Para cualquier turista que desee recorrer la zona y disfrutar de las instalaciones la página oficial gestionada por los comerciantes no deja lugar a duda: “El Meatpacking District es un barrio como ningún otro: una fusión de resistencia y glamour donde el viejo Nueva York se encuentra con el frenético siglo XXI”. Una sencilla búsqueda online permite obtener resultados que explican la radical transformación que sufrieron esas pocas manzanas de Manhattan, ubicadas entre West 14th Street y Gansevoort Street y desde el río Hudson hasta Hudson Street. “El Meatpacking District es un área comercial moderna que alberga el Museo Whitney de Arte Estadounidense, tiendas de ropa de diseño y una parte del High Line, un parque elevado construido en las antiguas vías del ferrocarril. Al nivel del suelo, hay calles adoquinadas que cuentan con restaurantes y clubes de moda ubicados en los espacios anteriormente ocupados por las plantas de empaquetado de carne”. The Stroll, el largometraje documental dirigido por Kristen Lovell y Zackary Drucker, cuenta la historia de esas calles en primera persona, recorriendo su pasado como exclusiva zona roja, el trabajo sexual callejero realizado en su mayoría por prostitutas trans (en aquellos tiempos llamadas, simplemente, travestis), con el trasfondo edilicio de más de dos centenares de galpones donde las medias reses salían de recorrido hacia su destino final, y su reconversión durante la era Giuliani en un zona turística con algo de sofisticación y muchos aires hípster. Es también la historia de un grupo de chicas, en su mayoría negras y de origen latino, que atravesaron su transición durante un período, las décadas de 1980 y 1990, en el cual la tolerancia social a las identidades diversas se mantenía en un nivel bajísimo. Una historia de violencias, vejaciones y resiliencias pero también de hermandad y solidaridad, enmarcada en luchas sociales no exentas de internas y traiciones. Estrenada en el Festival de Sundance a comienzos de este año, donde obtuvo el Premio Especial del Jurado en la sección documental, The Stroll ya puede verse en la plataforma HBO Max.
Quien explica algunos detalles del funcionamiento del Meatpacking District al comienzo de la película es Kristen Lovell, mujer trans y una de sus directoras. Ella supo recorrer esas calles ofreciendo sexo a los hombres que pasaban por allí con sus automóviles, y fue testigo y víctima de las razias policiales y la violencia de algunos clientes perturbados. Con el paso del tiempo, ya alejada del trabajo sexual, pudo ver con sus propios ojos cómo esos locales que despedían un fuerte olor a carne y vísceras iban transformándose en brillantes cafés de especialidad, mientas las oscuras y muchas veces peligrosas esquinas se llenaban de luces diseñadas para atraer clientes de una raza muy diferente. Cómo ese stroll (paseo) del título cambiaba su rostro, cuerpo y espíritu de manera drástica y terminante. Es también Lovell quien entrevista a viejas colegas, activistas e historiadores para embarcarse en un relato sobre la resistencia humana, la gentrificación de un barrio y las intensas luchas por adquirir derechos. Entrevistada por el sitio web especializado The Queer Review, la novel realizadora recuerda que “fue una lucha ardua cuando comencé a pensar en la posibilidad de hacer un documental. Había armado un grupo de Facebook sobre el Stroll hace diez años y muchas de las chicas comenzaron a compartir imágenes y recuerdos, junto a otra gente que vivía cerca del barrio. Fue muy poderoso y bello mantenernos en contacto luego de todos estos años, saber qué había ocurrido en la vida de cada persona”. Un puñado de esas imágenes pueden verse en The Stroll, cuyo trabajo con el material de archivo –no solo fotográfico, sino audiovisual– resulta notable. Las imágenes en video de esas calles durante el día y la noche, obtenidas en diversos momentos de los 80 y 90, antes de la caída de las Torres Gemelas –punto de inflexión definitivo en la vida del viejo borough –, permiten asistir al espectáculo de una Manhattan muy diferente a la actual. Imágenes que, en muchos casos, ofrecen una cualidad sórdida pero vital, opuesta a la fachada de pulcritud contemporánea. Más allá de los relatos de vida particulares y colectivos, The Stroll es también la descripción de una mutación urbana.
