Rota, hecha pedazos, en mil partes dividida, azarosa, de la manera en que los recuerdos se precipitan, así ocurre la biografía de Paco Jamandreu ante nuestros ojos. Todo tiene la forma de un vodevil, como si los hechos ocuparan el lugar del ensueño, de algo mágico o distorsionado donde los personajes aparecen de formas repetidas. Un hombre puede ser todos los hombres. Todos los amantes de Paco, en el mismo cuerpo de Martín López Barrios porque los procedimientos de la puesta de Juanse Rausch apelan a lo icónico, a ciertas formas tipificadas a las que los actores y actrices le dan un desarrollo concreto. La sucesión de escenas es vertiginosa, al igual que el ritmo de actuación que sostiene Nicolás Martín.

En Paquito (La cabeza contra el suelo), la representación surge como la estructura dramática de la obra. Siempre sabemos que estamos frente a un show y ese dato dialoga con el contexto al que Paco Jamandreu ofreció sus diseños y su arte. Es que el texto de Natalia Casielles (basado en el libro de memorias que Jamandreu publicó en el año 1975) lo presenta como un artista, más precisamente como un autor que con su modo astuto y osado de pensar las formas del vestir construyó una narrativa tan glamorosa como ideológica.

Si Eva Perón lo hizo entrar en la historia de los raros, los inclasificables, los que se salían con la suya más allá de no corresponder con las normas de lo aceptado en épocas donde ser como ellxs implicaba toda una rebeldía, fue también porque Paco no se amilanó al momento de reconocerse como homosexual en los años cincuenta. Como Eva, lxs dxs buscaron que el entorno se adaptara a su particularidad e impusieron su modo de vivir para señalar ( sin decirlo nunca) que sus biografías podían leerse como una tragedia.

El Paco Jamandreu que vemos en esta obra (construido desde la dramaturgia de Casielles, la dirección de Rausch y la actuación de Martín) parece ser alguien que se regodea en su hazaña, que la disfruta, que sabe que se ha metido en un mundo que no lo esperaba, que él no estaba en los planes de nadie pero que logró ganarse un lugar y además consiguió hermanarse con la mujer más poderosa de su tiempo. Si bien la figura de Evita sólo aparece al final conformada a partir del cuerpo y las voces de tres actrices (Maiamar Abrodos, Lucía Adúriz y Paola Medrano) que a su vez ofician de las tías de Paquito, hay algo en el personaje de Martín que muestra esa satisfacción victoriosa del hombre que sabe que ha llegado a un lugar inesperado y que desde allí es capaz de contar su propia historia.

Todo parece sucederse en el frenesí espectacular de una escena que invoca personajes para no exponerlos nunca de un modo realista sino con ese encanto del artilugio del café concert sobre el que estallan y desfallecen para contar también un dolor que desaparece en la euforia. Es así como Abrodos, Adúriz y Medrano pasan por variados roles como si fueran criaturas convocadas por Paquito para cumplir con esa ensoñación. La puesta de Rausch recuerda los recursos del film All That Jazz de Bob Fosse donde el protagonista recrea su vida en un sentido agónico a partir de la disposición dramática que hace de su propia compañía de actores, actrices y bailarinxs. Aquí Paquito, en un trabajo de Martin que no se limita a la mímesis sino que parece inventar otro Paco Jamandreu, uno que le pertenece solo a él pero que nos encanta y seduce porque el actor hace de su carisma otro eje dramático, es también una suerte de maestro de ceremonias de su propia vida.

El hombre que odiaba a los maricas, y que de ese modo hace un tratado de la homosexualidad para nada conformista, alejado de las complacencias, instalado en una tensión con la idea misma que ser homosexual implica, se desentiende de sus contradicciones para mostrarse diáfano, descarado, con esa premisa que el show debe seguir siempre para evitar que gane la tristeza.

Es que tal vez el secreto de esa actuación tan cautivante e inteligente de Martín está justamente allí, en la certeza que detrás de ese hombre que se muestra seguro y desafiante hay un terror enorme a ser capturado por un dolor que se enamore tanto de él que no lo deje ir. La dramaturgia de Casielles expone estos dramas pero el tratamiento escénico de Rausch los pone a confrontar desde la instrumentalidad de la puesta. Resuena en las voces de las actrices que conocen el dejo dramático de esa hora de la noche cuando parece que la fiesta se termina pero ellas todavía están encantadas y felices y no quieren volver a la realidad.

Paola Medrano, Maiamar Abrodós y Lucía Adúriz. 

Cuando Paco intercala algunos textos con Sebastián Sonenblum en su rol de chica pianista (tan virtuosa como contundente al momento de convertirse en otro personaje que se sale de la escena, que está allí para señalar ese instante donde la ficción se descubre) tenemos la sensación que los personajes de Paquito (La cabeza contra el suelo), no quieren que la obra concluya, le tienen pánico a esa realidad que empieza cuando la ficción ha llegado a su fin y de ese modo nos imaginamos la vida de Paco Jamandreu, como un devenir de situaciones, a veces crueles, a las que él le puso glamour, astucia, elegancia para que fueran menos dramáticas, para que esas divas que se suceden en los cuerpos en las actrices como piezas encajadas a las que ellas recurren para señalar el arte mismo de la representación, demoraran su caída o la hicieran más dulce envueltas en la fragancia voluminosa de sus vestidos.


Paquito (La cabeza contra el suelo) se presenta en el Centro Cultural 25 de Mayo, Av Triunvirato 4444, CABA.