Con una notable actuación de Osvaldo Piro al frente de su orquesta quedó inaugurado el jueves, en La Boca, el Festival y Mundial de Tango. Empezar el encuentro del tango más importante de la ciudad del tango con Piro y orquesta fue sin dudas un gran acierto. En primer lugar porque generó la expectativa necesaria para que el auditorio mayor de La Usina del Arte se colmara. Y también porque el bandoneonista, compositor, y director de La Paternal –que actualmente está radicado en la ciudad cordobesa de La Falda– es uno de los pocos que quedan en actividad de aquella pléyade de pura estirpe troileana que logró ponerle música, con sello propio, a la época de coyuntura entre la tradición y la vanguardia, y entre la pista de baile y el auditorio.
Una orquesta de once integrantes que contó entre otros con Federico Pereiro como primer bandoneón, César Rago como primer violín, Oscar Delía en piano, Sergio Rivas en contrabajo y Julián Hermida en guitarra, fue la herramienta con la que Piro recorrió un repertorio que incluyó obras propias y un homenaje a Aníbal Troilo, quien fuera su padrino artístico. “Azul noche” y “Eclipse” –con su ya emblemático solo de violín magistralmente resuelto por Rago– abrieron el programa. Las voces de Patricia Barone y Alberto Bianco se alternaron en “La soledad” y “Milonga para Santiago”, compuestos por Piro junto a Eladia Blázquez, antes de un gran momento emotivo de la noche: la participación, cincuenta años después, de Carlos Casado, cantor de la primera orquesta de Piro, aquella que recibiera el espaldarazo del premio Revelación en el Festival de Tango de La Falda de 1966. Con decir experto Casado interpretó “Por unos ojos negros”, que supo grabar con la orquesta de Piro. Enseguida llegaría otro momento que resultó conmovedor para el público tanguero: el estreno de “El agujero de ozono”, tango compuesto por Piro junto al recordado Héctor Negro, una especie de continuación de “Cambalache”, que Barone interpretó con un buen balance de aires burlones y dramáticos.
El segmento troileano incluyó “María” por Bianco y “Patio mío” por Barone y culminó con “Milonga para Pichuco”, del mismo Piro, que hacia el final, después de “Yuyo verde” recordó a su amigo Raúl Garello, último arreglador de la orquesta de Pichuco, con su arreglo de “Che Buenos Aires”. Lo hizo además tocando el bandoneón que Troilo le había regalado a Garello y que este, en sus últimos años, legara a la Academia Nacional del Tango. En el final, entre los aplausos de un público variado, tanto en edad como en gesto, llegó con “Octubre”, otro clásico de Piro, marca del estilo de un aristócrata del tango.
Así comenzaba el encuentro que ofrecerá hasta el miércoles 23 numerosas ocasiones para sentirse parte, en fase activa o bien en actitud contemplativa, de ese tumulto de afectos y efectos que se supone guardan y reflejan la identidad de una ciudad a menudo extraviada de sí misma en los laberintos de la retórica modernizante.
Con la dirección artística de Gabriel Soria, la programación de esta edición del Festival y Mundial resulta abundante y en buena medida atractiva, si bien no se caracteriza por tener propuestas de fondo originales. Aunque también debe expresarse que, puesto en marcos más emotivos o celebraciones de número redondo, el Festival y Mundial de Tango incluye más o menos todo lo que se puede ver y escuchar a lo largo del año en la ciudad de Buenos Aires. Lo cual, según cómo se mire, puede ser una virtud, o una carencia.