Desde su aclamado debut cinematográfico en Plan B (2009), es posible hablar de un estilo Berger. En esa y en otras películas tales como Hawai (2013), Taekwondo (2016), Un rubio (2019), Gualeguaychú: el país del carnaval (2021), la cámara deteniéndose en el llamado plano bulto, en los contornos de las nalgas o en el hueco de las axilas eran recursos del director argentino para narrar historias de amor luminosas entre varones o paraísos concupiscentes de bellezas masculinas hegemónicas.

De manera análoga al Pasolini de la “Trilogía de la vida”, el desfile de cuerpos desnudos y los genitales insinuando su dureza o colgando alegremente en ambientes naturales parecían subversivos, divertidos e infrecuentes en una cinematografía como la local algo renuente al desborde de los sentidos y los placeres homoeróticos. Sin embargo, así como Pasolini, abjuró de la “Trilogía de la vida” y filmó “Saló”, parece llegar el momento en que Berger comience a filmar su propia película tanática. En efecto, en Los agitadores, la carne masculina que antes era inocente y dichosa muestra sus peores costados y sirve para abordar los temas más siniestros: la mercantilización y banalización del sexo en el neocapitalismo, la homosociabilidad fascinada con la homosexualidad e impregnada de homofobia, la violencia de las masculinidades dominantes que puede llegar al crimen, la banalidad del mal de los sectores socialmente privilegiados.

Ahora que ya se estrenó, la película es vista de diferentes maneras por las y los espectadores. ¿Vos qué querías que fuera?

Marco Berger: Quería una película que hablara de los excesos, el vivir sin límites y sin control de cierta clase social, en este caso retratada a partir del universo masculino. Al poner mi mirada: son todos varones, son todos lindos, son todos ricos. Frecuentemente el niño rico, caprichoso, sin límites tiene imposibilidades en el goce y en la relación con el otro y presenta una necesidad de llenar huecos que son cubiertos a través de actos violentos. Creo que de lo que estoy hablando es del descontrol asociado al capricho, al niño rico caprichoso. En definitiva, el mundo de la toxicidad masculina es la excusa para hablar de cierta clase social privilegiada y del poder, del poder desbordado, que no encuentra ni tiene raya.

Marco Berger, por Sebastián Freire

¿Cuál fue el punto de partida del argumento?

-Pensé la película a través de la muerte de Fernando Báez Sosa. Cuando yo veo esos videos que se filtraron de los pibes que le roban la cachiporra a la policía y se pegan entre ellos en Villa Gesell, empecé a pensar en la sensación de omnipotencia de esa burguesía. Todo en un contexto más amplio de derechización de la sociedad y de un intenso odio al otro que puede manifestarse de manera explícita, sin ambages, obscena.

¿Cuáles son los géneros y los recursos narrativos que elegiste?

-La película empieza como una comedia. Eso es a propósito: me gusta jugar con el espectador y probablemente a veces eso no sea comprendido. Plan B, está disfrazado de comedia, pero no es una comedia. Es una película sobre descubrir muy profundamente que es lo que uno es. Está muy bien que empiece la comedia, que nos ríamos al principio con ese plan medio psicópata del protagonista de querer seducir al novio de su ex novia. Pero después es una película que plantea decisiones muy profundas de los personajes. No me gusta ser obvio en la propuesta y me gusta ir llevando al que mira. En Los agitadores, al comenzar como una comedia y ser yo el que la hace y ser todos pibes lindos en pelotas, la idea es tomar partido por ese grupo, querer ser parte o uno de la manada. Ahí está la trampa: cuando avanza la película sentís que te quedaste pegado y lo único que querés es desprenderte. Entonces se vuelve como Taekwondo que a la mitad de la película sentis que no sabés qué está pasando ni adónde va. Después de la visita del grupo de mujeres hay un quiebre y se transforma claramente en un thriller. Si bien en todo momento tiene clima de thriller urbano, al principio el hincapié está puesto en la diversión masculina. Pero a partir del arribo de las féminas, se transforma en un thriller social.

¿Por qué necesitaste de la conjugación de todos esos géneros?

