Quienes conocieron bien a Raúl Serrano, el maestro de actores y directores que murió este miércoles en Buenos Aires, aseguran que era un hombre sin edad, tanta era la energía y entusiasmo que ponía en cada proyecto teatral. Nacido en Tucumán en 1934, fue en su ciudad capital donde comenzó su andadura teatral a los 8 años y donde luego, en los ’50, formó parte de un espacio cultural mítico, la Peña El Cardón. Lugar de tertulia y de presentaciones escénicas y musicales que compartió con otros co-provincianos que hicieron historia, como Víctor García, Miguel Ángel Estrella y Julio Ardiles Gray. La idea colectiva era difundir la dramaturgia nacional siempre y cuando tuviese contenido social. Porque a los clásicos se los versionaba sin miedo a lo que dijeran críticos y académicos.
Fue autor de numerosos libros sobre estética y teoría teatral. Lo que escribía también lo definía ideológicamente: “La creación como forma de la militancia”, "Arte, ideología y sociedad” y “Dialéctica del trabajo creador del actor”. El director nunca ocultó su simpatía por la Unión Soviética, adonde viajó en 1957, junto al elenco que formó la Federación Argentina de Teatro Independiente para tomar parte del Festival de la Juventud. Cipe Lincovsky, Carlos Gandolfo y Oscar Ferrigno fueron algunos de sus compañeros. Serrano solía contar que en el Teatro de Arte de Moscú, donde hicieron las 12 funciones programadas, le tocó compartir con Gandolfo el camarín del mismísimo Stanislavski. Lo malo fue que ambos contrajeron gripe asiática y debieron ser internados. Años después de ganar una beca para cursar estudios de cine en Rumania, Serrano decidió radicarse en Hungría durante una década. A su vuelta al país, además de fundar la FATI (Federación Argentina de Teatros Independientes), abrió su teatro El ArteFacto en Sarandí 760, donde también estableció su propio espacio pedagógico, la Escuela de Teatro de Buenos Aires. En sus cursos no se cansaba de difundir su revisión analítica de la metodología de Stanislavski.
Serrano, que había formado en los ´60 parte del renovador grupo porteño Fray Mocho, estrenó más de 100 obras, entre las cuales se recuerda su puesta de El nuevo mundo, de Carlos Somigliana, que fue su contribución al primer ciclo de Teatro Abierto. Otros títulos fueron Ceremonia al pie del obelisco, de Walter Operto, Mateo, de Armando Discépolo, Chúmbale, de Oscar Viale, Yepeto y Tute Cabrero, de Roberto Cossa y La revolución es un sueño eterno, sobre la novela de Andrés Rivera. En televisión, tuvo a su cargo las puestas de varios especiales con obras como El gran deschave, de Sergio De Cecco, Made in Lanús, de Fernández Tiscornia, La malasangre, de Griselda Gambaro, y Segundo tiempo, de Ricardo Halac.
Hacia el fin de la dictadura militar, Serrano estrenó una obra que, a pesar de haber sido presentada en el Teatro Colón, las autoridades de la época consiguieron invisibilizar, dado que no se escribió ninguna nota de prensa. Se trató de El señor Brecht en el salón dorado, obra escrita por Abelardo Castillo para ser interpretada precisamente en ese mismo espacio. El estreno se produjo en octubre de 1982, a cuatro meses de finalizada la guerra de Malvinas, un dato importante, dado que en la pieza la contienda ocupaba un lugar central. Con la actuación de Cristina Banegas, Roberto Ibáñez, Irma Urteaga y Pepe Ovalle, participaba también Alicia Terzián y cantantes del Coro Estable del teatro Colón.
Serrano sonreía de satisfacción cada vez que recordaba aquel estreno. Es que la situación que presentaba la pieza de Castillo era la siguiente: un grupo de cantantes está ensayando en el Teatro Colón parte del repertorio de Bertolt Brecht y Kurt Weill cuando se introduce en escena el fragmento de un comunicado oficial sobre la guerra que se estaba librando en las Malvinas. De este modo, la obra establecía una identificación entre el fragor triunfalista que intentaba transmitir la última Junta Militar sobre el conflicto austral y el espíritu militarista de la Alemania nazi.
“Yo insisto en el arte crítico”, le decía a la periodista Hilda Cabrera en una nota para este diario: “Nos hemos cansado de ver a gente que dice que el arte no se relaciona con la política ni con otros temas que le incumben a la sociedad”, sostenía en la misma nota de 2004, el mismo año en que la Asociación Argentina de Actores y Actrices y el Senado de la Nación le entregó el Premio Podestá a la Trayectoria Honorable. En la misma entrevista recordaba: “He visto, en una función del Berliner Ensemble, en Alemania, cómo el actor que componía a Mackie Cuchillo cantaba su canción a cara de perro, y no lindamente como Louis Amstrong: en La ópera de tres centavos, lo importante era rescatar que el jefe de policía, el de los mendigos y el de los ladrones formaban una única sociedad”.