Los análisis “en caliente”, sobre la hora, mientras las calles todavía arden, los cortes de ruta se mantienen y las personas siguen detenidas, corren el riesgo de la distorsión del presente y la urgencia. Por eso, en estos momentos, lo más fiable son las crónicas desde el territorio, los testimonios azarosos en la calle, los videos de usuarios anónimos, y no, las puestas televisivas, las conferencias de prensa de referentes políticos, y el desfile de pseudoperiodistas que abundan en las pantallas.
Sin embargo, una segunda opción puede ser, intentar situar estos hechos, en un conjunto similar de hechos históricos. Buscar similitudes en la historia reciente, que nos permitan encontrar sentidos compartidos, lógicas replicadas, luchas y disputas que hayan sido el alimento previo de lo que se vive actualmente. Desde esta mirada, quisiera sugerir la siguiente hipótesis. Las protestas sociales de los pueblos originarios en Jujuy, no son una reacción a la Reforma Constitucional. Sino exactamente al revés, la Reforma Constitucional es la reacción del gobierno, a la auto-organización y defensa creciente de las comunidades originarias en sus territorios.
Para algunos docentes, investigadores, activistas, luchadores sociales y pueblos originarios, lo que sucede hoy, no es una novedad, no es un estallido imprevisto, una rebelión salida de un repollo como por arte de magia. Por supuesto que tiene sus detonantes coyunturales, la Reforma de la constitución y la lucha docente por el salario digno. Pero por debajo de eso, lo que se ve hoy, la organización, la autodeterminación, la convicción de lucha de las comunidades indígenas y campesinas, es algo que se viene gestando desde hace largo. Un hartazgo, un padecimiento, un dolor, y también, una bronca, un decir “basta”, una defensa férrea de lo propio, el territorio, el agua, la montaña, el salar, la vida.
Vale entonces la pena, detenerse un segundo, solo uno, antes de volver a lo urgente que ocurre segundo a segundo. Detenerse para unas preguntas: ¿de dónde viene la represión y la violencia? ¿Acaso entra en un nombre propio (por caso “Gerardo Morales”) todo el sistema de represión política? ¿Quién financia y legitima y juzga ese accionar represivo? ¿Es solo por el Litio? ¿Por ser marrones y negros? ¿es la represión parte inevitable de la democracia?; ¿Y las resistencias? ¿Cuándo se organizaron todas esas comunidades que cortan aquí y allá las rutas y calles? ¿Es contra la reforma? ¿contra la pobreza? ¿Por la vida digna en sus territorios? ¿Es por el litio no más?
Todas estas preguntas, no son retóricas, sino históricas. Fuertemente históricas y políticas, y cada una tiene su respuesta. Toda la violencia represiva que vemos hoy en Jujuy, no cabe en Gerardo Morales, ni en Juntos por el Cambio. Hace años, desde el histórico y sangriento 2001, la represión es una práctica político-estatal cotidiana que convive con/dentro/y a pesar de la democracia. Lo hemos visto innumerables veces en los últimos 22 años. Represión en Chubut (2021), en Villa Mascardi (2022), en el Parque Indoamericano en Buenos Aires (2010), Tucumán (2015), Andalgalá (2012), Jujuy (2011, 3 muertos), Chubut-Pu Lof Cushamen (2017), Rio Negro-Lafken Winkul Mapu (2017), Santiago del Estero-comunidad campesina (2022), Formosa (2021).
A esta lista fácil y tristemente se pueden agregar muchos nombres y fechas. Lo que se vive en Jujuy hoy, es la respuesta hegemónica y consensuada que todas las fuerzas político-partidarias han implementado en sus gobiernos en los últimos 20 años. No es una sorpresa, no es un exceso, no es una excepción, es la norma y la regla, indispensable, para contener un modelo de desigualdad creciente. Un modelo económico, político y social, cuyo principal motor es el extractivismo de recursos y territorios.
No es solo por el Litio la represión, ni es solo (aunque agrava y profundiza el odio), por ser marrones, indígenas, negros o campesinos.
La represión es la respuesta a la autonomía. La Reforma Constitucional, es la manera “democrática”, entiéndanse, consensuada por el poder político por arriba, para imponer la violencia en los territorios. Y no es casual, que hayan tenido que apuntar tan alto como a una reforma constitucional. Porque cada vez, son menos los artilugios que funcionan. Cada vez es mayor la conciencia, y la lucha, y la fuerza y la organización de las comunidades en sus territorios. Cada vez es mayor la conciencia, de que sin agua no hay vida, y que el litio, no traerá ningún progreso, ni transición, ni igualdad, ni justicia. Sino, exactamente todo lo contrario. Por eso, para quienes vienen mirando los territorios, caminándolos y compartiéndolos con sus actores políticos, mucho de lo que pasa en Jujuy hoy, tiene sentido en estos últimos años.
Tal vez, sea difícil comprender la transformación de la realidad mientras sucede, comprender los cambios en los sentidos históricos, pero en el contexto actual de violencia estatal y extractivista, en contextos de represión, ausencia de derechos, persecución y encubrimiento mediático, la historia nos está obligando a revisar nuestras ideas más esenciales. Por ejemplo, dos que nos ha dejado esta semana histórica. Una, realmente increíble en su casualidad, que en el día de la bandera nacional, la del Estado, miles y miles de argentinxs hayan elegido y replicado la consigna “Arriba la Whipala”, es decir, arriba la bandera de los de abajo. La segunda, que mal que nos pese, una vez más, deberemos reescribir la famosa definición del teórico político Carl von Clausewitz; si al principio fue “la guerra es la continuación de la política por otros medios”, y luego fue “la política es la continuación de la guerra por otros medios”, tal vez hoy, sea el tiempo de pensar, que en nuestras provincias extractivistas: “La democracia es la continuación de la violencia por otros medios”.
*Docente y activista