-No sé si la concebí enteramente así. Hacer una película es hacer un ejercicio, hacer cine es siempre una prueba. Básicamente, yo quería jugar con el espectador, que entre en el juego y después le resulte difícil salir. Porque me parecía un poco reflejo de lo que pasa con la sociedad: primero nos divertimos con algo y después nos queremos abrir porque vemos que se construyó un monstruo. Si yo construyo un monstruo desde el principio nunca me quedo pegado, porque todo el tiempo lo separo de mí. Son juegos que yo había visto en otras ficciones como Breaking bad: ahí se construye un héroe para después oscurecerlo y en un momento de la serie ya no querés identificarte, pero seguis enganchado con el protagonista porque te gusta, te quedás pegado con alguien que en algún momento pusiste en el lugar el héroe y de golpe, ese poder lo transforma en un villano.

¿Por qué buscaste esa identificación del espectador con la masa de machirulos?

-Cuando pasa lo de Fernando Báez Sosa y aparecen los pibes, lo primero que hace la sociedad es separarlos. No hay que separarlos. Pueden ser tus amigos, tus primos, tus hijos. No están tan lejos, están al lado nuestro. Son pibes que pasaron el límite y terminaron presos. Pero sabemos perfectamente que no fue un caso aislado ni son los únicos. Fue un caso de pibes que llegaron al asesinato, pero sabemos que esos límites lo venían rozando ellos y un montón de pibes más. Que no es algo raro ni extraordinario. Es tranquilizador pensar que los asesinos de Fernando Báez Sosa son monstruos porque los separás más fácilmente. Cuando vos lo ubicás en el lugar del monstruo y el villano es claramente muy diferente a vos, vos te quedás tranquilo. Cuando el villano podés ser vos o tu propio hijo, o tu hijo es rugbier y no sabés lo que hizo a la noche con sus amigos deslindás responsabilidades. Creo que en la manada que asesinó a Fernando hay potenciales psicópatas también hay boludos, irresponsables, que, por una necesidad social de pertenecer se juntaron con la persona equivocada para ser alguien y terminan inmersos en un asesinato y se arruinaron la vida. Por supuesto que también tienen que pagar porque se tienen que hacer cargo de sus decisiones.

También recurriste a la estrategia narrativa del encierro. ¿Cómo jugó la pandemia en este sentido?

-Es ahí donde yo me tengo que acomodar al cine que hago y a las posibilidades económicas. Yo solo filmé tres películas con el INCAA, el resto son películas independientes. Para hacer películas independientes hay ciertas reglas de juego que tengo que aceptar siempre: pocas locaciones, películas fáciles de maniobrar. Después de casualidad estaba la pandemia y tuvimos que filmar la película en burbujas.

Frecuentemente sos criticado por el lugar que le das a los personajes femeninos. ¿Cuál es el rol de las mujeres en esta ocasión?

-En esta película, adrede las mujeres vienen a mostrar el lado opuesto a los varones. Ellas son el control, el pensamiento, la razón tras la frialdad, las que tienen la capacidad de analizar las cosas y sacar conclusiones. Como yo estoy haciendo el retrato de pibes que no analizan, que van para adelante, con una sonrisa y con un palo en la mano, tenía que construir una especie de opuestos y por el momento que estamos viviendo con el movimiento femenino, decidí que ellas sean el espejo opuesto de la manada. A propósito de lo que decís, a veces no se me entendieron los roles femeninos. La novia de Plan B no está enamorada del uno ni enamorado del otro. Ella está con sus cuadros y es la más libre de la película, todo le chupa un huevo. En Ausente (2011) también se criticó que la novia parece vivir en una nube de pedos. Claro, pero ¿por qué me critican que la novia es tonta y no que el profesor es violento y tarado? Me llaman la atención las críticas. De todas formas, empecé a ser más cuidadoso. Comprendí que, ya que hago cine queer y que cuento siempre historias entre varones, tengo que ser más cuidadoso que otros directores con la postura que tengo en relación con y cómo dejo retratada a las mujeres.

Tal como las retratas, las bromas de las comunidades varones sin mujeres en relación con la homosexualidad ¿te parecen realistas, exageradas o llevadas al paroxismo?

