La sexta temporada de Black Mirror (reciente estreno de Netflix) llega tras cuatro años de su última versión, una pandemia en el medio y a semanas de haberse declarado una alerta mundial por el uso de la Inteligencia Artificial. ¿A quién puede inquietar lo que un programa sobre el lado oculto de la tecnología tenga para alertar? Charlie Brooker, parece muy consciente de ello y su nuevo modelo luce extrañamente renovado. “En estos días, no podés estar en una habitación con tu celular sin ver tres programas de ciencia ficción distópicos a la vez. Hicimos un gran esfuerzo para romper nuestro libro de reglas y mantener lo impredecible para la audiencia”, dijo el creador de la serie que comenzara a emitirse en 2011.
Habrá clones y autómatas (“Beyond The Sea”), saña mediática (“Mazey Day”), Deep Fake y algoritmos malévolos (“Joan Is Awful”; “Loch Henry”) y una buena dosis de humor y terror (“Demon 79”). No falta la animadversión ludista clave en la propuesta que ahora mira más hacia adentro, dándole un impasse al golpe efectista y la misantropía permanente. Menos visionaria, quizás, ésta vez la distopía de Black Mirror habita en el pasado.