La pasó bastante mal en pandemia, al punto que tuvieron que colocarle cuatro stents para continuar su marcha por la vida. “Con suerte me estoy recomponiendo y hasta tengo muchas ganas de cantar en público”, le dijo a Página/12 horas antes de plasmar en hechos sus deseos, durante la vigésima edición del Encuentro de Música Popular de Rosario. Y vaya que los plasmó. Le sobró paño al “Chacho” Echenique –Néstor Salim, según el DNI- cuando, con Martín Neri haciendo las veces de su otrora compañero Patricio Jiménez, reflotó el aura del viejo y querido Dúo Salteño en la Sala Lavardén, donde su canto agudo brilló en piezas inolvidables. En “Doña Ubenza”, “Maturana” y la “Zamba de Juan Panadero”, entre ellas.
“Y también estoy intentando grabar un disco”, va a más este cantor contratenor, guitarrista y compositor salteño de 83 años, que supo ubicar las músicas del “Cuchi” Leguizamón y las letras de Manuel Castilla en un lugar sublime, dentro del amplio mundo de las músicas de raíz argentinas. “Tengo un tango dedicado a Menem, otro que se llama 'Mamapacha' y hasta un candombe. Pronto entraré a grabarlos”, asegura.
-Que extrañás a Jiménez, seguro. Atravesaste una vida de músicas, discos y viajes con él, casi hasta que “te dejó” en 2009 ¿Lograste asimilar su partida?
-Obvio que fue duro atravesar su partida. Cada vez que voy a Salta, veo que todavía están los afiches del Dúo. La verdad es que quedé mal durante bastante tiempo. No es fácil reponerse a esos golpes.
-Más aún, ensamblados con la muerte del “Cuchi” que había dejado huérfano al dúo cuando arrancó el milenio.
-¡Como pudo ser posible una cosa así, tan de golpe! Pero, bueno, qué se le va a hacer… el Cuchi se comía seis, siete empanadas con cerveza a la mañana. Era vital y fuerte, pero igual, ¿no? Recuerdo que cuando iba a verlo, en sus últimos días, respondía a estímulos musicales. Yo le cantaba y él seguía el ritmo con los dedos. Era un sabio, el “Cuchi”, una especie de filósofo que en algunas partes te educaba.
-¿Peleaban?
-A veces sí.
-¿Por qué?
-No me gustaba que se fuera a cantar con la aristocracia salteña. Yo no iba. No sentía estar ahí, en ese ámbito. Pero después, todo bien… Era muy auténtico, el Cuchi. Y honesto. “Pobrecito Tata Dios, siempre solito y ausente”: es impresionante.
-Te emocionás. Se te nota.
-Cómo evitarlo, si era un personaje maravilloso… Recuerdo cuando había que armar los conciertos del Dúo en Buenos Aires... ¡qué momento! Él y Manuel (Castilla) no le daban importancia al escenario, querían tocar en un espacio 'así nomás', y con Patricio nos volvíamos locos porque queríamos un buen armado de escena. Pero al final siempre salía bien: empezaba Manuel narrando sus poemas y después nosotros cantábamos canciones relacionadas con eso, porque queríamos que se resalte lo de Manuel.
Faena que el Dúo logró con creces, claro, haciéndose cargo de un repertorio que a las gemas de Castilla, agregó otras de Jaime Dávalos o Armando Tejada Gómez, siempre con el “Cuchi” de nexo musical. Tal vez “Balderrama”, “Zamba de los mineros” o “La pomeña” no hubiesen gozado de su trascendente devenir de no haber pasado por el “filtro” de dos voces que entendían perfecto las armonías, los contrapuntos y las melodías a las que jugaba el “Cuchi”. “Que personaje franco y hermoso ese Cuchi, que andaba siempre a los gritos", ríe el “Chacho”. “Era un tipo bienudo, que tenía una sinceridad tremenda”.
-Tras dejar tu carrera como futbolista (ver abajo) pudiste dedicarte a la música profesionalmente. ¿Cómo aparecieron los vínculos con el “Cuchi”, con Patricio, con Manuel?
