El 20 de junio de 1973, Juan Domingo Perón le puso fin a su exilio. Tomó un avión en Madrid y regresó definitivamente a la Argentina. Cerca de dos millones de personas se congregaron en las inmediaciones de Ezeiza para un recibimiento apoteósico. Debería haber sido una fiesta en el marco de la mayor concentración de la historia argentina. Pero no fue así: se desató la violencia y el avión debió aterrizar en Morón. Perón hablaría al día siguiente en un discurso por cadena en el que cargó las tintas contra la izquierda de su movimiento.
El 25 de mayo había asumido la presidencia Héctor Cámpora, en lo que marcó el regreso del peronismo al gobierno después de 18 años. Una argucia de Alejandro Agustín Lanusse impidió la candidatura de Perón, pero fue incapaz de evitar que el peronismo fuera a elecciones. Perón (que había vuelto al país el 17 de noviembre de 1972 y se quedó un mes) optó por no forzar la abstención y de ese empate surgió la candidatura de su delegado. “Cámpora al gobierno, Perón al poder” fue la consigna: el 11 de marzo de 1973, el Frente Justicialista de Liberación arañó el 50 por ciento de los votos.
Las tensiones
Cámpora había llegado a ser delegado sin el apoyo del sindicalismo, el núcleo fuerte del peronismo proscripto, y se recostó en la izquierda: Montoneros y la Juventud Peronista. No era un hombre de simpatías izquierdistas, pero sobre su figura se recortaron 49 días de gobierno de enorme intensidad en la historia argentina.
Las tensiones se acumularon desde los primeros días. Quedaba por definir el regreso definitivo de Perón a la Argentina, devolverle el grado militar y, eventualmente, facilitar su candidatura en nuevas elecciones si el General deseaba un tercer mandato. La clave, en todo caso, pasaba por el asunto del grado. Perón había sido expulsado del Ejército después del golpe de 1955. Si quería su revancha política, era imperioso volver a la familia militar de la que había egresado en 1913.
Cámpora sostuvo la tesis de que los propios militares debían revisar su decisión de 1955, mientras que la derecha peronista abogaba por un decreto presidencial. En medio de esa discusión y de las acusaciones contra el mandatario de que dilataba una solución, la derecha peronista mostró su poder a través de las ocupaciones de radios y edificios públicos y denunciaba la “infiltración”.
El 4 de junio, ante la plana mayor de la Policía Federal, el ministro del Interior, Esteban Righi (de la mesa chica de Cámpora), repudió abiertamente el uso de la tortura en un discurso histórico. Al mismo tiempo, José López Rega (él mismo, un ex policía), que había jurado como ministro de Bienestar Social, cobijaba a los elementos más reaccionarios, algunos de ellos, como Rodolfo Almirón, salidos de la Federal. Los cimientos de la Triple A estaban en el ministerio, a pocos metros de la Casa de Gobierno.
El regreso definitivo
La vuelta de Perón quedó fechada para el 20 de junio, Día de la Bandera. La izquierda peronista, que a través de Oscar Bidegain gobernaba la provincia de Buenos Aires, cometió un gravísimo error: dejar la logística del acto en el comité organizador, copado por la derecha. Esa virtual privatización de la seguridad (la Policía Bonaerense y la Federal no fueron de la partida) explica en gran medida lo que pasó.
Cinco personas quedaron a cargo de la organización. Una sola le respondía a Cámpora: el secretario general del Justicialismo, Juan Manuel Abal Medina. Los otros eran el secretario general de la CGT, José Rucci; el titular de la UOM, Lorenzo Miguel; Norma Kennedy; y el coronel Jorge Osinde. Se montó un imponente palco con las imágenes del líder que terminaba su exilio, Evita e Isabel Perón. Desde allí hablaría Perón a dos millones de militantes, uno de cada tres votantes de la fórmula Cámpora-Solano Lima, que había cosechado 6 millones de sufragios.
Cámpora viajó a Madrid el 14 de junio para regresar con Perón. Allí lo agasajó Francisco Franco. El dictador acompañó a Perón y Cámpora en Barajas, la mañana del 20 de junio, cuando comenzaba el verano en el hemisferio norte. En el sur era de madrugada y comenzaba el invierno. Una marea humana marchaba hacia Ezeiza, en auto, micro e, incluso, a pie. Provenían de todas partes de la Argentina.
