Tomé- Açu es un municipio del estado de Pará, al norte de Brasil. Tierra de gente laboriosa, pero también de narcos, sicarios, contrabandistas y fazendeiros (hacendados). Ahí funcionó un campo de concentración para ciudadanos japoneses durante la Segunda Guerra Mundial. El presidente Getulio Vargas los confinó en ese sector de la Amazonia que habitaban desde siempre los Tembé, un pueblo originario afectado hoy por los pesticidas.
Los comerciantes de madera portugueses llegaron en el siglo XVI y los primeros inmigrantes nipones mucho después: el 18 de junio de 1908 desembarcaron en el puerto de Santos, San Pablo. De ese hecho se cumplieron 115 años el domingo pasado. Entre 1942 y 1945 sufrieron el mismo castigo que unos 120 mil de sus paisanos en Estados Unidos. También fueron encerrados en centros de internación pero en América del Sur. Una medida que además alcanzó a alemanes e italianos bajo la misma sospecha: que podían conspirar o ser agentes del Eje Berlín-Roma-Tokio. Esta historia casi olvidada, motivó que la Asamblea Legislativa de Amazonas le pidiera disculpas a la comunidad japonesa en 2011 y que la Comisión Nacional de la Verdad brasileña (CNV) hiciera otro tanto en 2013.
Aislados en la selva
A principios de la década del ’40, Tomé- Açu era un paraje casi inexplorado, aislado. Los japoneses se habían animado a llegar hasta el lugar para sembrar básicamente arroz y hortalizas en colonias agrícolas. Crearon la Compañía Nipona de Plantaciones en 1929. Su máximo éxito los sorprendió cuando se dedicaron al cultivo de pimienta negra. La región se convirtió en la primera productora mundial de esa especia apenas finalizó la Segunda Guerra. Pero todo había sido muy distinto desde el 22 de agosto de 1942, cuando Brasil se sumó a los Aliados contra las potencias del Eje. Un informe publicado por la BBC en 2020 menciona que en todo el país se abrieron once campos de concentración para residentes japoneses, italianos y alemanes. A los primeros los mandaron a Tomé- Açu donde muchos ya vivían.
El escritor y biógrafo de Lula, Fernando Morais, publicó el libro Corações sujos (Corazones sucios) en 2000. Trata sobre la historia de la organización japonesa Shindo Renmei de la ciudad de San Pablo, integrada por aquellos que no aceptaban la rendición del emperador Hirohito en la Segunda Guerra Mundial. Perseguían y asesinaban a otros japoneses que sí habían admitido la derrota. Según el reconocido autor, “Brasil no solo debería disculparse. Le debe dinero, mucho dinero a la comunidad japonesa”.
Japoneses apedreados
En la página oficial de la Municipalidad de Tomé- Açu se cuenta cómo cambió la historia de esta colectividad al empezar la Segunda Guerra: “…la presencia de inmigrantes japoneses y de países del Eje fue vista con recelo, ya que se creía que podían ser agentes encubiertos. En la Región Norte no fue diferente, por ejemplo, en Belén los militares incendiaron casas, quemaron las publicaciones en japonés, atacaron y apedrearon a inmigrantes japoneses”.
El texto agrega que “dentro del ‘campo de concentración’, además de no tener ningún tipo de comunicación ni caminos, estaba prohibido hablar y enseñar el idioma japonés”. A los japoneses se les prohibía hacer reuniones, les controlaban la correspondencia y sufrían un estricto racionamiento de energía.
En el informe de la BBC se explica que “el 17 de abril de 1942, los japoneses perdieron el derecho sobre sus bienes por medio de una declaración de caducidad, y la localidad que estaba en la ribera del río Acará fue aislada. Así nacía el Campo de Concentración de Tomé-Açu. Buena parte de las 49 familias que vivían en la región en aquella época eran de agricultores con poco conocimiento de los enfrentamientos que ocurrían en su tierra natal. A pesar de ello, fueron considerados prisioneros de guerra”.
Los que nunca se fueron
Cuando finalizó el conflicto hubo japoneses que abandonaron esa región de Pará que recién se convertiría en un municipio autónomo en 1952. Los que permanecieron en esa zona formaron la Sociedad Agrícola e Industrial de Acará (SAIA). También hubo un grupo que constituyó en 1949 la Cooperativa Agrícola Mixta de Tomé-Açu (CAMTA), tributaria de la Unión de labradores que había sido fundada en 1946. “Aquella era propietaria de la lancha a vapor llamada ‘Antonina’ que se utilizaba por la comunidad para transportar pasajeros y la producción de la cooperativa a Belém do Pará” -la capital del Estado-, describe la web del municipio. Antes de que Tomé-Açu se creara como unidad administrativa, independizándose de Acará, solo se podía acceder al lugar por barco, lo que contribuyó al aislamiento de la comunidad japonesa.
Hoy, en toda la localidad, se estima que continúan viviendo cerca de mil descendientes de aquellos inmigrantes represaliados por el gobierno de Vargas durante la II Guerra. El presidente brasileño llegó a prohibir el uso de la lengua japonesa en su vasto territorio y además cualquier símbolo de su cultura podía considerarse ilegal.
A Tomé-Açu se la llama con orgullo “La Tierra de la Pimienta” y en buena medida se debe a aquellos inmigrantes que habían llegado desde Japón en 1908, hace 115 años, un 18 de junio. Muchos vivieron en ese campo de concentración a imagen y semejanza de los que se abrieron en EE.UU.
La diplomacia norteamericana firmó acuerdos con casi todos los países de América Latina --salvo Argentina, Paraguay y Chile-- para que aplicaran sus propios programas de encierro durante la guerra. Brasil fue uno de ellos. Perú otro. Incluso, a varios de sus ciudadanos de origen japonés los enviaron a centros de detenidos que se abrieron en Estados Unidos y Panamá. En 1983, el Congreso de EE.UU los rebautizó con un eufemismo: “Campos de reubicación”. Por lo que esta historia puede seguir reescribiéndose.