La mala familia 7 puntos
España/Francia, 2022.
Dirección: Luis Rojo y Nacho A. Villar.
Guion: Nacho A. Villar, Raúl Liarte y Luis Rojo.
Duración: 81 minutos.
Estreno en Netflix.
Que un largometraje documental con pizcas de ficción (o viceversa) como La mala familia esté disponible en Netflix, bien escondido entre la oferta destacada del algoritmo, no parece ser tanto un milagro como el resultado de las grietas del sistema. Sea como fuere, la ópera prima de los españoles Luis Rojo y Nacho A. Villar merece destacarse por su estructura, intenciones y resultados, alejados por completo del formato usual de los contenidos con raíz en lo real disponibles en las plataformas de streaming.
A grandes rasgos, podría describirse la trama del film –que circuló por festivales como los de Sevilla, Rotterdam y, más recientemente, el Bafici– como el reencuentro de un grupo de amigos marcados por un hecho de violencia del pasado, por el cual seis de ellos debieron pagar con procesos legales, costas judiciales y, en uno de los casos, una temporada en la prisión. De hecho, La mala familia comienza con una secuencia en la cual los muchachos escuchan atentamente la confirmación de las condenas –el cuerpo de la jueza siempre fuera de campo, su voz muy presente–, que no parece haber sido compuesta especialmente para la cámara sino obtenida gracias al más riguroso registro de la realidad.
A partir de ese momento, Rojo y Villar, miembros del colectivo artístico BRBR, alternan grabaciones realizadas con teléfonos celulares de ese grupo de veinteañeros, en todos los casos inmigrantes o hijos de inmigrantes africanos y latinoamericanos (entre la mezcla de acentos se destaca claramente la marcada pronunciación rioplatense de uno de ellos). La excusa de los videos es la organización del inminente reencuentro, en un sitio al aire libre en las afueras de Madrid, que ocupará el grueso de los 80 minutos de metraje. Una extensa y bucólica secuencia bajo el sol del verano en la cual los muchachotes comerán algún bocado, beberán mucha cerveza, fumarán algún que otro cigarrillo de marihuana e intercambiarán impresiones, anécdotas y deseos, plantados frente a frente con el comienzo del resto de sus vidas. La ocasión es única: la salida temporaria por buen comportamiento de quien aún está cumpliendo una condena efectiva. Los otros cinco prometieron pagar mensualmente una alta cuota en euros como compensación por aquel acto de violencia, aunque en más de un caso la posibilidad de abonar puntualmente la multa es difícil, si no económicamente imposible.
Con una cercanía a los protagonistas casi táctil, los realizadores registran los intercambios verbales y físicos del grupo (hay abrazos, llantos, confesiones y algún que otro reproche). Es imposible discernir cuánto hay de real y cuánto de reconstrucción en las escenas, aunque resulta claro que los “actores” están interpretando versiones muy cercanas de sí mismos. Una discusión que va subiendo de tono cerca del final demuestra que no todo son rosas en los vínculos del grupo; también el hecho de que han transcurrido varios años y la madurez comienza a horadar esas relaciones que parecían inoxidables.
Los juegos en el agua permiten alguna instancia de lirismo audiovisual, suerte de regreso a una infancia que está cada vez más lejos, y la lectura en voz alta de una carta escrita en prisión, pero nunca enviada, se transforma en el momento más emotivo de la película. El título La mala familia remite directamente a esos muchachos que, a falta del apoyo de una familia en el sentido más convencional, han construido una versión putativa, un clan ensamblado en base a recuerdos compartidos, los buenos y también los malos.