La organización delegó en Leonardo Favio la puesta en escena del acto, televisación incluida. El locutor oficial sería Edgardo Suárez y la Orquesta Sinfónica Nacional tocaría el Himno Nacional Agentino y la Marcha Peronista. A media mañana, medio gabinete presenció el acto del Día de la Bandera en Palermo. Un general de Brigada fue el encargado de tomar el juramento a la enseña. Le habían ofrecido ir en la comitiva de Cámpora a España: se negó y puso su renuncia a disposición, que le fue negada. Se llamaba Jorge Rafael Videla.
Cientos de miles de personas marchaban a Ezeiza mientras Perón cruzaba el Atlántico. Jorge Taiana, el ministro de Educación (quien como médico firmó los certificados de defunción de Evita y de Perón), registra en su libro El último Perón que el General sufrió un fuerte ardor en el pecho. Era un dolor espontáneo epigástrico. La sensación se fue prolongando y lo calmó con un poco de whisky. Nunca le habían recetado nitrato, la droga específica para ese malestar.
Cerca del mediodía, la muchedumbre se acercó demasiado al palco. Todos estaban pendientes de las 15.30, la hora en que estaba previsto el aterrizaje del vuelo de Madrid. Por altoparlante se pidió a la gente que no avanzara. Mientras, en Madrid, Jorge Antonio, del entorno de Perón, se sumó a la tesis de que el regreso podía derivar en un nuevo 17 de octubre. En declaraciones a Le Monde no dudó en afirmar que “el regreso de Perón a Buenos Aires es el acontecimiento político de mayor importancia en nuestra época. Habrá millones de argentinos para recibirlo y no sería de extrañar que lo lleven triunfalmente a la Casa Rosada, lo instalen en la presidencia y obliguen a Héctor Cámpora a renunciar".
Los disparos
Al mediodía, el vicepresidente Solano Lima almorzó con Osinde a metros del palco. El coronel controlaba en persona que todo estuviera en orden, como responsable de la seguridad, para la que contó con hombres aportados por los sindicatos, más exmilitares y expolicías. De hecho, la imagen emblemática del palco en la que se ve a un hombre calvo y de bigotes que agita una carabina corresponde a Pedro Menta, exoficial de Gendarmería.
A las 14.30, Favio dio por iniciado el acto y la Sinfónica acometió los acordes de la Marcha Peronista. En medio del coro improvisado más grande jamás reunido comenzó a sentirse el ruido de disparos. La gente comenzó a correr o a tirarse en el piso. ¿Qué había pasado?
Los hombres de Osinde, parapetados en el área que rodeaba al palco, recibieron a balazos a la Columna Sur de Montoneros: unas 50 mil personas. El palco se encontraba en el cruce de la ruta 205 con la autopista Ricchieri. La Columna Sur quiso bordear la parte de atrás para colocarse frente al escenario, en un sector donde ya se había instalada una columna de la Juventud Trabajadora Peronista. Apenas llegaron al cruce con la Ricchieri comenzaron los disparos de los custodios.
Así comenzó el aquelarre que la historia recuerda como Masacre de Ezeiza. Los manifestantes de la Columna Sur se desbandaron. Una parte corrió hacia su izquierda, hacia el barrio Esteban Echeverría. Otra porción corrió hacia la derecha, a la arboleda detrás de la cual está el Hogar Escuela Santa Teresa. Los francotiradores apuntaron hacia el Hogar Escuela, 500 metros al sur del palco, y los manifestantes montoneros quedaron presos de un fuego cruzado: desde el Hogar, integrantes del Comando de Organización, que respondían al diputado Alberto Brito Lima, contestaron a los tiros de los hombres de Osinde, creyendo que la Tendencia había copado el palco. Los militantes montoneros, desarmados, quedaban expuestos a las balas que les llegaban desde el Hogar Escuela, el palco y los árboles en los que estaban los francotiradores.
