Hay vidas trascendentales que terminan con un suicidio. Hemingway, Pizarnik, Horacio Quiroga. Pero hay vidas distintas que no concluyen de esa manera, que elevan al mito más allá de concebible y de algún modo nos inspiran: hay vidas que terminan con un nacimiento. Raymond Carver. Murió en 1988 cuando su carrera estaba en lo más alto de su reconocimiento, brillando como brilla un bebé en su cuna. Ray dio el último trago en mayo del 1977 y entonces dejó de beber para siempre. Dejó de beber y dejó de ser arrestado por la policía y de ser internado en hospitales y de golpear a su mujer y de tirar su vida en un abismo. Y cerró la puerta. Ray cerró la puerta de un pasado al cual nunca más quiso volver. Richard Ford dijo que Ray ni siquiera quería hablar de esa época, como si hablar pudiera ser un riesgo de que regresara. Pero regresaba, regresaba a cada momento en sus cuentos y tal vez eso era lo que lo salvaba.

Uno no empieza la vida queriendo ser un estafador, un mentiroso, un manipulador, supo decir Ray. Y en esos comienzos, por esa época cuando su vida todavía no había desbarrancado, una noche, en un autocine, bajo la luz de la luna, le prometió a Mariann (su primer mujer) que iba ser un escritor que enloquecería al mundo. Y llevaría esa promesa adelante, ese compromiso, ese deseo, esas ganas marcadas a fuego, no el lomo, en la frente diría yo. Nunca se dio por vencido. Solía salir de su casa y encerrarse en el auto para encontrar algo de paz y escribir algunas líneas de sus cuentos.

En uno de sus ensayos confiesa que era una época de su vida en la cual no podía leer obras extensas porque no se podía concentrar. Cualquier otra persona hubiera desistido de ser escritor, mucho profesores le hubieran aconsejado no intentarlo ¿Cómo iba a lograr ser escritor alguien que no podía leer el Ulises o que tenía problemas de atención? Aún así Ray no se dio por vencido. Necesitaba escribir. Necesitaba ser escritor. Ahí es cuando no cabe la pregunta: ¿qué se necesita para ser escritor? Porque lo que se necesita para ser escritor es necesitarlo. Cuenta Ray que cuando publicaron su primer cuento en un magazine literario se fue a dormir abrazando a la revista. Estaba feliz, se estaba dando cuenta que lo hacía valía la pena, podía decirle a sus amigos: hey, lo que hago es mucho más que perder el tiempo.

Y supo Ray hacer algo de aquel terror que fue su vida, con el alcohol, con los golpes, con los arrestos, con las internaciones, con el caos. En su entrevista con el Paris Review, Ray se hace el tonto, responde medio de soslayo dice que sus historias tienen mucho de imaginación y sólo un poco de autobiografía. Que sus cuentos de alcohólicos no tienen nada que ver con su experiencia. Eso es mentira. Desde donde llamo, es un cuento sumamente autobiográfico, lo dice su primer esposa, Mariann. El protagonista del cuento llama por teléfono a su esposa para decirle que se ha internado en una clínica de desintoxicación. Dice Mariann que todavía recuerda esa llamada que le hizo Ray aquel año nuevo. Ray supo hacer con toda aquella catástrofe, con aquel infierno que fue su vida, algo que valiera la pena. Hizo literatura y fue el más grande cuentista de Estados Unidos: “El chejov norteamericano”.

Y no solo eso, un día decidió cerrar el pico de la botella y no tomar más y volver a nacer. Algunos deciden pegarse un tiro, otros deciden volver a nacer. Un día Ray llamó a Richard Ford y le dijo: Amigo, la bola se ha detenido en mi número. Porque Ray no paraba de ganar premios, de ser publicado, de recibir reconocimientos. Un día le dijeron: Ray no tienes idea lo que estás haciendo por la sociedad. En tus cuentos hablas de la vida de los obreros, de los norteamericanos pobres, de los alcohólicos, de aquellos que la sufren. Ray no era consciente de esto, Ray escribía porque lo necesitaba, porque quería ser escritor, porque una noche muchos años atrás, cuando su vida todavía no había desbarrancado, había prometido quedar en la historia de la literatura.

A todo hijo de vecino la vida a veces nos trata mal. Muchos de nosotros queremos ser escritores. A veces me encuentro quejándome porque no tengo tiempo para escribir, a veces escucho a mis amigos quejarse porque no tienen un lugar tranquilo para escribir, o que las esposas, o el trabajo, o los hijos. Las excusas. Entonces pienso en Ray escribiendo en el asiento de atrás de su auto, escribiendo los mejores cuentos que alguna vez se escribieron en el asiento de atrás de su auto. Y me doy cuenta que es la necesidad de escribir lo que hace a un escritor trascendental. Y me doy cuenta que la vida puede tratarnos mal pero hubo escritores como Ray que supieron hacer algo con el infierno, que la literatura sirve muchas veces para dar sentido al dolor, que Ray murió cuando era el escritor más celebrado y reconocido de Norteamérica. En vez de pegarse un tiro había decidido volver a nacer.

 

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