“Cuando comencé a contactarme con personas que quisieran participar del documental me aseguré de que fuera gente que formara parte de mi mismo viaje”. Las palabras de Kristen Lovell en esa entrevista, realizada unos días después de una proyección del film al aire libre en el corazón del ex “Paseo”, señalan hacia un pasado de discriminación y violencia. “Por ejemplo, Cashmere y Elizabeth, que vivieron un tiempo conmigo en el refugio del barrio. Salíamos todas las noches a trabajar para sobrevivir. Como personas queer y trans éramos discriminadas tanto por los hombres como por las mujeres del sistema de refugios. Éramos las ovejas negras, las parias. Se suponía que no debíamos salir de noche, pero no había oportunidades de trabajo en aquel momento para nosotras, como para la mayoría de los jóvenes que estaban parando allí. Solía trabajar como pasante en una organización sin fines de lucro, pero al mismo tiempo mantenía el trabajo sexual para parar la olla. Era un juego de malabares y nos hacían las cosas muy difíciles, pero perseveramos. El refugio estaba justo a la vuelta del Paseo y viví durante unos cuantos años en esa situación como mujer trans. Mi transición ocurrió allí”. Más allá de una estructura narrativa convencional y el arco dramático que suma capas de empoderamiento hasta las emotivas escenas finales, The Stroll no se guarda varios dardos envenenados. Entre el profuso material de archivo hogareño y profesional, en particular registros de noticieros de la época, se destaca sin esfuerzos un fragmento del show televisivo de RuPaul, drag queen, cantante y presentadora que se convirtió en una de las primeras celebridades trans en la televisión de los Estados Unidos. En ese breve clip, la estrella camina por 14th Street con sus plumas al viento, describiendo con un dejo de deferencia impostada a las “prostitutas travestidas” que recorrían todas las noches ese mismo pavimento. No parece tanto el corolario de una condescendencia personal como el reflejo de una descripción social que hoy suena prehistórica.
En otro segmento al cual la película le dedica bastante espacio, la presencia de la legendaria activista trans Sylvia Rivera pasa al frente con material de archivo que va desde los años 70 hasta comienzos del milenio (Rivera falleció a los 50 años en 2002, víctima de un cáncer de hígado). Más allá de ser una de las fundadoras del Gay Liberation Front, es realmente notable verla y oírla en un registro documental obtenido durante la Marcha del Orgullo de 1973. “He intentado subir a este estrado todo el día, por los derechos de sus hermanos y hermanas gay que están en la cárcel. Me escriben todas las putas semanas. Pero ustedes me dicen que me vaya con la cola entre las patas. No voy a tolerar esta mierda. Me han golpeado, me han roto la nariz, me han metido presa, he perdido el trabajo. Perdí mi apartamento por la liberación gay. ¿Y ustedes me tratan así? ¿Qué mierda les pasa? Somos gente que intenta hacer algo por todos, no sólo por un club de hombres y mujeres blancos de clase media”. Que la idea de colectivo ya estaba en tensión durante el comienzo de una lucha que continúa hasta el día de hoy resulta particularmente iluminadora, poniendo de relieve las instancias críticas entre los diversos grupos que integran el movimiento LGBTIQ+ (algo similar puede apreciarse en el documental de la francesa Isabelle Solas, Nuestros cuerpos son sus campos de batalla, rodado en Argentina). Para Lovell y sus colegas del Paseo, la lucha por ser respetadas fue más larga, intensa y dolorosa que para otros miembros del colectivo, en particular cuando las políticas de mano dura impulsadas por el alcalde Rudy Giuliani impusieron penas de prisión efectiva luego de tres detenciones por “solicitar clientes” en la vía pública. Detenciones que, como afirma una de las entrevistadas, podían ocurrir cuando alguna de las chicas estaba realmente trabajando o bien cuando caminaba hacia la verdulería a la hora de hacer las compras.
The Stroll incluye un par de secuencias animadas: las imágenes fotográficas obtenidas en los viejos tiempos son la base de una reconstrucción ficcional que describe cómo era la vida en el lugar. Una de las chicas recuerda lo que solían llamar “los poderes de la Mujer Maravilla”: más allá de mantener oculto algún elemento cortante o incluso un martillo para defenderse ante un cliente peligroso, la red de mujeres estaba siempre alerta ante el pedido de auxilio de una posible víctima. En otra instancia, el film recuerda el asesinato de Amanda Milan, una prostituta trans de veinticinco años, ocurrido en el año 2000 a la vista de decenas de personas en una parada de ómnibus de la zona, contrastando la escasa repercusión mediática y social de ese hecho con la de otro homicidio ocurrido en el mismo período, el de un joven gay del interior de los Estados Unidos. Y luego, el comienzo de los cambios, la persecución, el atentado terrorista que lo alteró todo para siempre. Y las chicas, que se vieron empujadas a insertarse en un nuevo territorio, el de la búsqueda de clientes online. El final de una era. Por eso la importancia de recuperar esos relatos e imágenes, para que nada desaparezca de la memoria colectiva. Por eso las lágrimas cuando la directora recorre nuevamente esas mismas calles, que ahora son otras, irreconocibles. Kristen sabía que la recolección de fotografías y videos de aquellos tiempos no iba a ser tarea sencilla, por eso agradece a su productora de archivo, Olivia Streisand, “que consiguió materiales que nunca había visto. Fue algo muy fuerte. Con Zachary Drucker conversamos sobre cómo estábamos recuperando esas cosas, reclamándolas como propias. Es nuestra historia trans. Tuvimos algunos encuentros con gente que no deseaba compartirla, en general personas cis que estaban intentando capitalizar la narrativa de las personas trans. Nuestra respuesta era ‘esta es nuestra historia y por eso estamos haciendo la película, porque nos cansamos de que ustedes la tomen y la transformen en lo que ustedes quieren sin tener en cuenta nuestra visión’. Es realmente poderoso ver todo el material de archivo que tenemos, reclamar ese relato y ubicarlo en el lugar que le corresponde. La verdadera historia trans contada por gente trans”.