Si un actor popular y un hombre tan simpático como Ricardo Darín pudiera ser el presidente de los argentinos seguramente despertaría más de una sonrisa en varios de sus fans y tal vez una ilusión en algunos ciudadanos escépticos de la política. El protagonista de Nueve Reinas y El hijo de la novia tiene un don especial para tamaño rol: es carismático. ¿Podría ser Darín un líder carismático que enderece a la Argentina? Todas estas son conjeturas que se disuelven en el aire cuando la información da cuenta de que el actor más requerido por el cine argentino y más convocante para el público local es el presidente argentino en una ficción: La cordillera, tercer largometraje de Santiago Mitre (El estudiante, La patota). “Que te ofrezcan hacer de presidente ficticio de un país es una gran oportunidad”, reconoce Darín, sin dejar de lado el entusiasmo que le provocó cuando Mitre pensó en él para ese personaje. Agrega que es como si le hubieran pedido “hacer de astronauta”, un papel que seguramente también soñó de niño. “Después averiguás de qué es el guion. Es un poco lo mismo porque, en un punto, es como viajar a la estratósfera”, compara el actor.
Escrita a cuatro manos por Mitre y Mariano Llinás, La cordillera se estrena el jueves 17 de agosto, tras su paso por el Festival de Cannes, donde compitió en la principal sección paralela: Un Certain Regard. El largometraje protagonizado por Darín tiene un elenco de lujo: Dolores Fonzi, Erica Rivas, Gerardo Romano y las participaciones especiales del actor estadounidense Christian Slater y la actriz chilena Paulina García (Gloria, de Sebastián Lelio), entre otros. Muestra la cocina del poder, el entorno del presidente argentino Hernán Blanco (Darín), quien se prepara para participar en una Cumbre Latinoamericana para concretar un importante emprendimiento petrolero. Para ello, el presidente viaja con su comitiva a Chile, donde llegarán los primeros mandatarios de la región. Pero lo que puede hacerle sombra al presidente argentino es un episodio familiar que tuvo su hija Marina (Fonzi) y que amenaza con poner en riesgo la imagen y hasta la carrera política de Blanco. “Me gustó mucho lo que me empezó a contar Santiago antes de tener el guion, sobre la fusión entre el rol público y la compleja realidad de su intimidad. Eso me pareció muy bueno porque nosotros no tenemos una mirada que tenga acceso a lo que les pasa a estos funcionarios de alto rango cuando se quedan solos, cuando tienen que lidiar la doméstica”, explica Darín.
–¿Era importante para usted que no se pareciera a ningún político argentino?
–No sólo para mí sino para la película era importante porque si no se hubiese convertido en algo partidista y hubiera condicionado el desarrollo narrativo de la historia. Nos cuidamos específicamente de que no se pareciera a nadie, a pesar de que unos dicen que es parecido a Macri, otros que es parecido a Néstor. Esa es la libertad del espectador que puede reinterpretar lo que quiera. Ojalá nunca perdamos esa libertad porque esta es una de esas historias en la que la cabeza del espectador termina de resignificar muchas cosas, sean asociaciones libres o no tan libres, pero trabaja a la par de la película. Eso es lo interesante.
–¿Qué características debía tener sí o sí este presidente?
–Lo que pasa es que con las características iniciales estás sujeto a lo que es la historia del personaje. Este es un tipo que tiene cuatro o cinco puntos que nosotros siempre tuvimos en cuenta. Primero, no tiene un partido político detrás, no tiene respaldo de ningún aparato político por lo menos visible o reconocible, es un tipo que ha pasado por la intendencia de un pueblito en una provincia, luego pasó a ser el gobernador de esa provincia, lo cual con esto se parece a muchos casos, pero igual no te hace una marca de esas que no se puedan borrar. Y, además, lo que teníamos como información concreta era que en su paso por las gestiones anteriores, su slogan era: “El hombre común”, “El hombre conectado con la gente”.
–Y su apellido, Blanco, lo define...
–Lo termina de definir y es usado a favor y en contra para bromas y slogans.
–¿Llegó a hablar con algún político para componer el personaje?
–No, ni quise. No, si me hablan todo el tiempo por televisión y no me dicen nunca la verdad.
–¿Cómo fue trabajar la delgada línea entre la vida pública y privada del personaje?