-Ni siquiera tan realistas, he escuchado historias de pibes que para entrar a grupos de básquet, encierran a uno en un baño y le meten un palo de escoba en el culo. Hay amigos míos que vieron situaciones semejantes. Una vez que la situación pasó, pasaba todo como una broma y el pibe seguía siendo amigo como si nada. Por el contrario, las supuestas bromas de la película pueden pecar de inocentes.

Creo que fue la primera vez que actúas en una de tus películas. ¿Cómo sentiste tu debut cinematográfico frente a cámaras?

-Me divertía, fantaseaba con eso, trabajar en película mía, lo hablaba en terapia. Es algo que dejé de lado, yo creía que quería ser actor, estudié nueve años de actuación. Y cuando empecé a hacer cine, me enamoré y nunca más quise estar adelante y no se me ocurría. Tenía la duda, yo soy profesor de actuación y tengo control. Así que me saqué las ganas y estuvo bueno porque una vez que me saqué las ganas, me di cuenta de que no creo que vuelva a pasar. Fue divertido, estoy ahí, abro la película, pero prefiero y me gusta mucho más estar atrás: escribir, producir y dirigir las películas. La mayoría de la gente que va a ver la película ni sabe porque no conoce la cara de los directores, a mí me pareció divertido y me lo podía autoregalar. Era una escena que no existía en el guion, era un lindo prólogo y lo hice.

¿Qué semejanzas y diferencias presenta Los agitadores con el resto de tus películas

-El punto de contacto es el foco en el cuerpo masculino, jugar con el erotismo. Pero, en este caso, la voluptuosidad se vuelve siniestra porque es jugar con un deseo peligroso. La película se espesa y juerga con el deseo que tenés y se va espesando. Supongo que cuando Pasolini hizo Salo fue provocador filmar cuerpos tan jóvenes y bellos comiendo caca. No rompí con cierta idea estructural de mi universo creativo: el varón en primer plano y cosificado. Eso fue riesgoso al principio de mi carrera cinematográfica. Después uno va cambiando, va creciendo. En algún momento fue adelantado mostrar así los cuerpos, mostrar los bultos, ahora me aburre. En esta película lo necesitaba porque hablaba de homofobia mezclada con erotismo que tienen los jugadores. Conozco miles de historias de pajas conjuntas a la vez que denigran al puto. Todo muy mezclado: el cuerpo torneado, perfecto, bello y homofóbico, pero mirado por los compañeros en un juego erótico muy extraño.

¿Qué opinás de los críticos que las ven semejante a Taekwondo?

-El productor australiano que me acompaña quería hacer una película parecida a Taekwondo. Yo no quería, pero estaba buena la fórmula de la quinta. Él esperaba una película más luminosa y yo había hecho Hawai, Plan B y tenía tantas ganas de torcer algunas de mis miradas y básicamente resultó esto. Pero, desde el principio, Los agitadores presenta rasgos de violencia. En uno de los primeros diálogos, el protagonista cuenta que, por ser rico, por pagar las multas porque no le importa que se las pongan, caga a trompadas a un chabón que le ocupó el estacionamiento. En Taekwondo no hay diálogos así. Hay rasgos de violencia desde el principio, hay insultos, hay un maltrato, que se supone gracioso, que va creciendo, se va oscureciendo y en un momento de la película, ya no tiene control, ni límites. También difieren en el escenario: el de Taekwondo es una quinta que se cae a pedazos como correlato de un menemismo en decadencia y acá es un escenario absolutamente contemporáneo de gente de guita, de derecha. Esta diferenciado. Por eso, una es una historia de amor y esta es una historia oscura.

Si cada película es hija de su tiempo, ¿cuáles son los temas principales de la película en relación con la actualidad?

 

-Trata de la aparición de una nueva derecha, del descontrol, de los riesgos de la exaltacion de la belleza y de los cuerpos a los que estamos atrapados por las redes sociales. También del mundo feminista como intento y posibilidad de redención, de un mundo en que la mujer se muestra con más fuerza y no en calidad de objeto meramente decorativo que es lugar en que las sociedades machistas quisieron ubicarla.  

Los agitadores, de Marco Berger se puede ver en el Centro Cultural San Martín (Sarmiento 1551, CABA) los viernes, sábados y domingo de junio.