos, conforme la Constitución. Los porcentajes se calculan dejando a un lado los votos en blancos o los impugnados, ojo al piojo.

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Derivas del oficialismo: Alberto Fernández no es pre candidato a presidente por motivos evidentes. El contrato electoral quedó incumplido, transcurre un gobierno peronista que, entre otras deudas, no mejoró la distribución del ingreso ni incorporó derechos sociales o laborales relevantes. La coalición FdT dejó mucho que desear: abundaron divergencias, falto planificación, mesas de conducción, transigencia mutua.

El ministro de Economía Sergio Massa tuvo la voluntad de ponerse al mando de un gobierno inorgánico y anodino, con valiosas excepciones, Pidió facultades amplias, le fueron concedidas. A fines del año pasado calculaba que iría reduciendo la inflación de modo sensible, que llegaría a comenzar con el famoso “3 adelante”. Hoy en día todo el oficialismo se conforma con menos: no haber desbordado en mayo la de abril. Las expectativas se centran en la macroeconomía. Un acuerdo transitorio con el Fondo Monetario Internacional que suministre oxígeno hasta agosto o hasta diciembre, según los niveles de optimismo.

En diciembre la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner anunció que no sería candidata lo que produjo dos consecuencias. La necesidad (negada en demasía) de buscar nuevo candidato. Y la decisión de competir con la cancha inclinada por la persecución judicial. Arriesgarse a competir en un sistema degradado, como hizo el presidente de Brasil Lula en dos oportunidades, el expresidente boliviano Evo Morales. Ambos con éxito. Y como porfía el expresidente ecuatoriano Rafael Correa. Las fuerzas nacional populares sostienen el sistema, contra lo que postula la narrativa dominante.

Quien sea candidato del sector kirchnerista-massista tendrá otro reto: hacer creíble un discurso crítico hacia el Gobierno en el que revistó y revista. Puertas adentro el dilema se encarrila porque las identidades aglutinan. Será peliagudo persuadir a una ciudadanía descreída. Un mundo en las PASO y otro en las elecciones generales, quizás.

La capacidad de los ganadores en las primarias para contener a los votantes de los perdedores constituye otro enigma que también afecta a Juntos por el Cambio. Cuitas futuras, poco atendidas cuando el día a día absorbe pasiones.

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El pueblo como contrapeso: Así se titula una nota recomendable publicada en el diario Clarín, firmada por el camarista electoral Alberto Dalla Vía. Quien les habla conserva diferencias históricas con Su Señoría, cree justo citarlo. El magistrado defiende al sistema electoral nacional: “el pueblo argentino --más allá de lo que se diga o se critique-- es muy participativo y exhibe una gran cultura cívica, sentimos que con nuestra decisión soberana puede cambiar el estado de cosas, de manera que hemos concurrido masivamente a las urnas”. “Las elecciones son una manifestación de la soberanía popular altamente participativa y valorada”. Tal cual. Este cronista cree que muchos sistemas provinciales muestran flancos criticables, que en promedio el nacional es superior. Pero a diferencia del camarista Dalla Vía uno interpreta que la presencia popular masiva influye mucho también en los resultados provinciales y completa un conjunto interesante y vivaz.

Las elecciones provinciales ya desarrolladas insinúan una melodía que por ahí no se puede descifrar del todo. Sugestiva hasta aquí. Millones de personas que votan, intervienen, afrontan frío o calor, bancan colas, son autoridades de mesa, fiscalizan. Mejor o peor (siempre hay que elevar las instituciones) escogen, quieren definir su destino. Votan distinto en comicios diferentes. No dejan la impresión de ser generalmente “antipolíticos” o indignados.

Las elecciones no agotan el repertorio de la participación popular pero el sistema democrático no existiría sin ellas.

Confiar en la gente de a pie, escucharla, interpretar sus reclamos y también sus silencios, lo que anhelan sin poder expresar del todo, es deber de los que se postulan para representarlos. Obliga a un salto de calidad, a estar a la altura. Los dirigentes y candidatos tienen aún una oportunidad, una velita encendida. Se subraya “aún”.

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