–En ese sentido, se parece bastante a lo que nos pasa a los actores, a las actrices, a los músicos, a los artistas en general. Tendés a tratar de defender un poco tu privacidad, en la medida que podés. Hay algunas filtraciones que son inevitables y te obligan a responder de eso con la mayor naturalidad posible. Pero creo entender los mecanismos de eso. No tuve que hacer un trabajo especial para interpretarlo.
–La película se mete en algo que para los espectadores comunes es un misterio, ¿no?
–No podemos espiar ahí. ¿Qué pasa cuando estos tipos vienen de dar un discurso para millones de personas y se quedan solos en sus casas? Van al baño, se lavan la cara, se miran al espejo, ¿qué pensarán?: “¿Estuve bien? ¿No estuve bien? ¿Dije la verdad? ¿Los engañé a todos?”. No sé qué pensarán. Eso es curioso. Es muy enigmático qué pasa en el fuero íntimo, qué pasa con sus parejas: si es que tienen, ¿cuál es el diálogo? Si, por ejemplo, su pareja escuchó el discurso, ¿le creyó conociéndolo en la intimidad o tiene reclamos para hacerle en el mano a mano? ¿Le sugerirá modificaciones para un próximo encuentro con la gente o no le interesa? Es decir, son todas cosas que a mí me despiertan curiosidad. Tampoco me quitan el sueño porque tengo otro tipo de preocupaciones, pero jugando este juego de imaginar son cosas que te llaman la atención.
–Hablando de imaginar, ¿qué sintió cuando entró a la Casa Rosada? ¿Qué recuerdos le vinieron a la cabeza?
–Es un lugar que siempre te impacta, por muchos motivos. Yo había estado en dos ocasiones. Todo el equipo de El secreto de sus ojos había sido invitado por Cristina cuando la película ganó el Oscar, que lo tengo muy claro y recuerdo específicamente todo lo que ocurrió ese día. Y otra vez, a propósito de un reclamo que acompañamos algunos artistas a los wichís y a los tobas porque estaban siendo arrasados en el norte, su hábitat. Y Néstor, que estaba en la presidencia, cuando se enteró que íbamos a estar en la puerta de la Casa Rosada haciendo ese reclamo, nos invitó a pasar. Fue una decisión muy inteligente. Me acuerdo ese día perfectamente. Incluso gastamos algunas bromas con los caciques wichís y tobas que estaban en ese momento y que los hicieron sentar en el sillón de Rivadavia. Pero, para esta película no filmé en la Casa Rosada sino que sacamos algunas fotos para tener de producción. De todos modos, la conocí de otra manera y tuve la suerte de presenciar una de las escenas iniciales, que es cuando el personaje de Gerardo Romano (el jefe de Gabinete) enfrenta a la prensa, como se supone que el personaje lo hace todas las mañanas para contar algunas cosas de la administración. Y ya cuando lo vi a Gerardo hacer lo que hizo, algo dentro de mí se tranquilizó. Cuando lo vi parado en el eje del personaje me sentí contento por él, por mí y por la película.
–¿Cómo recuerda la escena con el actor estadounidense Christian Slater, quien representa al delegado del gobierno de los Estados Unidos?
–La previa fue fantástica. Nos encontramos con él en el hotel donde estaba alojado, tomamos un café y alguna que otra bebida espirituosa (risas). Es muy simpático, muy canchero y muy profesional. Ya se sabía prácticamente todos sus diálogos. El peso de la escena recae sobre su personaje, que es el que hace la gran demostración teórica de cómo deben ser las cosas. Y lo mío eran intervenciones muy cortas y pequeñas, importantes pero cortas. Y eso me animó a hacer la escena en inglés porque usted sabe que yo soy de los que piensan que es difícil actuar en otro idioma porque es difícil pensar en otro idioma. Y ésta es una escena donde tienen que pensar lo que hacen. Pero fue muy buena. Yo la pasé mal.
–¿Por qué?
–Porque me hubiera gustado estar en pleno control de mis posibilidades y estaba un poco cercenado al ser en inglés.
–¿Cree que la película habla de lo que se puede perder por la ambición política?
–Sí, pero apunta primero a una reflexión crítica sobre lo que es el sistema político, cómo nosotros creemos que sabemos cómo funcionan las cosas, cómo se producen los contactos. Y, en realidad, no estamos seguros de eso. No tenemos el verdadero acceso a la información real de cómo ocurren las cosas. Nos venden que se encuentran Trump y Putin, aparentemente enemigos, y yo no sé lo que pasa cuando se quedan mano a mano. O sea, los equipos de los dos deciden que nosotros veamos esa foto y diseñan de qué forma esa información va a llegar al resto del mundo, pero a lo mejor de ahí los tipos se van a tomar setenta y cinco vodkas, se cagan de risa de todos nosotros, dicen: “Cómo los engañamos a todos, sigamos haciendo la nuestra”. No sé. Y como son personas que deciden por muchos millones de personas eso cobra una importancia significativa.
