Reinan la paz y la armonía en las entrañas del Club de Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires (GEBA). A través de los pasillos, en el marco de una fría mañana porteña, apenas transita una brisa. Y en una de las esquinas del complejo, en las canchas de polvo de ladrillo, en medio del silencio, se entrena Sebastián Báez, uno de los tenistas argentinos más relevantes del momento, junto con su coach Sebastián Gutiérrez.
Trabaja liviano porque acaba de volver de una larga gira europea que culminó en Roland Garros -cayó en cinco sets ante el francés Gael Monfils en una cancha central que ardía-. En un puñado de días comenzará con el trabajo más fuerte con vistas a la etapa de césped, con Wimbledon en la mira. "Fue una gira muy larga; me siento bien. Estos días limpiamos los golpes en polvo para ya trabajar en cancha rápida", le cuenta el actual 42° del mundo a Líbero, ya finalizada la práctica, en el corazón de la base de los Sebas: siempre que están en Buenos Aires trabajan en su propio espacio en el club, junto con otros integrantes de la Seba Gutiérrez Academy.
El método Sebastián Báez sintetiza un recorrido contraintuitivo, conformado por dos aristas sustanciales: la lucha contra la lógica y el control de las emociones. "Yo por Seba siento una gran admiración por lo que transmite cuando juega", sostiene Gutiérrez, en la intimidad de una conversación que tendrá a Báez como figura principal y que lo englobará todo: el tenis, la mentalidad, el aprendizaje, las personalidades y, sobre todo, la importancia de los vínculos.
Báez tiene 22 años. Cinco temporadas atrás llegó a ser el mejor junior del mundo, pero su ruta como tenista profesional lo encuentra, desde hace más de un año, ya insertado en la elite: tocó el 30° puesto del ranking ATP, fue líder del pelotón argentino y ganó dos títulos del máximo circuito sobre cuatro finales (festejó en Estoril 2022 y Córdoba 2023).
"Lo más difícil es mantenerse en el mejor nivel. Aprendí mucho estos dos años en los que jugué ATP. Tengo nuevas oportunidades para crecer; cada rival juega mejor", reflexiona, con las ideas muy firmes: el trabajo diario, al cabo, es el que revaloriza el camino. El lazo con Gutiérrez, en ese rubro, resulta primordial: "La conexión con las personas que me acompañan me hace fuerte: mi entrenador y el equipo. Me apoyo mucho en mi gente: ellos me hacen sentir bien para dar lo mejor en la cancha".
Si bien su manera de hablar exhibe cierta madurez, Báez sabe muy bien qué momento vive: "Soy chico, tengo mucho para aprender. El dominio de las emociones es muy importante. Más allá de las cosas que me pasan juego contra rivales que por lo general suelen ser mayores que yo; se conocen más. Ese es un gran desafío: conocerme siempre un poco más para saber qué cosas me hacen bien".
El lugar que ocupa hoy no es producto del azar. El propio Báez reconoce su punto de inflexión: cuando tenía 14 años lo conoció a Gutiérrez, entonces parte del departamento de Desarrollo de la Asociación Argentina de Tenis durante la gestión de Daniel Orsanic, a quien también acompañó en la histórica conquista de la Copa Davis en 2016.
"Era inconsciente y no hacía las cosas bien. Fue un cambio para mí. Nadie me había enseñado cómo hacer las cosas. Fue el primer clic: no mío sino de Seba, que me lo mostró. Si miro para atrás digo: ‘Me salvó’. Me puso donde estoy hoy. Fue el comienzo de algo nuevo", rememora.
El jugador nacido en Billinghurst, partido de San Martín, considera que la diferencia en el tenis de hoy está en la cabeza: "La parte mental es más que el juego y el físico. Es un cinco por ciento más: sin juego, por más que tengas cabeza, no vas a poder jugar. Pero hay que estar emocionalmente bien".
-¿Quién es Sebastián Báez?
-(Piensa)... No sé, soy un luchador. Siempre trato de estar mejor.
Gutiérrez, entonces, se suma a la charla. "Superación es la palabra", dice. Este cronista profundiza y le pide tres definiciones. La respuesta es la apertura hacia un decálogo: "Superación. Poder, por saber que se puede. Y buena gente".
La fórmula Gutiérrez
La serenidad de Sebastián Gutiérrez para transferir conceptos provoca asombro. Le bastan dos o tres palabras para conformar una idea. El viaje, en principio, tiene como destino la mente de Báez: "Seba hizo un buen trabajo en lo
emocional. Hizo muchos años de mindfulness (NdR: focalización en el presente), de meditación y de autoconocimiento. La cabeza se entrena: es el músculo más importante, pero muchas veces se manifiesta con el cuerpo. Si estás nervioso, tu cuerpo está nervioso y manda mensajes. Relajar el cuerpo es un entrenamiento que lleva tiempo. Seba dio un gran salto en la estabilidad en su segundo año en ATP".
