¿Hay que ver “Diciembre 2001”, la miniserie de ficción de la plataforma Starplus? La respuesta es afirmativa, pero no exactamente por la calidad de su guión y sus imágenes, sino para tomar contacto directo con un ejemplo de “despolitización de la política”.
Una de las mayores tragedias de la Argentina reciente, el estallido de una convertibilidad que debió abandonarse mucho antes, de manera gradual y planificada, con su altísimo costo en pobreza y desocupación, pero también en muertos y heridos, aparece mágicamente convertida en una serie donde no hay buenos pero en la que los más malos son los peronistas.
La adaptación del libro de Miguel Bonasso, “El palacio y la calle”, tiene mucho más palacio que calle. Está desbalanceada. La calle aparece sólo como campo de batalla, pero no como escenario de penurias cotidianas de los -cada vez más- excluidos. Recordemos: el que accedía a un aéreo y un pasaporte, se rajaba. Adónde fuera, porque el tema no era llegar a otro lado sino irse de acá. Y el que apenas contaba monedas para el bondi...
En la serie los radicales son inútiles. Los peronistas son voraces e inescrupulosos. Fernando de La Rúa no entiende nada, su hijo baila sobre la cubierta del Titanic -que era entonces la quinta de Olivos-, el jefe de gabinete Chrystian Colombo es impotente frente a tanta incapacidad, Domingo Cavallo es una especie de dios irritable y el partido radical, que lo odia, se lo trata de fumar porque no hay plan B. Sólo Alfonsín ve un poco más allá de lo evidente y eso lo convierte en el interlocutor privilegiado de Duhalde.
Eduardo Duhalde es Tony Soprano. Sereno, reflexivo, de pocas palabras, es el único capaz de conducir a las fieras, que se frotan las manos y le dan, cada vez que pueden, un empujoncito al gobierno que camina por un desfiladero. (El) Adolfo Rodríguez Saa es mesiánico, Carlos Ruckauf es oportunista, Ramón Puerta hace equilibrio en semejante kilombo. La combinación de estas características dominantes entre los líderes de los partidos mayoritarios, ¿bastaría para explicar la crisis financiera, económica y social de la que tenemos memoria?
Cómo si no hubiera habido antes doce años de neoliberalismo, financiarización de la economía, endeudamiento compulsivo, destrucción del aparato productivo y, sobre todo, un corset al sector productivo, la convertibilidad, que iba dejando cada día más gente fuera del sistema. La convertibilidad -”falsa dolarización” la llamó recientemente CFK- es el antecedente más cercano de lo que nos proponen los autopercibidos libertarios. La omisión es por lo menos llamativa, porque además el tema volvió a ser actual. Un sector de la política desempolva viejas carpetas y anhelos dolarizadores. Y el ex ministro de Economía de Carlos Menem y sucesor en el cargo del primer Domingo Cavallo, asesora al precandidato Javier Milei.
Pero hay más. En la miniserie, Buenos Aires es una especie de Constantinopla, Duhalde el equivalente a Mehmed, el jefe del ejército turco y De la Rúa, un emperador extraviado. Es un lugar común del pensamiento centralista ubicar todos los males en el conurbano, de manera ahistórica y simplificada.
Hay que verla, además, porque los protagonistas de entonces nunca fueron tan centrales como ahora. El gobernador de Jujuy, Gerardo Morales, que hoy defiende a sangre y fuego una cuestionadísima reforma de la constitución provincial, era entonces secretario de Desarrollo Social de la Nación y virtual ministro, tras la renuncia de Juan Pablo Cafiero, padre de Santiago. Ayer nomás recibió el apoyo do otros dos ex funcionarios aliancistas: la ministra de Trabajo del 13 por ciento, Patricia Bullrich, y el interventor del PAMI Horacio Rodríguez Larreta entre 1999 y 2000. Ricardo López Murphy, de brevísimo paso por el Ministerio de Economía aquel año, hoy es diputado nacional. La senadora mandato cumplido Hilda "Chiche" Duhalde, otra estrella de la serie, acaba de postularse como primera candidata a diputada por la provincia de Buenos Aires en las filas de Juan Schiaretti. "Para gobernar", sostuvo, "habrá que construir mayorías parlamentarias con JxC". Poné los fideos.
En su libro “El nudo”, Carlos Pagni sostiene que el 19 y 20 de diciembre fueron la contracara exacta del 17 de octubre de 1945. Si ese día hizo su irrupción en la arena pública del país el descamisado, el trabajador industrial moderno, vinculado al movimiento obrero organizado, el 2001 marcaría la clausura de esa etapa: lo que aparece son los despojos de una etapa terminada, tan amenazante como su antepasado, pero ahora deshumanizado, sin presente ni, mucho menos, futuro. El conurbano es eso que cuanto más lejos mejor, que cada tanto aparece, de manera ostensible y ruidosa, para exponer sus transformaciones, su nuevo “estado del arte”.
Una vez más, ¿es esa degradación atribuible al propio modelo industrializador? ¿Al peronismo? ¿No hubo en el medio plata dulce, tablita, hiperinflación y, por último, convertibilidad? Toda una batería de políticas económicas disciplinadoras del campo popular, desplegadas a lo largo de dos décadas y media, entre 1976 y 2001, sencillamente no aparecen. Ni se las menciona.
La historia oficial le reconoce a Eduardo Duhalde el mérito de haber sido el piloto de tormentas, el que logró aterrizar la nave de la que después se haría cargo Néstor Kirchner. Pero además planteó antes que nadie la necesidad de abandonar la convertibilidad, para dejar de cerrar fábricas y empezar a abrirlas, para dejar de multiplicar comedores sociales y volver a compartir la mesa familiar. En la campaña de 1999 dijo lo que nadie quería escuchar, cuando esa obsesión argentina tan poco correspondida -llámese dólar, verde, lechuga, jorgito o gringa-, que Pedro Saborido y Diego Capusotto expusieron como nadie. estaba en su pico.
La pregunta se impone al discutir sobre la serie, al debatir acerca de convertibilidad y dolarización o, simplemente, al presenciar la represión de Morales: ¿quiénes son los bárbaros?