Cerca de las tres de la tarde terminó el tiroteo y aparecieron ambulancias que se llevaron militantes, heridos o no, al Hotel Internacional, allí donde Perón estuviera retenido diez horas el 17 de noviembre de 1972. Mientras, Favio usaba el micrófono para llamar a la calma. En el Hotel, Osinde fue increpado por el descontrol. La discusión la zanjó Solano Lima, que ordenó avisar al avión. Fue el vicepresidente quien le dijo a Cámpora que no se podía aterrizar en Ezeiza.
Muerte cara a cara
Casi al mismo tiempo se produjo un segundo tiroteo, en el que tuvo lugar el único enfrentamiento cara a cara. Un grupo de custodios del palco, liderados por el capitán Roberto Chavarri se internó en el bosque, cumpliendo la orden de Ciro Ahumada (hombre de Osinde) de desalojar las inmediaciones, en especial a los que se habían trepado a los árboles.
El grupo de Chavarri se encontró con un jeep con altoparlantes en el que pasaban el rato dos integrantes de la Columna Sur de Montoneros. Al volante se encontraba José Luis Nell. Era un ex miembro fundador de Tacuara y, como tal, formó parte del asalto al Policlínico Bancario, en 1963, considerado el primer hecho de guerrilla urbana en el país. De la derecha nacionalista de Tacuara evolucionó hacia la izquierda; tras un contacto con los Tupamaros uruguayos ayudó a organizar la JP. Junto con él estaba Horacio “Beto” Simona, de 20 años. En un bolso, tenían una ametralladora, una de las pocas armas largas que la Tendencia llevó el 20 de junio a Ezeiza. No llegarían a usarla. Chavarri les preguntó quiénes eran, mientras sus hombres rodeaban el jeep. “Peronistas somos, ¿y ustedes?” “Peronistas no, ustedes son unos hijos de puta”, retrucó el capitán, al tiempo que ponía una pistola sobre la frente de Nell.
Simona salió en defensa de su compañero y fue más rápido: Chavarri cayó muerto en el acto. Los hombres del Capitán se replegaron y los dos montoneros aprovecharon ese momento para correr hacia la arboleda. En su carrera se encontraron con un segundo grupo que respondía a Chavarri, que los acribilló a mansalva. Nell cayó junto al bolso con la ametralladora, que había llegado a agarrar luego del disparo de Simona que mató a Chavarri.
Los tiros a su alrededor seguían. Al rato, cuando se hicieron más espaciados, miembros del grupo de Nell y Simona volvieron para buscar a sus compañeros. Simona había sido rematado a cadenazos. Nell aun respiraba; la patota, creyéndolo muerto, se había llevado el bolso con la ametralladora. Las heridas dejaron cuadripléjico a Nell, de 35 años. Un año más tarde, con la ayuda de su compañera, iba a suicidarse.
Favio en el Hotel
Favio llegó a la habitación que tenía asignada en el Hotel Internacional. Perturbado por lo que había visto en el palco, trató de dormir. Eso intentaba hacer cuando llamaron a su puerta: "¡Están torturando a los detenidos, hay que hacer algo!"
Salió al pasillo, corriendo, hasta una habitación donde un grupo de personas le quiso cerrar el paso. "Soy Leonardo Favio. A mí no me van a parar porque empiezo a los gritos".
Le abrieron la puerta. Vio un espectáculo dantesco, con manchas de sangre en la pared. Una patota golpeaba con manoplas, caños de hierro y culatas de pistolas a ocho hombres. "Paren con esto. La cortan y yo me olvido de todo", exigió con voz firme.
Lo miraron. Brotaban lágrimas de los ojos de Favio. Los convenció; alguien anotó los nombres de los ocho martirizados. El director dejó dinero para que les dieran de comer a los ocho torturados y se fue, con el listado de nombres. Los prisioneros salvaron sus vidas.
Aterrizaje en Morón
Perón descendió del Boeing presidencial en Morón. Bajó con Cámpora y López Rega. Los recibió Solano Lima. Perón, Cámpora y sus esposas se fueron en helicóptero a Olivos. Desde el aire vieron las inmediaciones de Ezeiza.
Antes de enfilar hacia Olivos, Cámpora habló al país por cadena y contó, que, estando en el aire, “se nos informó que elementos que están en contra del país pretendieron distorsionar este acto que congregó una inmensa muchedumbre, nunca vista en el país, de más de seis millones de compañeras y compañeros que querían hoy, Día de la Bandera, el emblema que debe cobijarnos a todos, recibir jubilosamente a quien es hoy líder de la inmensa mayoría de la ciudadanía argentina”.
