El cortometraje suele ser un soporte donde lo experimental sobrevive. Hasta se podría decir que hay algo del uso de la imagen de los comienzos de la creación del lenguaje cinematográfico, donde el montaje tenía un lugar narrativo que propiciaba variados experimentos, que todavía puede recuperarse al momento de enfrentarnos a la síntesis y la concisión de un cortometraje.
Por eso un festival de cortos implica también propiciar una renovación, acercar al cine a esos momentos donde la obligación de la brevedad motiva a usar de una forma poética los recursos que en los largometrajes suelen volverse más expositivos.
Esta es la posibilidad que abre el Syncro Film Fest que desde el 22 al 25 de junio presenta su programación en la sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín y Casa del Bicentenario.
Mirar un adelanto de sus materiales suscita un atractivo, un estímulo a la producción audiovisual en cuanto ideas y procedimientos. En Le mal des ardents de la directora francesa Alice Brygo, lo que podría ser un documental sobre el incendio de Notre- Dame se convierte en una escena que tiene mucho de teatral donde las personas parecen maniquíes instalados allí para que el horror quede detenido. Si bien el cortometraje se construye a partir de escenas filmadas en el territorio, la autora realiza una reconstrucción a partir de la fotogrametría que genera una entidad ficcional, un sentido del distanciamiento que convierte su film en una instalación cercana a la plástica. En el registro directo hay un detalle de los rostros, una cámara que avanza en planos acotados donde el hecho queda fuera de cuadro. No necesitamos ver el incendio. La decisión de la directora pasa por mostrar sus efectos como si las llamas se reflejarán en la multitud.
Cuando a partir de ese dato real ella comienza a elaborar un proceso poético que implica aislar a esas personas, dejarlas en un entorno indeterminado, anular el espacio para después convertirlo en mera escenografía (el descubrimiento de un cartel callejero parece un retazo espectacular) es inevitable recordar los usos que proponía el documentalista ruso Dziga Vértov en cuanto al tratamiento de la imagen. Más allá de las distancias temporales (Vértov era un director del cine de propaganda soviético) sus conceptos de cine ojo pero, más precisamente sus modos no siempre directos de llevar sus conceptos al plano cinematográfico, hablan de una imagen intervenida, trabajada y reprocesado por la directora que entiende que para que las escenas registradas hablen, es necesario someter la imagen a un proceso técnico claramente marcado tanto por las formas donde los cuerpos se vuelven casi entidades inanimadas como por el uso de la cámara lenta. Aquí las voces se suceden como sonoridad, como murmullo pero nunca como un factor explícito.
En Can’t Help myself de Anna Ansone el mundo se mide en la distancia entre la protagonista y la cámara. Ella siempre está tirada, en la terraza de un edificio, en la arena, en una reposera y observa. El monólogo interior contrasta con esos planos donde vemos la rutina de una playa agreste, la monumentalidad de un edificio que parece tragarla. Los seres que la rodean devienen en personajes como si el sol despertará en ella una imaginación que rompe el realismo.
En Ttrap hay un protagonismo del encuadre, de las tonalidades y el sonido. Las imágenes dejan a los personajes en la desolación. Los diálogos en el film de Anastasia Veber no parecen determinantes sino el efecto de síntesis sincopada que hace de los cuerpos figuras que siempre parecen estar aisladas por obra de la cámara. El sonido funciona como un relato que golpea entre los colores destellantes de esa noche en un disco donde todo parece azul y rojo. La escena donde sentimos que estamos en el interior de un auto vacío porque solo vemos una sucesión de imágenes de ese paisaje ruso, da cuenta de la relación con el encuadre. Hasta que el cuerpo de ella no aparece en escena es el movimiento, cierta mecanicidad la que ocupa el relato.
Diego Céspedes en Las criaturas que se derriten bajo el sol ofrece una escena que rompe el realismo por la posición de los cuerpos, por el contacto extrañado con el suelo y la luz. El diálogo se da entre las voces de los monólogos interiores que, imaginamos, conducidas por los pensamientos. Todo en la disposición del espacio es anómalo, como si la puesta en escena quedará expuesta. Los personajes, una mujer travesti, su hija, el hombre al que la madre amó parecen creados por la naturaleza, ser el resultado y el dominio de esa luna y ese sol que guían la trama. El lugar de los cuerpos es violento como en esa escena donde la madre y el hombre al que ella ama cogen y solo vemos la cabeza de ella aplastada por las manos, dejada en la arena de la playa que parece un infierno azul. Una escena onírica creada por la luz.
Dentro de la programación nacional, Orden y procedencia de Estrella Herrera y Celeste Rojas sobre el archivo general de la nación le da protagonismo al espacio y a las cosas. Las personas surgen como seres que habitan ese lugar pero el verdadero personaje tiene que ver con un espacio, con cajones, ficheros, cajas, bibliotecas, estantes, escaleras que tienen un agenciamiento ligado a los materiales que atesoran. La voz en off es informativa, recurre a la enumeración pero lo principal aquí es el recorte del espacio, el formalismo al mostrar la densidad de cada recobeco, la monumentalidad que consigue cierta independencia narrativa, tal vez, por el nivel de acumulación, por la espesura de cada uno de sus datos.
El fuera de cuadro, la imagen como unidad dramática potenciada en sus vericuetos estéticos, la relación de los cuerpos con la cámara son zonas de exploración que el largometraje ha dejado abandonadas en la mayoría de las producciones que se pueden ver en los cines y que en este conjunto de films que responden a un detallado trabajo curatorial de Mauro Lukasievicz, el director del festival, Carolina Wolffelt y Florencia Zumana como programadoras y Julieta Amalric en su rol de directora artística, identifican en artistas que no tienen mucha circulación en los espacios de exhibición nacional.
No se trata de pensar lo formal en desmedro de una historia sino de entender que los procedimientos cinematográficos construyen una narrativa que puede entrar en tensión y ampliar los sentidos de la anécdota. Este festival funciona como un espacio de laboratorio y aprendizaje.
Para consultar la programación e inscribirse en la Master Class de Apichatpong Weerasethakul syncrofilmfest.com/LAB/