En un apartado rincón del universo, donde titilan innumerables sistemas solares, hubo un pequeño astro que durante eternidades no existió y si desaparece nada pasará. Ahí surgió la estirpe humana, tan vanidosa que cree que los goznes del mundo giran sobre ella. Aunque si pudiésemos entendernos con un mosquito advertiríamos que también él flota por el aire sintiendo que es el centro alado del mundo. Esta concepción nietzscheana ayuda a pensar la vacuidad de quienes aspiran a que su yo sea capaz de apagar fuego amigo y oponente, sin reparar que lo político requiere convicción, pero también flexibilidad; autoestima, pero también solidaridad.

Esos conflictos desatan efectos fractales que rebotan en les votantes. El egocentrismo de les candidates se extiende por la comunidad constituida -justa y paradójicamente- como oposición al yo individual. La comunidad comienza donde lo propio pasa a segundo plano. ¿Por qué habitamos de manera mancomunada?, ¿por qué ceder algo de lo propio? Porque se logran derechos y asistencia, también por seguridad. Nos aunamos, construimos leyes, límites y libertades para suspender la guerra de todes contra todes, para no caer en arbitrariedades y caos.

Roberto Esposito, en Communitas, afirma que el munus (comunitas, común) significa don, regalo, deber, obligación. Pues, en realidad, no tenemos nada en común con la población como un todo, pero intentamos fusionarnos para ponernos a salvo mediante reglas y leyes en las que -forzosamente- hay que ceder algo de lo propio como tributo simbólico a la armonía social. Canjeamos un poco de libertad por un poco de seguridad.

Pero el individualismo desparramado en el imaginario produce estragos. Personalismos políticos, laborales, educativos y hasta de la salud, que terminan pulverizando lo solidario, lo comunitario, lo político o arte de vivir en sociedad. Lo opuesto a una comunidad organizada.

Política es ocuparse de la polis, de los asuntos de la población y alejarse del culto de la propia personalidad. Allá lejos y hace tiempo el culto al ego se atribuía a divas y divos de las artes y el espectáculo. Se mantiene y se desplaza el personalismo a espacios laborales, académicos, profesionales, domésticos, políticos. Napoleón, de revolucionario a emperador, personas que aceptan que se erijan esculturas o se bauticen lugares públicos con sus imágenes o identidades (y que las sacan de circulación si no gustan: Mirtha Legrand y su latosa réplica, o el obsceno bulto estatuario de Marcelo Gallardo).

El crecimiento de las ideas liberales, neoliberales y libertarias ensalzan cada vez más la individualidad y el desinterés -cuando no el desprecio- por lo comunitario. Este es el gran obstáculo para la obtención de consensos democráticos. Pero no termina todo ahí: hasta las políticas populares y progresistas se han subido al carro de subordinar el interés común a la postura personal o sectorial. Se defiende incluso en contra de las propias alianzas con riesgo de arrastrar al propio espacio a la derrota.

Hemos visto grupos de una misma coalición festejando la derrota propia porque representaba el fracaso de un oponente interno. El personalismo es semejante al escorpión que envenena a la rana que lo transporta nadando, aunque la vida le vaya en ello. ¿Y el país?, ¿y les votantes? Asistiendo al corrimiento desde lo político (juegos de fuerzas colectivas) a las autocracias múltiples (juego de fuerzas personalísticas).

La integración social funda un espacio común en el que las subjetividades estamos unidas por una obligación, por un don que no puede no darse, a no ser a costa de desintegrarnos como democracia: la inclusión de quien piensa diferente. Pero con quien -por algún motivo- se estableció alianza al interior de los conglomerados políticos o frente a sus opositores electorales. Está relación exige coherencia y reciprocidad. Se cede algo de la propia convicción para asegurarnos una mejor supervivencia comunitaria. Y si los dirigentes políticos no ceden nada, se impone replantearse ¿Qué es la política? ¿Para qué establecer alianza entre quienes no hay disposición de acompañar? ¿Qué democracia se puede afianzar desde la rivalidad entre propios? ¿A qué solidaridad gubernamental se puede aspirar desde los personalismos desplazando al bien común? Sin mencionar siquiera que las consecuencias las paga la población otra vez mirando sin entender esta guerra de egos en lugar de fortalecerse en la unidad.

“La piedra basal de la sociedad civil no es cada individualidad, sino la relación entre ellas”, concluí en un texto publicado en estas mismas páginas el 16 de abril de 2021 titulado “El individualismo que mata”. Las grandes utopías comunitarias decimonónicas (ideales) han cedido su lugar a las reafirmaciones patológicas de egos erectos (reales), al fetichismo del yo.

En las culturas originarias los fetiches se utilizaban para conjurar temores ante lo desconocido. En la sociedad industrial, Marx destacó que la mercancía adquiría calidad de fetiche traspasando su mera condición empírica. ¿Y en nuestra época? El yo mismo es mercancía. ¿Ejemplo? Ante la inmensa cantidad de votantes expectantes les polítiques se atomizan, se pierden en Egolandia. Cada pretendiente se posiciona -cual mercader callejero en Estambul- ofreciendo su propio yo como el elixir de las mercancías.

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Narcisismo. Candidatos, candidatas, influencers, youtubers, yoes defendiendo su verdad personal exclusora, personalismo. Por otro parte, está el hablar en nombre propio en el buen sentido del término, tal como lo elaboran Judith Butler -desde el feminismo- y Jacques Derrida -desde ideas nietzscheanas- dar cuenta de sí misme, autogenerar su identidad en comunidad, asumirse y actuar en consecuencia. Hablar en nombre propio como dar la cara. En este caso el nombre propio funciona asumiendo las contingencias de las diferencias. En cambio, en el hiper individualismo se reafirma la exaltación del propio yo como emisor de valor de verdad. Es mercancía defecando sus consecuencias desde la expansión liberaloide. Ahora bien, cabe preguntarse, si el egocentrismo no conoce fronteras, ¿cómo enfrentarse a esta autocracia múltiple en donde nadie cede nada?, ¿cómo despertar -a quienes creen poseer la verdad- de su sueño dogmático?, ¿de qué democracia hablamos sin aceptación de pensamientos diferentes?