El presidente llamó a desconcentrar, siguiendo la consigna “De casa al trabajo y del trabajo a casa” y prometió la palabra de Perón por cadena para el día siguiente a las nueve de la noche. Esa misma noche, un grupúsculo de la derecha peronista, exigiendo la presencia del General, intentó entrar a la Casa Rosada, que estaba bien pertrechada.
La investigación comenzó el mismo 20 de junio: se constataron torturas a ocho personas en habitaciones del Hotel Internacional. En total, hubo 13 muertos. En México, en 1980, entrevistado por Jorge Luis Bernetti, Rodolfo Galiberti aseguró que desde principios de junio había indicios de una emboscada para el día del regreso definitivo de Perón. El dato lo tenían él y Abal Medina, y tanto Righi como la cúpula montonera se negaron a creerlo. El objetivo era generar un hecho que debilitara políticamente al Gobierno al hacerlo cargar con las culpas de lo ocurrido. Según Galimberti, Righi no se tomó en serio las advertencias, de ahí la pasividad de la Policía Federal.
Por la noche, el departamento de Juan Manuel Abal Medina fue el escenario de una reunión entre exponentes de la izquierda y la derecha peronistas; el secretario general del Justicialismo quería evitar cuanto antes una fractura en el seno del movimiento, que no se tomase lo sucedido en Ezeiza como una declaración de guerra. Lorenzo Miguel se sentó frente a Roberto Perdía, uno de los referentes de Montoneros. Perdía recordaría como símbolo de ese encuentro el sonido de la corredera de la pistola de un custodio del titular de la UOM. Miguel había estado en la mesa chica de la organización y deslindó responsabilidades. Aunque se programó el armado de una mesa de trabajo conjunto para ir viendo posibles acuerdos en las semanas siguientes, la realidad era que no había mucho margen: en los hechos la ortodoxia hizo valer su peso en Ezeiza y Perón se aprestaba a dar su veredicto.
"Nosotros no hemos sido. Fuimos con armas cortas, como para una reunión de amigos ", graficó Miguel. Consideraba que algunos muchachos, tanto suyos como de la Tendencia, bien pudieron haber ido con palos, cadenas, armas cortas, pero nunca para lo que se había visto. La violencia había excedido las reglas de cualquier disputa política y para el emblema de la patria metalúrgica la culpa era de algún loco que había empezado a los tiros.
La palabra de Perón
A las 22, Perón habló por cadena desde Olivos, acompañado por Cámpora. Saludó brevemente. Lo sustancioso vendría al día siguiente, la noche del 21 de junio, también por cadena: “Hay que volver al orden legal y constitucional como única garantía de libertad y justicia. En la función pública no ha de haber cotos cerrados de ninguna clase y el que acepte la responsabilidad ha de exigir la autoridad que necesita para defenderla dignamente. Cuando el deber está por medio los hombres no cuentan sino en la medida en que sirvan mejor a ese deber. La responsabilidad no puede ser patrimonio de los amanuenses”. Era una crítica directa a Cámpora y la izquierda.
“No hay nuevos rótulos que califiquen a nuestra doctrina ni a nuestra ideología. Somos lo que las veinte verdades peronistas dicen. No es gritando la vida por Perón que se hace Patria, sino manteniendo el credo por el cual luchamos. Los viejos peronistas lo sabemos. Tampoco lo ignoran nuestros muchachos que levantan nuestras banderas revolucionarias”, añadió.
Cerró con una advertencia: “A los que fueron nuestros adversarios, que acepten la soberanía del Pueblo, que es la verdadera soberanía, cuando se quiere alejar el fantasma de los vasallajes foráneos, siempre más indignos y costosos. A los enemigos, embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento”.
Ese fue el corolario de lo sucedido el 20 de junio, y un signo de lo que vendría. Cámpora renunció el 13 de julio; horas antes, le devolvió el grado militar a Perón por decreto. Ya convertido en presidente por tercera vez, Perón volvería a usar el uniforme el día de su asunción.