–¿Cree que, en general, el político se disocia del hombre porque todo lo que hace está al servicio de su imagen pública?
–Es bastante imperante. Yo los veo inhabilitados a poder decir sinceramente la verdad de las cosas. No vemos políticos que digan: “Me equivoqué. La verdad es que me equivoqué: pensé que las cosas iban a ser de una forma y fueron de esta otra. Estoy tratando de corregir el rumbo, ya estuve discutiendo con mi equipo. No sólo me equivoqué yo, nos equivocamos varios. Me da miedo tal cosa”. No escuchamos hablar de debilidades, fragilidades, puntos vulnerables. Todos se hacen los campeones frente a nosotros. Todos tienen la posta de cómo se va a resolver todo el entuerto. Y como a todos los escuchamos decir más o menos lo mismo, con diferencia de calibres de tendencias ideológicas y partidistas, cuesta creer porque todo se transforma en una especie de guiso, en donde todos más o menos nos dicen lo mismo. El día que aparezca un tipo que nos diga la verdad delante de nosotros y que señale: “Tengo miedo”, no sé qué va a pasar. “Tengo miedo, pensé que las cosas iba a ser así. Estaba esperando mi reunión con el presidente de Ucrania para ver si resolvíamos el tema del gas y el tipo me dejó colgado. Voy a invitar a los jefes de los partidos opositores a que tengamos una discusión a ver cómo resolvemos esto”. El día que un tipo haga eso nos enamoramos todos.
–¿Cree que el poder aísla?
–Sí, el exceso de responsabilidad es un aislante termomagnético. Muchas veces pienso qué temple hay que tener para tomar algunas decisiones o para conducir decisiones que toman equipos que atañen a tantos millones de personas. Supongo que estarán contenidos por sus equipos. A la noche tienen que dormir y descansar. Imagínese si un tipo no duerme porque está atormentado por una decisión que tomó el día anterior y al otro día tiene un gran compromiso, pero no pegó ni un ojo en toda la noche. Debe ser complejo y difícil estar en los zapatos de esta gente, sobre todo de los buenos. No quiero ser infantil en este sentido sino que uno confía en los que están tratando de trabajar para el bien común porque habrá algunos otros casos en que uno dice: “Este se caga en todo. No le importa nada, toma decisiones y después vemos qué pasa”.
–¿Cómo se imagina un presidente en la intimidad? ¿Se hizo esa pregunta para la película?
–Sí. Una escena que me gusta mucho en la película es la breve y cortísima escena sexual que tiene con una aparente novia trasandina. Lo que me gusta de esa escena es que él no es el dominante. Y eso me gusta mucho porque nos muestra otro costado de él. Imagino que los tipos poderosos, teniendo sus debilidades, como humanamente las deben tener, en algún punto deben sentir cierta relajación de no ser los dominantes sino ser sometidos a una situación determinada.
–También es cierto que a los políticos les gusta tener el control de todo y esta película lo que muestra es que muchas cosas para sostener el control no dependen sólo del presidente.
–Claro. Eso es parte de la inteligencia del guion. No nos muestra un todo poderoso. Al contrario: la historia elige contarnos un tipo con sus limitaciones, vulnerable, que muestra flancos atacables y que está hace muy poco tiempo en el poder y siente el peso de la responsabilidad de tener que construir poder. Se tiene que inventar un poder. Por eso, creo que esos cuatro días, que son el arco de esta película, son muy importantes para él.
–¿Es de los que creen que el primer deber del político es su fidelidad a la propia máscara, como decía Antonio Machado?
–No, yo creo que su primer deber real es ser fieles a sí mismos. Después, si deciden mostrarnos o no su verdadera cara es otro tema en el que no me puedo meter porque no tengo acceso. Creo que uno tiene que ser fiel a sí mismo porque, por otra parte, en términos estratégicos, se nota cuando uno no es fiel a sí mismo. Si usted me manda a decir algo en lo que yo no creo es muy probable que se me note. A lo mejor no se me note tanto a mí porque soy actor y se supone que debería saber cómo hacerlo. Pero los políticos son un poco actores. De hecho, algunos toman cursos.