En 1973, el joven estudiante de cine y artista plástico Eduardo Plá emprendió la tarea de realizar una versión audiovisual de la famosa novela de Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas. Como estudiante del Instituto Di Tella estaba fuertemente influenciado por la ola de cine de vanguardia de esos años así que definió que su proyecto tendría una estética experimental y una búsqueda política de denuncia. Sin embargo, aquello que llamó “Alicia en el país del subdesarrollo” no tuvo mucha vida, “Empecé llevando a Alicia con una máscara de gas a donde queman basura y vino la policía y nos llevaron presos… Varias veces,” contó el director. Frente a este impedimento político, encontró una alternativa al realizar una de las transposiciones más fieles que existen de la obra de Carroll. Así, cargó todos los elementos de vanguardia en la puesta en escena, llamó a Charly García para que compusiera la banda sonora, situó al país de las maravillas en diversas locaciones de la provincia de Buenos Aires y escondió la trama de denuncia social en el montaje de citas que eligió destacar de la novela. El resultado es una de las películas más eclécticas y psicodélicas de la historia del cine argentino. Cuarenta y seis años después, se pudo ver restaurada en el Cultural San Martín gracias a la gestión de sus familiares, Mecenazgo y la productora audiovisual Poster.
La película de Plá comienza con unos largos títulos sobre los que se escucha una temprana versión de la famosa canción de Charly García cantada por Raúl Porchetto. Estos títulos dan pie a la historia. Alicia persigue al conejo, que no es más que un hombre pintado de blanco con orejas, a través del atiborrado centro porteño cooptado por un desfile lleno de fantasía. Así, el director comienza a ligar un contexto real claramente situado en los años previos al golpe de estado con la historia fantástica del escritor inglés para construir su película de denuncia. Alicia y el Conejo atraviesan el desfile y entran en una clásica galería de los años setenta. En un ascensor averiado de la misma galería, y por medio de una animación lisérgica que mezcla collage y rock progresivo, descienden a un País de las Maravillas que no es más que una serie de locaciones reales de la provincia. Como en la novela, Alicia emprende una peripecia llena de magia que, en esta ocasión, tiene al delta del Tigre, la bahía de Samborombón, Miramar y los campos de Buenos Aires como escenario. Allí se encuentran a los famosos personajes de la obra de Lewis Carroll creando un collage extraño que deja imágenes surreales como la de un comité de naipes jugando al “crocket” en la costa atlántica.
Alicia en el país de las maravillas de Eduardo Plá se estrenó en la sala Premier el 9 de diciembre de 1976, en plena dictadura militar, y tuvo una mínima acogida. Las razones de esta recepción son difíciles de determinar con exactitud, pero no hay dudas de que el resultado del primer largometraje del famoso artista plástico es irregular. Filmada con un presupuesto mínimo a lo largo de tres años, interpretada por muchos actores no profesionales al frente de papeles exigentes, con problemas de continuidad y construcción de guión, la obra final estuvo lejos de las expectativas del director. Esto, sumado al contexto político convulso, bastaron para firmar su fracaso comercial. Luego de este fatídico estreno, Plá decidió realizar una versión teatral de la misma novela. Fue ahí cuando, en un hecho confuso, le incendiaron el subsuelo del teatro y los familiares decidieron enviarlo a Estados Unidos, donde realizó gran parte de su carrera artística.
A pesar de su factura irregular, Alicia en el país de las maravillas no deja de ser una pieza fundamental de la historia del cine nacional y una cita obligatoria para aquellos interesados en el cine experimental de vanguardia. El vestuario y las escenografías fantásticas, su articulación con las locaciones reales, el registro documental de esos años y la crítica al contexto político a través de la transposición de la novela de Carroll son solo algunos de los elementos que se pueden disfrutar en excelente calidad gracias a la restauración.
Las funciones que tuvieron lugar el último fin de semana en el Centro Cultural San Martín se agotaron rápidamente. Habrá más funciones en el Centro Cultural 25 de Mayo, el Museo del Cine y el Centro Cultural San Martín entre el 21 y el 27 de agosto.