-Fue algo que se fue dando de manera aleatoria, digamos. Patricio había venido a Buenos Aires con Los Fronterizos, ya tenía su trayecto, cantaba, tocaba guitarra... Yo, en cambio, me fui haciendo con Las Voces Blancas, porque lo principal para mí había sido jugar al fútbol. El hecho fue que nos conocimos en Buenos Aires a través de un portero salteño que congregaba a todos los músicos que iban de Salta a Buenos Aires. Puntualmente, el encuentro con Patricio se produjo en una peña que se hacía en un subsuelo de la calle Florida, una noche en que yo tenía que cantar. Recuerdo que estaba Mercedes Sosa ahí, con su pelito y su bombo, y cuando canté “El antigal”, ella se paró y me dio un abrazo. Bueno, cuestión que tiempo después ese mismo portero le dijo a Patricio que sería interesante invitar al “Cuchi” a una de esas peñas. Y fue lo que hicimos. Pero costó, ¿eh?
-¿Era reacio el “Cuchi”?
-La verdad es que él quería armar un trío para irse a Francia. Esto no lo sabe nadie.
-¿Por qué quería eso?
-Porque “Cuchi” ya había grabado en Buenos Aires y no le había ido bien, entonces no quería saber nada con volver.
-Ese disco que grabó es maravilloso. Es el que tiene “Chacarera del expediente” y “Coplas de Tata Dios”, la baguala de extrema belleza que citabas antes.
-Claro que lo era. Estaba muy bien tocado en piano y guitarra, y muy bien cantado, pero no había pasado nada. No sé por qué, la verdad. Lo cierto es que terminamos convenciendo a “Cuchi” y volvimos a llevarlo a Buenos Aires. La paradoja fue que nosotros lo hicimos conocido a él, porque no lo conocía nadie. Fue todo a fuerza de trabajo. Es más, conservo afiches de la época en los que aparece Dúo Salteño en grande y Cuchi Leguizamón en chiquito.
-¿Eran más populares que el “Cuchi”, decís?
-Pues claro. Aunque, en otro sentido, yo no sé si el Dúo Salteño fue popular, tengo mis dudas. Sí es cierto que le gustaba y aún les gusta a los músicos, pero no sé si fue popular. Diría más bien que no llegó a penetrar en este aspecto.
-Pero convocaban mucha gente. De hecho, en 2005, cuando regresaron al ruedo luego de un parate de casi 15 años, colmaron varios teatros del país.
-Inolvidable el concierto en La Trastienda, sí. Vinieron Víctor Heredia, Teresa Parodi, Les Luthiers, fue maravilloso eso. Pero aún así me cuesta creer que el Dúo Salteño fue popular.
-Yendo al fino de aquellos conciertos, hay una parte que te destaca. Entre la cantidad de piezas del “Cuchi” y otros autores que conformaban el repertorio del dúo, vos pudiste colar de las tuyas (“Aquel hombre que va” y “Doña Ubenza”, entre ellas). ¿Qué significaron estas piezas para vos? ¿Cómo nacieron?
-Bueno, “Aquel hombre que va” era una vidala lenta, norteña, que se me ocurrió cuando iba a los canales salteños y por ahí me encontraba con alguien conocido mío, chupando, que me decía "Ah, ahora que sos conocido ya no me conocés… Somos los nadies, ¿no?". Y eso me llegaba al alma. Tanto me llegó, que se lo conté al Cuchi, y me dijo que le quería poner una música.
-¿Y “Doña Ubenza”?
-Arrancó cuando me llevaban de chico a la Puna, porque tenía una tía maestra que se terminó casando con un chileno que administraba una mina de borato y sal en Cangrejillos, un salar ubicado a 60 kilómetros de San Antonio. Doña Ubenza trabajaba ahí, y yo también solía cargar bolsas de sal y de borato con mi tío, mientras Ubenza lavaba ropa en un ojito de agua y me decía cosas afectuosas mientras cantaba cosas entre el viento (“Le doy ventaja a los vientos / porque no puedo volar"). Su sonrisa no tenía término medio: o reía mucho o lloraba riendo mucho. Estaba mal o estaba bien, eso y fue algo que me quedó.
-Te bajó mucho después para terminar transformándose en canción.
-Por supuesto. Muchos años después, recordé esas vivencias y pude resumirlas en una canción, cuando vivía en el departamento de la calle Talcahuano.