Y amplió: "Técnicamente lo ves en un nivel y emocionalmente en otro. Pero es lógico por su edad. Ahora… si todo fuese tan lógico, Seba no estaría donde está: Seba rompió barreras. Hace unos años no podía entrar a los Challengers (el segundo circuito profesional) pero rompió barreras. Ante esa lógica siempre luchamos, para que se conozca, para que pueda aceptar las emociones y tener las herramientas para salir de los malos momentos".
En ese aspecto entra a jugar la capacidad de superación. Báez tiene una contextura por debajo de la media para el tenis actual: mide un 1m70. Su fortaleza, además de la destreza en impactos y movilidad, pasa por la mente. Gutiérrez siempre confió: "Seba y yo somos un ejemplo de que se puede. Ambos demostramos que, con humildad y con laburo, se puede. Seba viene con un biotipo poco común: es más bajo, pero el tipo demuestra que se puede. Yo no estuve 10 del mundo como tenista y mi experiencia como entrenador les muestra a otros que se puede".
¿Qué genera Báez cuando juega? El entrenador surgido en el club Arquitectura apunta directo al sentimiento: "Si yo fuera chico, Seba sería mi ídolo. La humildad, el respeto que tiene por los rivales. Hace la suya. No tiene maldad. Sufre, lucha, disfruta, pero es buena gente. Yo siento orgullo por más que mi misión sea empujarlo a que vaya por más".
El equipo de trabajo
Si bien Gutiérrez es el líder de un plantel que trabaja para que Báez pueda mejorar día a día, la apertura a diferentes miradas es una constante. Se considera un entrenador abierto a aprender. Por eso el equipo nunca dejó de profesionalizarse: este año se sumaron Martiniano Orazi, ex preparador físico de Juan Martín Del Potro y de Diego Schwartzman; el kinesiólogo Diego Méndez; y, de manera más externa, el ex tenista y entrenador Javier Frana. También está, desde hace bastante tiempo, el coach marplatense Matías Cáceres. Incluso Orsanic y Del Potro, por caso, siempre ayudaron para impulsar a Báez.
"El que maneja el equipo soy yo pero todas las opiniones me enriquecen para tomar decisiones. Es más fácil cuando hay gente que te abre la cabeza. Somos afortunados por el trabajo que tenemos pero a veces el día a día te hace perder cierta lucidez, entonces está bueno tener un equipo que no siempre te diga que sí. Lo valoro muchísimo", explica Gutiérrez, quien también entrena al brasileño Thiago Seyboth Wild (130°; en Roland Garros le ganó al número dos Daniil Medvedev).
Y aclara: “No miramos lo que hacen los demás: estamos juntos porque nos queremos y porque la pasamos bien. Yo estoy con la gente que quiero mucho. No somos cerrados: cuando uno está en el laburo se engancha y está con la gente que quiere. Buscamos disfrutar del proceso. En definitiva pasan las semanas y lo que queda es cómo viviste. El objetivo es ser mejor todos los días: mejor persona, mejor compañero, mejor profesional”.
La Copa Davis como vehículo
Gutiérrez configuró una pieza muy importante en el proyecto deportivo-dirigencial que logró saldar la histórica deuda en la Copa Davis. Como parte del cuerpo técnico del ex capitán Orsanic y del ex subcapitán Mariano Hood, el coach absorbió, además de mucho conocimiento, una máxima: ganar la Davis no era una meta sino un comienzo.
Del Potro, el gran exponente, le dejó enseñanzas durante aquel recordado proceso: "Me enseñó mucho con todo lo que hacía: cómo pensaba, cómo planificaba, cómo programaba, cómo llegaba, cómo competía y cómo terminaba de competir. Aprendí de cada persona que estuvo".
Pero para Gutiérrez hubo un aprendizaje que fue más allá del ámbito deportivo. Y es algo que lleva todos los días: "Aprendí que nada te cambia realmente la vida. Porque ganar
la Copa Davis… a nivel deportivo no sé si me va a tocar vivir algo tan fuerte. Pero
lo más importante es el mensaje que pudimos dejar: el tenis es un deporte individual
pero cuando más y mejor rendís es cuando jugás en equipo. Un grupo de buena
gente pudo lograr algo que fue soñado. Que Juan Martín volviera a jugar la Copa
Davis, cuando parecía que no iba a jugar más, fue un logro dirigencial (NdR: Del Potro llevaba tres años distanciado). Hoy me cruzo con la gente de aquella época y hay mucho cariño".