Este viernes, a las 18, en el local de la Editorial Iván Rosado (Córdoba 2670, Rosario) se presentará Reverie, el último libro de Beatriz Vignoli, que cuenta la historia del gato que llegó a su casa y dio en la tecla -con sus patitas- al suceso de una nueva convivencia.

A Beatriz Vignoli no hay quien la pare. Publica a razón de uno o dos libros por año tanto en narrativa como en poesía; es crítica de arte y sus reseñas se pueden ver en este diario como también las de obras literarias de los escritores que viven en la provincia de Santa Fe o la visitan. Como si eso fuera poco, sus talleres de sueños son un éxito junto a los talleres literarios de cuento y poesía en las oficinas de AlfonZina, la editorial que creó con la fotógrafa Julieta López. Beatriz se levanta temprano, abre la ventana, se ceba unos mates y anota los sueños en su diario. El resto del día es acción cultural a pleno.

Reverie tiene un inicio potente en cada oración de la primera página. Adentro de párrafos cortos, que luego irán tomando grosor en las siguientes páginas. Hay una certeza de la situación de convivencia que se presenta como el informe de un diario personal en ítems: el gato nuevo en casa, el gato que se quedó con el celular, se tiró del balcón, volvió a casa sin rasguños, ronronea, funda una religión. Altera la vida doméstica de su nueva madre, quien se había enterado, a través de un grupo de WhatsApp de amigos del arte, que Didí -nuestro héroe- necesitaba una madre que lo adoptara porque su primera madre había muerto. Beatriz se ofrece, se organizan las amigas del grupo y lo van a buscar al departamento de la primera madre para llevarlo a la nueva casa. Esa es la noche más larga y más fría del año, en la que empieza una nueva historia de convivencia. En la duermevela junto a su nuevo compañero, le llegan visiones y sensaciones de metamorfosis entre su gato anterior muerto y este nuevo, ya grande, que podría llegar a ser aquel otro, que no surge de un vientre sino de una tumba.

Testigos que lo pudieron ver, afirman que se trata de un puma para acompañamiento doméstico en versión miniatura y pese a que los pumas no son de llorar, el pobrecito lloró varias noches extrañando a su madre anterior. No maulló, simplemente lloró. La nueva madre buscará que vuelva a sentirse como en casa pese a que la anterior sigue siendo un motivo de espera, de algo que abrirá la puerta de regreso a su casa de origen.

Ambos deberán vivir juntos y Didí, pese a ser acompañado por música para gatos que su nueva madre le pone, tendrá que acostumbrarse a su nuevo espacio. A su vez, esta madre reacciona con el recuerdo del gato anterior que murió no hace mucho, el Colo, quien también se llevó puesta una novela (Lemuria, Mansalva, 2022), porque fue un héroe de terrazas y huidas épicas que lograron mover a un barrio entero y a buena parte de las fuerzas vivas de la ciudad. Didí -al contrario de su antecesor hermano- prefiere quedarse adentro del departamento como esperando la novedad. Mientras tanto su nueva madre recurre a un audio de su primera dueña, una ex presa política de la última dictadura que trabajaba en el Museo de la Memoria. La oralidad materna lo distiende como si no quisiera escuchar la nueva voz, pero por suerte Didí no capta el idioma. Es sólo la voz calmándolo porque los secuestros de la época de la dictadura siguen resonando por los oídos de su nueva madre, que compara esa voz a la de Perséfone raptada por Hades. En el mito dentro del relato, Démeter, la abuela de Didí, peregrina la ciudad en busca de su hija, mientras Didí duerme en brazos de esta nueva madre que lo siente como un cetáceo enorme que va calmándose a través de la voz.

Cuenta la autora: "Me gusta releerlo porque lo disfruté mucho, porque de alguna manera el proceso de escritura empezaba a parecerse al proceso de realización de una obra de arte contemporáneo. Me propuse hacer un diario, una novela de no ficción escrita a la manera del día a día en presente. Pero también, a partir de la presencia de Didí, era una obra procesual, conceptual, con un procedimiento: cuando pase el gato, lo dejo que pase, lo dejo que toque el teclado y las marcas que deje van a estar integradas en el texto. En todo caso, después veo cómo explico eso o cómo sigo a partir de ahí".

Y el diario conceptual va día tras día llenando hojas y entonces Didí hace su primera intervención en el teclado de la laptop de su nueva madre por el lado de los números: un solo 5 y más de treinta 4 continuados que ocupan más de un renglón. En los días siguientes habrá otras más, incluso un solo toque en el 0, hasta que es ascendido tácitamente, por miradas entre ambos, a redactor del diario íntimo de la autora.

Un acierto es el diminutivo de cada una de las partes del cuerpo de Didí, sus patitas, sus orejitas, la calidez de la ternura propiciada por Beatriz al darle los gustos del agua en el plato hondo, la comida puesta a determinada altura y haber cambiado el caloventor ruidoso por otro aparato de sonido mínimo para no molestarlo. Esto provoca en Beatriz cuestionamientos existenciales y como en un monólogo de ponencias caen en carpeta el machismo, el feminismo, la igualdad, el tango que me hiciste mal, un libro de Alfonsina Storni, otros de Sara Gallardo y de Clarice Lispector, el espectro autista y el determinante tiempo necesario para escribir, para llevar a cabo su obra y sus notas.

Y el humor de Dídí y sus berrinches no cambian, que se duerma de una buena vez. Pero va aflojando y un día Beatriz sale a la calle, al Museo Municipal de Bellas Artes. El pintor y expositor habla con ella, manifiesta a través de su obra su deseo de ingresar al inframundo para recuperar a su amada: Orfeo y Eurídice en lo de Hades con una consigna, no darse vuelta mientras salen. Lo hace y pierde a su amada para siempre. La charla la lleva a Beatriz a cuestionar su comparación con Perséfone, ¿volverá a escuchar la voz de la madre muerta sólo para Didí? ¿Beatriz también sufrió? ¿Fue víctima de violencia familiar? Y aparece la madre, siempre la madre, el personaje más importante de nuestras vidas que a muchos les hizo mucho mal y Beatriz no salió ilesa. Su vibración más fina es alterada también por reclamos de reseñas de narcisistas por doquier. 

“Es un libro que escribí de un tirón el invierno pasado. Justo me había tomado un mes de licencia en el diario, y me dediqué a eso; fue todo mi trabajo hasta que lo terminé. En esta intensidad del proceso de escritura, en compañía de este ser, de todo lo que él traía, empiezan a pasar varias cosas. La correspondencia y los diálogos con artistas que tienen algo para decir, también resuenan en este libro. El libro en cuanto a su propuesta de proceso creativo es una cosa material, muy real, concreta, casi más artística que narrativa, y eso hace que la prosa cobre una potencia especial”, dice la autora sobre Reverie, el libro-diario-obra de arte con obligación de lectura para ojos exigentes.