-Un pedazo de Puna plena entre las luces de la Capital Federal, vaya contraste.
-Es que Buenos Aires fue la ciudad en la que tomé una posición respecto de mi raíz, porque cuando vos no la ves, jugás en el medio. El caso es que “Doña Ubenza”, que le encantó a Ariel Petrocelli y al “Cuchi”, la hice sin pensar. Me bajó directo ese personaje sufrido, sin nada, con su laburo, su tejido, su soledad, siempre lejos, como si estuviera ausente.
-Que atraviesa el tiempo.
-Los ves hoy, claro. Son los que van a la capital de Salta y exponen sus tejiditos, pero así, como quien no quiere la cosa. En fin, es una satisfacción enorme que la versionen mucho y bien diferente. No hay nadie que haga “Doña Ubenza” igual a otro. ¡Qué músicos que hay en este país! ¡Qué musicales somos!
-Mucho ha incidido en este sentido el respeto de ciertos rockeros por el folklore. El lugar que le han dado al género tipos como Spinetta, Páez, Santaolalla, Gieco, Nebbia...
-¡Nebbia! Él llevó al Dúo a grabar a Melopea (Vamos cambiando, 1991). Recuerdo que cuando llegamos al estudio, estaba grabando el “Fats” Fernández y había una señora ahí, a la que Litto le dijo 'mamá, ahí los tenés' y se fue a llorar al baño. ¡Mire que hermosura! ¿Cómo grabás después de eso? Además, Litto es una maravilla como músico y como persona. Es un tipo extraordinario, al punto que ni siquiera era necesario firmar contrato para grabar con él. Lo adoro y, para colmo, hemos nacido el mismo día, 21 de julio... ¡Tozudos los dos! (risas) Es más, ahora mismo estamos haciendo alguito. Ya se enterarán.
Recuerdos del pasado como futbolista
En la mira del "Toto" Lorenzo
Previo a la conformación del Dúo Salteño con Patricio Jiménez, Echenique tuvo un importante paso por el fútbol profesional: fue mediocampista de Juventud Antoniana de Salta. De allí pasó a Lanús, donde supo suplantar a uno de los grandes ídolos del club sureño, Juan Héctor Guidi, en un partido frente a San Lorenzo en el Viejo Gasómetro. “En ese partido me vio jugar el Toto Lorenzo, que en ese momento era técnico de la Selección. El me decía que yo era 8, no 5, porque iba y venía”, evoca Echenique.
-Lo de futbolero es previo a lo de músico, entonces.
-De alguna manera sí, porque yo fui a Buenos Aires a jugar al fútbol, no a cantar. Cierto que tenía mis reminiscencias de chango, cuando iba a escuchar a Jaime Dávalos, y sentía que ese mundo me atrapaba. Incluso, muchas veces me escapaba a ver grupos musicales, mientras era jugador.
-Fútbol y música; el Toto Lorenzo y el Cuchi Leguizamón... ¡Qué combinación!
-Y tengo una buenísima: ya jugando para San Martín de Tucumán, una vez ascendimos de categoría, me vinieron a hacer una nota por eso, y de título pusieron "A mí Tucumán querido, cantaré"... ¡Y yo soy salteño!
-¿Cómo fue el encuentro con el Toto Lorenzo?
-En un momento Lanús descendió, a mí se me vencía el contrato y medio que estaba decidido a volver a Salta. Por supuesto que quería, porque en Buenos Aires estaba bastante solo y triste, y además era tímido, no sabía defenderme bien en la ciudad. Pero, bueno, el Toto vino a verme al hotel, cuando se había terminado mi préstamo en Lanús. ¡Lorenzo viniendo a ver a un desconocido como yo! No lo podía creer. La cosa es que bajé, hablamos, y él me convocó para entrenar con San Lorenzo. Era increíble, estaba practicando con jugadores que había juntado en las figuritas. Incluso terminé jugando un amistoso con River y otro con Boca, donde jugaba Grillo, Dino Sani -que reemplazaba a Rattín-, y Almir, que había sido suplente de Pelé en el Santos, al que tuve que marcar. También jugué con los "carasucias", que en ese momento estaban en la tercera de San Lorenzo. Me emociono cada vez que cuento esto.